Hoy más que nunca me tiene irritado el pertenecer inexorable e irremediablemente a la clase media. Y no es que esté siendo víctima de un ataque de arribismo súbito o que tenga una especie de insatisfacción crónica con lo que me tocó en suerte. No. Es que me siento asfixiado y sitiado en esa clase sánduche que me acorta las perspectivas y me limita los horizontes.
Y es que la cotidianidad me lo recuerda y me lo reprocha en la cara: La clase media está prisionera de sus limitaciones, de sus escrúpulos, de sus miedos, de las amenazas del entorno. Es la clase del medio, la que contribuye con su mano de obra y su fuerza laboral al enriquecimiento de los ricos, al mantenimiento del orden establecido, al sostenimiento del poder sin lograr nunca ejercerlo, a la silenciosa opinión pública que nunca se expresa a una viva voz.
La clase media siempre estará a merced de las otras clases, enquistada en una impotencia ancestral que le impide evolucionar; si acaso cambia, casi siempre es para empeorar, para perder poder adquisitivo, para tener cada vez más deudas, para poner más sacrificios y entregar su cuota de deterioro personal. Recordemos la reciente crisis bancaria que obligó a entregar muebles e inmuebles en parte de pago obligado para las entidades que sin ninguna consideración ejercieron los cobros: miles de personas devolvieron sus propiedades conseguidas con grandes sacrificios. Siempre fue la clase media. Por supuesto, los ricos no tenían este problema, pues la falta de financiación no los mortifica. Los pobres, menos aún, pues a ningún indigente le prestan plata las corporaciones.
La clase media siempre es víctima de los efectos de las otras clases, de la explotación de los ricos y de la violencia de ricos y pobres. De la arrogancia del poder, del abuso de la autoridad, de la humillación, de los excesos, de la envidia, del exhibicionismo, del derroche y por el otro lado de la irritación del desplazado, de la amenaza del indigente, de la despreocupación social del desposeído, del resentimiento del que nada tiene.
El conductor de clase media tiene que soportar en silencio la soberbia del emergente que atraviesa su carro de mayor valor y tamaño sin ninguna consideración ni respeto; tiene que tolerar su mirada arrogante teñida de una velada amenaza, tiene que ceder el paso y el espacio en forma impotente, tiene que verlos cruzar por la izquierda sin que la larga fila les importe. Además tiene que tolerar las hordas de mendigos e indigentes que lo acosan en cada esquina, lo injurian, lo recriminan y hasta lo amenazan.
El trabajador de clase media ve cómo se le va la juventud en trabajos duros e inestables, en contratos leoninos y temporales, en sobre-explotación y plusvalía. El rico usualmente es dueño de los medios de producción o tiene renta y capital. El pobre ya tiene incorporada la tendencia viciosa a tratar de resolver el día a día de sus necesidades primarias, con dificultad, pero con cierta dosis de estoicismo que lo hace relativamente inmune a una visión escéptica del porvenir; es, si se quiere, más inmediatista y pragmático.
El paciente de clase media está a merced de un sistema de salud inoperante y mercantilista que lo somete a la humillación de parecer mendigando a lo que por derecho propio tiene, al estar bajo el amparo de la seguridad social. El indigente sin preocuparse por esto, está cubierto por los sistemas de beneficencia del estado (SISBEN, por ej.) y el rico, por supuesto, lo suple con el efectivo, la medicina prepagada o la póliza de seguros.
El ser-social de clase media es víctima mucho más contundente de una sociedad consumista que lo presiona a aspirar, a veces sin conciencia, a bienes de consumo acaso ajenos a sus reales capacidades de gasto y de empeño. Sobre-dimensiona su capacidad de crédito y se somete en muchas ocasiones a la evidencia de no poder asumirlas, una vez ejecutadas. El poderoso, tranquilamente compra con su dinero la magnitud de su deseo o su capricho. El pobre, al no acceder a la posibilidad del crédito o por saber con claridad que lo limita su poder adquisitivo, simplemente se ubica con más facilidad en su nivel de gastos, despreciando por imposible lo superfluo o suntuoso.
La case media es conducida políticamente con el sofisma eficiente de pertenecer a la “franja de opinión”. Ha sido manipulada para creer que define con su voto, con sus movilizaciones de insatisfecho los designios de la sociedad. Pero no detenta el poder. No ejerce de primera mano el ejercicio de la toma de decisiones desde las altas esferas de la ejecución pública o política. Si acaso lo cree hacer desde su limitado espacio de burócrata, ahí sí, cruel fustigador de sus semejantes, voraz funcionario oportunista y despiadado que no quiere ver más allá de sus propias narices e intereses.
La clase media está bombardeada por la frustración, el conformismo y la resignación, pero condenada por eterna memoria a la lucha sin tregua contra el estancamiento y los trámites, contra el sistema que no le da opciones, contra las corporaciones que lo pisotean sin miramientos.
Para estar a la altura del mercado, es esclava del sistema de crédito, financiación a largo plazo que se le chupa la sangre y las expectativas; si no se revienta en el intento, al terminar de pagar, ya el bien está obsoleto y el espíritu cansado, pero las presiones del medio y las expectativas personales, sociales y familiares empujan a un nuevo intento de estar al día, para seguir en un carrusel agobiante que no termina nunca.
Y ella siempre allí, resignada, contenida, asfixiada, pensando en masa, viendo pasar la historia por su lado, apegado a la eterna (vana?) ilusión de algún día salirse de la fila…
Publicado originalmente en el boletín de ASMEDAS:
http://www.asmedasantioquia.org/ws/magazines/articulos/45-magazin-no-20/4419-la-clase-media-callada-presencia
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