Wednesday, December 27, 2006

CRONICA DEL "MARISCAL", EL TEATRO DEL BARRIO

CRÓNICA DEL "MARISCAL", EL TEATRO DEL BARRIO
Emilio Alberto restrepo Baena

El teatro Mariscal fue toda una institución para los jóvenes de Belén de los años 60 y principios de los 70. Ubicado en toda una esquina del parque, la enorme y antigua construcción llena de un extraño encanto nos vio varias veces por semana como bulliciosos testigos de las funciones de cine continuo que sin ningún pudor mezclaban en severos dobles al "8½" de Fellini, con joyas del western spaguety, como “El Bueno, El Malo y El Feo” o “Los cuatro del Ave María”. Allí desfiló una interminable lista de películas de aventuras, empezando por los pistoleros como Dyango, Sabata, Sartana, Trinity, Ringo; inmortales, imbatibles, fumadores, sucios, con una mirada penetrante llena de desprecio y una barba de 8 días, de certera puntería, que cobraban recompensas, amaban con indiferencia a la reina del cabaret de turno y una madrugada partían por la llanura hasta la película siguiente.

Allí vimos todas las películas de chinos, las buenas, las malas; febriles producciones llenas de puños, gritos y brincos inverosímiles, mortales golpes de héroes que derrotaban sin armas a hordas enteras de enemigos quienes en tropel rodeaban al muchacho, el cual en silencio los batía uno a uno, hasta llegar al enemigo principal, a quien invariablemente derrotaba en el sangriento combate final de la película. Era interesante ver como luego de la función salíamos las docenas de niños del teatro voliando pata a lo Tribilín y chillando como condenados en una extraña posesión que nos duraba varios días. Bruce Lee fue un ícono de nuestra generación y sus afiches empapelaban nuestros cuartos mucho antes de que las imágenes de modelos y actrices en cueros o las grandes estrellas del rock lo destronaran de su pedestal

Nunca pudimos olvidar las películas de cantantes. Era emocionante vivir las simplezas de Rocío Durcal, Marisol, Joselito, Angélica María; la superación de Enrique Guzmán que siempre era el muchacho pobre que con sacrificio enfrentaba al destino, los suplicios de Palito Ortega a quien lleno de ritmo y románticas canciones en todas las películas se le moría la mamá, que casi siempre era Libertad Lamarque. ¡Eran una nota! Sabú, Sandro, Leonardo Fabio, Raphael y hasta Julio Iglesias crearon la ilusión de un mundo lleno de canciones y emociones donde el bueno siempre triunfaba y donde todos los problemas se resolvían con música. También pasaban a los mejicanos cantando sus rancheras a grito herido en unos bodrios insufribles y pésimamente dramatizados, pero pegando con mucha fuerza en el gusto popular.

El humor era vital. Por allí desfilaron Viruta, Capulina, Cantinflas, Borolas, Tin Tan, Abott y Costello, Buster Keaton, Chaplin, Los 3 Chiflados y todos los que con gracia nos arrancaban carcajadas. Mirando hacia atrás, hay muchos que hoy no nos provocarían ni una mueca parecida a una sonrisa, pero que en su momento fueron muy graciosos. En especial, hubo varios que nunca volvimos a oír mencionar, como Pili y Mili, Los 3 Supermen, Los Loquitos, Lando Buzanca, Mauricio Garcés. A estas películas íbamos en gallada, y luego nos sentábamos en la esquina a contarnos una y otra vez los tiros, a imitarlos, a sacarles jugo.

Otro estilo que con el tiempo entró en desuso y cayó en un triste olvido, fue el género de los luchadores. Cuántas horas gastamos haciendo fuerza con las aventuras de Santo "El Enmascarado de Plata", Blue Demon, Milmáscaras y varios macancanes mexicanos que se metían en las historias de acción más endiabladas, en unos cuentos todos retorcidos y peor actuados. Crearon una verdadera devoción entre nosotros, teníamos sus afiches, copiábamos el diseño de sus máscaras, coleccionábamos los álbumes de figuritas. El paso del tiempo acabó con ellos. Hoy sólo son un grato recuerdo. Es mejor tenerlas en la memoria, pues es claro que hoy en día no vale la pena ni siquiera intentar verlas.

Era un teatro sano. Rara vez presentaban películas de pornografía. Recuerdo especialmente una, "Las Masajistas", la primera que vi en la vida, a los 8 años, la cual me proporcionó un complejo de culpa que me costó confesión y amenazas de infierno eterno cuando le conté al ingratamente recordado Padre Villegas de la Parroquia. (En una época en que todavía no se desnudaban los vicios de pedofilia y abuso de los prelados de la santa madre iglesia y hablar mal de los curas era un pecado que condenaba irremediablemente al fuego eterno. Satán lo tenga en sus aposentos)

Cuando crecimos, el vacío de cine rojo lo llenó el teatro el Dorado de Envigado, en donde nos dejaban entrar sin pedirnos documentos y donde desfilaron desnudas todas las actrices y los sueños de entonces.

En el Mariscal o "Metropulgas" de nuestros afectos nunca existió la censura; no había ningún criterio de selección de las películas. Invariablemente en el público predominaban los pelados en manadas. Eran ensordecedores los chillidos y silbidos cuando la película se demoraba para empezar, cuando empezaba, cuando se reventaba el rollo, cuando mochaban una escena, cuando el galán besaba a la muchacha o cuando mostraban senos. Era casi un himno cuando en un coro unánime todos gritábamos "-¡Soltá al pelao!"- cuando por alguna falla técnica se interrumpía la película y el pobre proyeccionista pagaba los platos rotos con insultos que infamaban invariablemente a su madre y cuestionaban su hombría. ( A propósito, nunca he terminado de entender por que todos los encargados de las proyecciones en los teatros de barrio, así como los sacristanes de iglesia tienen irredimiblemente fama de homosexuales vergonzantes y muchacheros, y es en todos los barrios). Cuando la luz se apagaba, nos sofocaba el humo que se levantaba en el "gallinero" o parte baja del teatro, más barata y de más mala fama, pues los gañanes prendían los puchos de marihuana y empezaban a tirar objetos, comida, chitos, pedazos de salchichón etc. Las familias o las parejas de novios, o los pelaos sanos, siempre se sentaban en "Platea" en la parte más alta, o en “Balcón”, donde estaban un poco protegidos de los desmanes de atarvanería de los camajanes del gallinero. Era infaltable e irrepetiblemente gracioso cuando en medio del silencio solemne de un duelo de pistoleros, o de un apasionado beso de la pareja de celuloide, un eructo bárbaro, contundente, atronador, rompía la paz, desencadenaba la carcajada histérica del respetable y el consecuente e imparable desorden. Lo mismo cuando el gracioso de turno tiraba una papeleta explosiva en medio de una escena de suspenso que nos crispaba la tensión y los nervios.

Antes de que lo tumbaran para construir un edificio donde ahora figura una entidad bancaria, vimos por última vez "El Mártir del Calvario" con Enrique Rambal, una lacrimosa versión de la Pasión de Cristo. Recuerdo que era en función continua, la daban una y otra vez. Mientras desocupaban el teatro, nos escondíamos en los baños para volverla a ver, para hacerle nuevamente fuerza a Jesús, conservando la esperanza de que en la siguiente versión prevaleciera el bien sobre el mal, pero no, siempre lo crucificaban. Después de 4 o 5 funciones, llegábamos por la noche a la casa, con los ojos hinchados, no sé si de llorar o de ver tanto cine.

En el Mariscal era fácil colarse, pues tenía un vestíbulo muy amplio, en donde era posible turnarse con los amigos para engañar a los porteros. Era muy barata la entrada, casi a la mitad que en los teatros de La América o del Centro. Casi nunca el teatro estaba vacío; por lo que recuerdo, siempre había filas y se veía lleno de gente.

Al Mariscal lo mató el tiempo. Se lo llevó el progreso pues planeación necesitaba el terreno para un ensanche de la calle. Lo mataron los intereses del gran capital. Todos aún lo extrañamos, como en su momento lo lloramos; cuando empezaron a derrumbarlo nos parecía imposible que nuestra fábrica de sueños fuera demolida. Sentíamos que íbamos a quedar vacíos, impotentes ante la desocupación, el tedio y la falta de oficio. El tiempo ha pasado. Cuando lo perdimos valoramos en su real dimensión la importancia de un teatro de barrio. Aún hablamos de él y lo añoramos con nostalgia y gratitud.



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LA EFERVESCENCIA DE LOS AÑOS PUNTUDOS (En poder de los Arrechocitos)

LA EFERVESCENCIA DE LOS AÑOS PUNTUDOS
(EN PODER DE LOS ARRECHOCITOS) a Migüín


Emilio Alberto Restrepo Baena

En esas épocas de juventud vivíamos un despertar sexual bastante interesante, agitado por una información exhaustiva y muy poco decantada, estimulado por las fantasías y alardes de los amigos mayores, exacerbada por las revistas y películas que circulaban de mano en mano. Esa revolución hormonal fue muy templada en todo el sentido de la palabra. Durante cierto tiempo todos los pensamientos, todas las conversaciones, todos los planes giraban en torno a nuestra naciente sexualidad. Recuerdo que Chumbimbo se aplicaba una pócima que combinaba raspadura de casco de burro con extracto de cuerno de rinoceronte y enjundia de gallo viejo en una mezcla de vaselina en su miembro para aumentar el tamaño de éste y emular al de aquel; ignoro los resultados. Las técnicas de los más avezados nos enseñaban que el secreto infalible para que una mujer cayera en los brazos de uno, era acariciarle el seno izquierdo, (si lo permitía, bien; si no, hacerlo con disimulo) ruta inmediata hacia la entrega total; otra forma era acariciarle el cuello, cerca a la oreja izquierda. Los resultados nunca fueron muy halagadores.

En la revista Pimienta aprendimos sobre las lociones y perfumes afrodisíacos que enviaban por correo y que nunca funcionaban. Entre nosotros circulaba el mentol chino, para prolongarse notablemente en los artes amatorios y luchar contra esa tara de los años mozos: la eyaculación precoz. Esta siguió señoreando por encima de nuestro orgullo y fuera de irritación y rasquiña, nada se prolongó.

Un gran descubrimiento fue el Atinka. Todos los mayores hablaban maravillas de él. Se trataba de un polvo blanco de uso veterinario que se le administraba a las vacas para que entraran en celo y se dejaran montar del toro. Al cabo de los años cuando estába estudiando medicina, aprendimos en el libro de medicina forense del Dr. César Giraldo que producía una dilatación de los vasos sanguíneos, un escozor en los genitales con congestión y deseos de rascarse, que de modo indirecto provocaba excitación femenina. Pues bien, fueron cantidades industriales de Atinka las que repartimos entre nuestras amigas y no recuerdo una sola aventura atribuible al famoso invento. La clave era aplicarle en la gaseosa la punta de la navaja del polvillo cuando la pelada se descuidara, para después echarle el ídem, pero nunca funcionó. Una vez se lo aplicamos a Mariatrapos, una sardinita lo más querida, pero cual no sería nuestro achante cuando la Coca Cola empezó a echar espuma, tuvimos que derramarla para disimular. Como pensamos que la cantidad era muy poca, a Claudia Patricia le duplicamos la dosis; pasó tres días con diarrea y nada de demostraciones de desafore pasional como la que nos cañaban los amigos. Estos contaban incluso anécdotas que se hicieron famosas: que una vez un man le dio la dosis a una muchacha y que mientras el fue a saludar unos amigos y ella lo esperaba en el carro, la encontró sentada en la palanca de cambios presa de una desaforada excitación. Como anécdota no estaba mala, pero en la práctica nunca vimos su resultado. Con más pena que gloria, fue la fama de otro producto para idénticos fines, el bórax, que tampoco nos surtió efecto.

En esa época no manteníamos mucho dinero en los bolsillos; casi no había moteles en Medellín; (Solo recuerdo dos, Candó en Girardota y Amaraje en Robledo) No teníamos carro, sólo cuando lográbamos escaparnos sin permiso, lo que era muy raro o cuando luego de mucho rogar nos lo prestaban para hacer alguna vuelta de la familia. Por todo eso, era difícil tener escapaditas amorosas como lo ordena la santa madre iglesia. Estas eran apresuradas, improvisadas, siempre a escondidas y de afán. Siempre con el objetivo de dar rienda suelta a ese desborde de ardor sexual (conocido como arrechera); se insistía mucho en que había que darle alguna salida a esta congestión hormonal interna porque de lo contrario, si ese furor se le subía a uno a la cabeza, en cualquier momento uno se podía enloquecer o le podía dar una meningitis pues las células concentradas (conocidas como arrechocitos), acumuladas por millones se le iban a uno para el cerebro y le impedían concentrarse, pensar, cumplir los deberes etc. Esto siempre me ha intrigado y estoy en mora de consultarlo con algún neurólogo amigo.

Que los padres se fueron para la finca o a pasear, que organizamos un bailecito a media luz, que todos están dormidos en el segundo piso y uno mirando por el reflejo de la pecera que no lo fueran a pillar, etc. Una opción era irnos en gallada para las mangas de la Nubia, cuando aún no había urbanizaciones, pero, o a las peladas no las dejaban salir de noche, o nos daba miedo por lo peligroso del sitio. Allí jugábamos “chucha americana”, “cinco minutos en el cielo”, a las escondidas por parejas, botellita, que sólo eran disculpas para tener contactos cercanos y mal disimulados con el sexo opuesto. Lo común era encomendarnos al santo patrón del juego amoroso conocido como “encarrete” llamado “San Luis Vergón”, para con suerte terminar emparejados y en el mejor de los casos “rastrojiando” en una manga. Cuando alguna amiguita se excedía en licor, corría el riesgo de terminar como víctima de un “carga-montón” o “vaca-muerta”, con todos los aprendices de galanes encima despresándole la anatomía. Cuando algún "quiebre" lograba cuajar, una opción era irse para las residencias del Centro, pero ¡qué problema para entrar! Que la pena, que nos van a descubrir, que nos van a delatar (sapiar o aventar). La más concurrida era Manhattan, que quedaba en la avenida de Greiff, abajo de las Empresas Públicas. Era el sitio preferido de los estudiantes, por barato y por central; claro que amiga que entraba allí una vez, no lo hacía dos veces. Nosotros le decíamos "urgencias" y durante la época de estudiantes fue realmente útil y sirvió para muchas "desvaradas".

Muchas veces antes del programa, uno se iba para los bailaderos del centro para no ponernos en evidencia (o “banderianos”), pues los de Belén no eran lo suficientemente reservados o discretos. Uno de los favoritos era "Rincón 70", enseguida del teatro Sinfonía, otro de los lugares preferidos por los pelaos de esa época. El sitio se conocía como un “cambiadero de aceite” o “el palacio del dedo” por una de esas analogías prosaicas tan comunes de nuestro lenguaje, y se podía aprovechar para pasar gratos momentos de música, trago y sexo a mediacaña. Luego se volvió muy peligroso y cuando crecimos, casi ninguno de nosotros regresó.

El parque de Belén los sábados y domingos por la noche era un hervidero de muchachas del servicio doméstico que salían a tomar trago y hacer levantes. Todos los pelaos salíamos a dar un vueltón y de paso ver que pescábamos, porque eso sí, para "mantequeros", los muchachos de aquellos años. Como dice un amigo, el que niega la grasa, niega la madre, como se empeñan en hacerlo hoy prestigiosos profesionales que en esa época eran voraces sirvienteros. A la heladería La Soraya, le decíamos el Palacio del Colesterol, pues allí se encontraba la mayor concentración de sirvientas por metro cuadrado del mundo. De sólo entrar allí a uno se le subía la mostaza y los triglicéridos. ¡Había que entrar con una docena de limones, para cortar el grasero!. Eso fue mucho bailar, dar bomba y echar carreta. La mayoría eran coquetonas y generosas; nosotros las conocíamos como "grasas", "coimas", "fámulas", "melegas". Había amigos que tenían directorios enteros llenos de nombres y teléfonos. Por supuesto ahora lo niegan, pero en esa época era una de las mejores formas de matar el tiempo y dar rienda suelta a las volcánicas pasiones que nos atormentaron durante la adolescencia.

Otro aspecto muy común de la época era esquivar el acoso de viejos degenerados o cacorrones, conocidos como caquirris, que siendo muy amables, atentos y generosos, pretendían arrastrar a los muchachos a prácticas homosexuales bajo artimañas casi ingenuas, con trucos muy trillados y repetidos. Casi siempre fundaban un equipo de fútbol o eran líderes activos de un grupo juvenil o era el infaltable sacristán de la parroquia, o atendían en la tienda del barrio. Casi nunca eran agresivos y era muy llamativa la forma como se dejaban explotar de los pelados, quienes de frente y burlándose de ellos, les sacaban plata, bebían gratis a su costa, se iban en grandes grupos para paseos de cuenta del pobre viejo maricón; lograban su cometido con jóvenes que sin ser declarados homosexuales, con novia incluso, los escurrían a cambio de dinero o ropa o electrodomésticos; también caían las loquitas o florecitas, pelados que desde chiquitos ya mostraban su inclinación, aunque lucharan contra ella; cuando estaban eufóricos o tomando licor se hacían evidentes y “botaban la pluma”. A manera de chiste se decía de ellos, “Ese desde chiquito es dañado por el chiquito; hay una foto de los tres meses de vida que lo muestra sentado en el chupo del biberón”.

El tiempo pone todo en su sitio. Con el paso de los años casi todos nuestros contemporáneos (ya muy cincuentones) han superado ese desespero de furor genital, y por el contrario hoy la preocupación es en el otro sentido, cuando el Viagra se convirtió en un aliado incondicional.

ACERCA DE LA CONVERSACION

ACERCA DE LA CONVERSACION



Es deprimente comprobar cómo el pragmatismo pisotea despiadadamente los últimos vestigios del antiquísimo y sutil arte de la buena conversación. Da grima confrontar esa cruel realidad que evidencia que aquellos seres privilegiados que hacían de su parla un brillante y delicioso oficio existencial, sean hoy poco menos que seres en extinción presa de los obtusos dardos del modernismo. Y, ¿qué es lo que ocurre?. Simplemente que las personas en su afán obsesivo de producir, con ese desmesurado sentido práctico que sólo persigue los fines útiles de las cosas, han desplazado al cuarto de San Alejo de sus preferencias ese ritual que antes enriquecía los espíritus y fortalecía los brazos de la relación social.

Varios factores explican dicho estado de cosas.
En primer término, es un problema de disponibilidad de tiempo, dadas las actuales condiciones de jornadas laborales, horas extras, tiempo que se gasta en transporte, multiplicidad de oficios, estudios simultáneos, etc.; todos sabemos que sostener un "nivel socialmente aceptable" de vida requiere un esfuerzo magno que acapara la mayor parte de las horas, consume las energías y disminuye la vocación y la voluntad para cualquier tipo de producción intelectual, emocional, artística o afectiva. Paralelo a lo anterior, pero no necesariamente al margen de él, está esa tensión permanente, ese estrés cotidiano que hace que nuestro equilibrio esté en un permanente devaneo, lo que atenta contra cualquier pretensión de estabilidad interna. ¡Y a quien se le ocurre pensar que en tal estado de caos mental se puede intentar ser cultor del arte de conversar desprevenida y animadamente! Además, somos permanentes depositarios de angustia no canalizada ya que, aunque no lo reconozcamos, la maratón económico-social en que nos debatimos nos convierte lenta e inexorablemente en retenedores de fatiga, impiedad y resentimiento. Cualquier posibilidad de afabilidad y espontaneidad está, por lo tanto, viciada.

Por otro lado, la desmotivación que genera el calificar ese ocio constructivo y exultante, de pérdida de tiempo, de gasto inoficioso o de juego fútil e insustancial, hace que no se le preste la debida y necesaria atención, y que no se invierta en su causa la más mínima porción del tiempo cotidiano.

Recordemos simultáneamente, ciertos estereotipos que crea la sociedad de consumo y que obligan a gastar el tiempo libre en otras actividades menos enriquecedoras del espíritu (si se me permite el término) y no por ello menos respetables, aunque no se comparta la esencia y la forma de algunas de ellas. Ejemplo que ilustra este tópico es el manejo de la televisión como medio de comunicación (léase información, esparcimiento dirigido, alienación, etc.), la introducción masiva de los juegos de video, la informática, los grandes y prefabricados espectáculos deportivos, el cine como vía de evasión (desprendido de su faceta de creador de tesis, aspecto éste que no llega a la gran masa), el consumo etílico desaforado, la drogadicción, etc.
Es de destacar que en varias de dichas actividades el hombre es sólo un ser pasivo en su relación con el medio. No se le impone ningún aporte creativo por parte suya. En otros, la conversación es apenas un vehículo, que no un fin, por lo demás técnico, impuesto o superficial, nunca entendido en su cabal dimensión.

La aversión por la cultura y el conocimiento (no propiamente a ellos, sino al esfuerzo que impone el tratar de embeberse en ellas), la pereza mental, el desdén social, lo estrecho de las mentalidades tecnócratas, la tendencia a lo individual, la hipocresía citadina son, entre otros, algunos de los factores que contribuyen a la pérdida de la afición por la conversación en el hombre del mundo moderno.

Se ha perdido el gusto de la conversación por ella misma. Sólo se usa como pretexto para otros fines diferentes, previamente determinados y de antemano establecidos. Insistimos, nunca como fin. Hoy casi que se limita a personas económicamente no productivas o solventes, o independientes en su relación con el proceso de creación de riqueza, como jubilados, bohemios, intelectuales, presos, ancianos y otros que, a despecho de su condición social, económica, política, cultural o intelectual, la rescatan en toda su magnitud y la valoran en su intrínseca naturaleza.

La conversación (no el lenguaje verbal) no debería ser patrimonio exclusivo de un sector específico de la población. No presupone requisitos intelectuales, menos aún culturales. Una mente no cultivada académicamente puede tener una rica capacidad de anécdota que explote temas vivenciales propios o ajenos en una forma llena de matices agradables y enriquecedores, y, por qué no, reflexivos y autocríticos. Un tema de condición simple puede ser remozado por un parlanchín carismático que complemente con su simpatía y su gracia lo que le falta en profundidad. Un avezado contertulio puede hacer de ciertos detalles cotidianos de su existencia (romances, viajes, deportes, cultura, ciencia, chistes, hechos grotescos, quehacer diario, política, etc.), todo un acontecer de la expresión oral con solo ponerle un poco de espíritu a su retahíla. Evidentemente, un aporte cultural bien entendido refuerza notablemente el arte de conversar. (Señalamos aquí la existencia de aquellos especímenes seudo-culturizados, oscuros artífices del engaño y la banalidad, que pretendiendo ostentar públicamente el estigma de la trascendentalidad, no pasan de ser lo que un filósofo popular calificó de "eruditos de titulares, pontífices del snob y el descreste") No implica lo anterior que sea inherente al culto o al sabio el poder cautivar con la labia. ¿ Cuántos hay que pese a su bagaje se hacen insoportables por su naturaleza tendenciosa, prepotente, inconexa, incoherente o profundamente técnica?.

Y no es únicamente buen conversador aquel que domina a sus interlocutores con la magia de su prosa fácil, fluida, dócil, enigmática o picaresca; no únicamente aquel que obliga a que le escuchemos absorbidos por su gracia o la forma brillante como trata el tema. Lo es también aquel parco individuo que respetando la secuencia y el esquema de su compañero de charla le lanza la pregunta inteligente y precisa en el momento adecuado, lo cual redunda en una renovación de bríos y motivación por parte de aquél y en una confirmación de su interés por parte de éste. Es, como se intuye, un magnífico escucha, lo que nos permite aproximarnos a otra de las características del buen conversador: su capacidad de escuchar, atender y respetar el discurso ajeno.

Precisión, malicia, convicción, sabor, humor, picaresca, emotividad, intriga, actualidad, sarcasmo fino, interés técnico o político son, en conjunto o por separado, algunas de las cartas de la buena conversación, que domina y moldea a su acomodo el que incurre acertadamente en ella. En un nivel similar de importancia a lo atrás esbozado, es también valioso cierta integridad anatómico-fisiológica y presencial por parte del expositor; ya sabemos lo que inoportunan ciertos defectos del aparato fonador o ciertos timbres equívocos de la voz o algunos olores impenitentes e incluso algunos tics desesperantes.

El buen conversador es coherente. Puede ser buen mentiroso, incluso ser buen imitador. Maneja bien la ironía y conoce o descubre los puntos que motivan al compañero y los explota. Utiliza bien los silencios y las pausas para renovarse o dar un viraje a su temática. Usa el chiste rápido y adecuado como recurso práctico de escape ante ciertas situaciones difíciles o comprometedoras. No necesariamente es parlanchín o bufón, suele respetar susceptibilidades y no acostumbra suscitar actitudes de conflicto entre su grupo. En síntesis, reivindica el don de la conversación como algo inmanente a la especie humana y exclusivo (???) de ella. Restablece su utilidad en el campo de la comunicación; revitaliza y devuelve la fe en las relaciones sociales; promueve el entendimiento mutuo, lima asperezas, estimula la curiosidad, fomenta el conocimiento y replantea los lazos de unión entre los hombres.

Hay que ver lo que es sentarse a plantear un mundo de naderías, sin ningún tipo de pretensión definible, al calor de unos afectos tapizados de palabras vigorosas y sentidas. Definitivamente hay que recuperar para el hombre el sublime placer de la buena conversación. Así ganaremos más y mejores conversadores y en consecuencia necesitaremos, (lo siento por ellos), menos psicoanalistas.

ACERCA DEL HUMOR

ACERCA DEL HUMOR

Emilio Albaerto Restrepo Baena

El humor es cosa seria. Es hora de reivindicar su caráter sublimante del espíritu, germen caótico por esencia y por esencia paradójica, pilar del equilibrio, ser amotinador de las conciencias, resquebrajador de las etiquetas, insurrector del orden. Hay que devolverle su majestad. Hay que estimular su naturaleza fundamentalmente subversiva, que parte del revolucionario principio de desbaratar las estructuras aparentes para recrear un nuevo orden interior.

Porque el humor intenta replantear un nuevo mundo, una novedosa forma de asumir las cosas. Se invoca lo ridículo para ver que lo cotidiano es en sí mismo ridículo y ridículos somos en nuestra aparatosa y forzada tendencia de hacer de lo elemental algo trascendental, de envolver con la coraza inflexible de la seriedad el transcurrir de todas las pequeñeces que constituyen nuestra forma diaria de proceder.

Y el humor se merece, se asume, se incorpora a la naturaleza de aquel y sólo de aquel, que está inconforme consigo mismo. No genera humor aquel desgraciado que acepta la norma como principio absoluto e indisoluble de comportamiento. Obliga a tomar partido. Arrastra en su grandeza. A su paso no hay carácter que no se doblegue ni fuerza que no ofrezca tregua.

El humor replantea la naturaleza de las relaciones del hombre consigo mismo y con el mundo. Es el termómetro de sus afectos, el catalizador de sus tensiones. Le imprime un ritmo diferente al hastío. Desenmascara el conformismo como engendro cómplice de la alienación.

Y para los que imponen la necesidad de trascender como contra-argumento a lo que consideran un escape superficial de tontos e inmaduros, el humor se defiende solo en su trascendencia. Porque el humor es trascendente. Trasciende porque le da un viraje distinto a la existencia, libera de tensiones y cargas inútiles a la inteligencia. Trasciende porque estimula en el hombre la necesidad de autocuestionarse en la medida en que se burla de sí mismo y de su entorno. Trasciende cuando socaba las estructuras débiles por su capacidad de horadar las bases endebles de lo aparente. Trasciende porque desenmascara la hipocresía y descorre el velo de la mentira. Trasciende porque por su peso específico es una formidable estrategia de penetración intelectual, un excelente vehículo de ideas y de conceptos.

El humor es un arma política eficaz. No hay contendor que no se doblegue ante su elocuencia arrolladora. La historia ha demostrado que puede más una carcajada masiva y burlesca que el más almidonado de los discursos, cuando se trata de imponer argumentos y crear impacto para llamar a terceros a una línea determinada de pensamiento.

El humor es un elemento tenaz para transmitir afecto, para establecer vínculos inmediatos y sostenidos. Se constituye en un recurso agradable y eficiente para captar y compartir simpatías personales y sociales. El humor se vislumbra como una tercera opción, más vivaz y carismática, cuando nos vemos acosados por la solemnidad y el conformismo.

Cuando la politiquería amenaza con acabar lo poco de dignidad que perdura en un pueblo y cuando la retórica intenta disfrazar vanamente la traición, la deshonestidad y la falacia, el humor se impone como una tabla de salvación para no sucumbir ante fuerzas de tan macabro talante.

El humor es enemigo del rostro adusto y del ceño fruncido. No acepta etiquetas ni formalismos; no comparte encasillamientos, ni acolita continuismos. Está en franca discordancia con la mediocridad, no acepta los dogmas, ni comadrea con el engaño, pasea de la mano con la inteligencia, la risa es su carta de presentación, la paz interior es su aspiración, el equilibrio es su filosofía, el hombre su razón de ser.

Es cierto que el humor se repite, pero es cierto que la vida en sí misma se repite, el oxígeno también se repite, el cielo y el mar son siempre iguales. Generalmente sus temas son las mismos, pero en la vida los temas son los mismos. La política es su adversaria favorita ( ¿es ésto una coincidencia? ¿será también ella una adversaria de la vida?); pero es que si no fuera por la coraza de seriedad que gustan vestir y por los aires que forzozamente asumen, los políticos serían los mejores humoristas aunque no falta quien esté convencido de esa afirmación. El sexo también se repite como tema vital del humor, pero el hombre siempre ha tendido a burlarse de lo que no conoce, de lo que no entiende o de lo que se siente incapaz. En ello mismo, la boca y el cerebro compensan agradablemente lo que otros órganos no alcanzan a culminar en forma satisfactoria.

La caricatura humana y la ridiculización de los caracteres también se acostumbraban. La burla y la exageración de los rasgos físicos y emocionales le permiten al hombre burlarse de sus congéneres y de sí mismo. Es una forma sutil de expresar rebeldía e insatisfacción por la gran imperfección humana, a la vez que propende superarse con sus propios medios a sí mismo y alcanzar niveles óptimos de realización, al mismo tiempo que se pasa un rato agradable.

En todo caso el humor llegó para quedarse. Es el último vestigio del pequeño-hombre-verdaderamente-humano que hay dentro de cada uno de nosotros (Bueno, de la mayoría). Es la última razón para regocijarse con la inteligencia, para tener esperanza, para justificar la tolerancia. Por él aspiramos a vivir en un mundo que nos respete y nos trate seriamente. El es el pasaporte a la verdadera trascendencia del espíritu, al ir más allá de las razones, al estar más acá de la felicidad. La carcajada justifica el humor, la vida lo reclama. No nos resignamos a estar sin él. Exigimos la ironía precisa, el sarcasmo perfecto y oportuno. Extrañamos el comentario fino ante el impertinente de turno, la salida inteligente ante el tirano que trata de asfixiarnos.

Preferimos la risa a la úlcera, el aplauso a las cadenas, el regocijo del espíritu a las imposiciones de los necios, la sal de la vida al almidón del alma.

Monday, December 25, 2006

LA NOVELA BREVE: UNA APROXIMACION AL VERTIGO

LA NOVELA BREVE: UNA APROXIMACIÓN AL VÉRTIGO

Por Emilio Alberto Restre B.
(Intervención en el coloquio sobre Novela Breve, convocado por Sic Editores, en Mayo 1 de 2004, Feria del libro de Bogotá)
I. Una aproximación a la estructura.

De entrada, partimos del hecho de que no tenemos una definición incontrovertible de Novela Breve, o Corta, o Nouvelle en cuanto a la extensión pues, indiferentemente, la limitan a 80, 100, 120 o incluso 150 páginas, sin precisar el tamaño de la letra y los espacios entre líneas. Nadie ha dictado cátedra ni ha sentado las bases unánimes e indiscutibles con respecto a su extensión, lo cual en sí mismo es un problema teórico a la hora de las definiciones académicas y al momento de diseñar sus límites y establecer sus diferencias con la novela tradicional.Creemos que la diferencia con el cuento largo está claramente definida, por lo que consideramos un tanto estéril el eterno lugar común del ejemplo pedagógico que se invoca ante obras como “El viejo y el mar”, “El coronel no tiene quien le escriba” o “El perseguidor”, que cumplen con todos los preceptos de cuento, al tener sólo uno de cada de los siguientes elementos que configuran la estructura teórica del cuento como género:
Entorno: Es único, claramente definido y limitado, con ambientes unitarios que no interactúan con otros, estrechos y de poca fuerza, que ceden a la acción, a los personajes o a la filosofía. En la Novela, Breve o Tradicional, el entorno casi siempre es variopinto, múltiple, salpicado de encuadres diferentes e interrelacionados, creados para darle fuerza a las otras variables. Los personajes entran y salen en distintos medios, con atmósferas cambiantes y diferentes.
Personajes: En el cuento hay un personaje principal único, fuerte y muy claramente identificable. Si existen personajes secundarios, son alternativos, un tanto comodines de éste, puestos allí para su servicio, para darle fuerza a la historia o relevancia a la filosofía. El cuento, por definición, no admite múltiples personajes. En la Novela hay personajes principales y secundarios que se entrecruzan al vaivén de la historia.
Historia: La historia en el cuento es generalmente un argumento único, sin entremezclas, sin esguinces, con una direccionalidad muy definida, aunque el estilo sea lineal o circular, consecutivo o a intervalos. El cuento convencional no admite la conjunción de varias historias y no hay interrelación entre ellas (casos excepcionales de cuento experimental en Cortazar o en Benedetti, no siempre con mucha fortuna, pueden enriquecer la discusión). En la Novela, aunque hay una tendencia argumental predominante que jalona los elementos adyacentes que la alimentan, usualmente hay varias historias colaterales, paralelas o alternativas que se encargan de reforzarla.
Filosofía: En el cuento la intención es única, definida, contundente, incontaminada. La dirección filosófica debe estar muy bien definida con un componente unitario y totalizante, so pena de sufrir distractores que ponen en grave peligro la unidad conceptual de su estructura. La novela se da el lujo de ser ecléctica, de alimentarse de variables múltiples, incluso dispersas, que giran un poco volátiles alrededor de la definición filosófica central; incluso, personajes antagónicos o contradictorios pueden ser voceros de conceptualizaciones absolutamente discordantes sin perder la dirección del vector matriz.En cuestiones de estilo, el cuento es mucho más limitado que la novela, sea breve o tradicional. Está condicionado por la fuerza de la historia o del personaje, no hay lugar a especulaciones, no puede faltar ni sobrar ningún elemento; cada metáfora, cada adjetivo, cada acción y cada definición deben obedecer a una intención precisa, que encaje perfectamente con el elemento que la precede y que la sucede. Si no se cumplen esas premisas, la estructura falla, la intención fracasa, se hace fácilmente cojo y carente, o recargado y redundante. La novela es mucho más amplia y receptiva; admite conjunción de estilos, desborde de posibilidades, combinación de recursos. El autor y el lector tienen mucha más libertad, más juego, menos límites. El error por exceso, desde que no sea garrafal y no atente contra los preceptos mínimamente razonables, se puede obviar o diluir en la vastedad, y el que es por defecto se puede compensar con la fuerza de un argumento, de una historia, de una frase, de un hallazgo. Del equilibrio de estos dos últimos conceptos, depende obviamente la calidad de la obra, pues no se puede abusar de ninguno de los dos extremos. En ese sentido, la novela es un poco más laxa y el cuento inflexible.

II. Vértigo como opción y motivación.

En los preámbulos de este encuentro académico sobre la Novela Breve, que nos congrega en el lanzamiento de los finalistas del Concurso Álvaro Cepeda Samudio, convocado por Sic Editorial, conversábamos con otros escritores aquí reunidos sobre el auge que está tomando la narrativa en los jóvenes escritores colombianos y, particularmente, en nuestra región antioqueña, en donde es prácticamente un fenómeno masivo; de hecho, tiene que llamar la atención que de diez finalistas de todo el país, tres son de Medellín, que además en una convocatoria reciente de cuento antioqueño realizada por la Gobernación, se presentaron más de ochocientos cuentos en poco más de un mes.Lo que pasa es que venimos de una ciudad marcada por el ritmo frenético que impone la violencia, que nos cambió el talante para siempre y nos talló el espíritu cambiándonos la forma de ver la vida. Acaso, también, robándonos un poco la inocencia, pero sometiéndonos al vaivén sin freno del día a día. Y no trato de revindicar el lugar común del tan carareado “empuje paisa”, que puede o no tener algo que ver con ello, sino con toda una generación que creció paralela al narcotráfico, a la delincuencia, al convivir diariamente con la muerte y la violencia, en un entorno que, con justicia, ya se conoce como “La ciudad de la Furia”.Una ciudad profundamente marcada por la crónica, por la tradición oral fuertemente reforzada desde la familia, con una necesidad de contar historias en todos los ámbitos de la cotidianidad, bien sea para hacer negocios, para ejercer la política, para matar el tiempo, para fanfarronear, para vender, para hacer reír o para enamorar. Además, el ritmo loco de nuestra ciudad nos llena de relatos que nos abruman a diario y que a los de otras ciudades los asombran por lo increíbles o, aún, por lo francamente inverosímiles para ellos, por no estar enseñados a vivirlas.Porque somos la sumatoria de mil anécdotas diarias, recurrentes y contradictorias, de vidas truncadas muchas veces sin justificación o sin razón aparente, sumidas en hechos de violencia extrema, de ingeniosas modalidades delictivas, de los pillos más malos y las almas más generosas, de los pobres más vergonzantes e indigentes y de las fortunas más estrafalarias, de la ciudad con mayor número de muertes violentas en el mundo, de los hospitales con más casos de heridos y accidentados que hace que vengan practicantes de medicina de todo el mundo a rotar por aquí, de las modelos más lindas y exitosas y los barrios más marginales y pauperizados. Así como hay cientos de sicarios, hay cientos de seminaristas y miles de damas voluntarias. Somos una ciudad de extremos; no hay puntos medios y eso se nota en las voces, en los cuentos, en las historias, en ese ritmo loco para inventar leyendas urbanas, para poner a rodar un chisme, para ensalzar a un político o para acabar con una honra. Y la gente trabaja y se la rebusca y se ríe de sí misma, y conversa y escribe. Aquí todo da tema. Distamos mucho de ser una ciudad intermedia tranquila y reposada en donde todos se mueren de viejos y no hay espacios para las sacudidas o para los movimientos bruscos de la rutina.Y eso se nota en el movimiento cultural, en los grupos de teatro, en la cantidad de agrupaciones musicales aficionadas, en el festival de poesía pluricultural y masivo, en las salas de cine a reventar, en las revistas literarias, en los talleres de creación, en los tertuliaderos, en los conversatorios. Y la gente está escribiendo, está creando, se está defendiendo un poco de la malevolencia reivindicando el espíritu, documentando la memoria urbana, dejando constancia de la lucha por la supervivencia en la recuperación escrita de la evidencia de la época en que nos tocó vivir. Y, ante lo contundente del ritmo urbano y lo vertiginoso del quehacer en el arte de conversar la vida y sobrellevar la existencia, se imponen como armas el humor la narración corta, entretenida y eficaz, el picante, la caricaturización del hecho cotidiano.Por eso hoy, al presentar mi novela breve “LOS CIRCULOS PERPETUOS”, trato de ser un poco el reflejo de todo lo que anteriormente expuse ante la paciencia y generosidad de ustedes. Hechos dolorosos y contundentes, en una ciudad que sobrevive a un ritmo sin pausa, con personajes contradictorios y conflictivos que se rozan una y otra vez, a veces sin conocerse, pero interactuando en la dinámica de una urbe que no se detiene nunca, protegidos de su propia desventura con el humor, con las obsesiones, con el odio, con el amor, con las pasiones, con el deseo de venganza, etc.

CRONICAS SOBRE RUEDAS

CRONICAS SOBRE RUEDAS
Emilio Alberto Restrepo Baena


PICAROS SOBRE RUEDAS


Hemos comentado en otras oportunidades la forma tan variada como se puede hacer uso del automóvil, adecuándolo a cualquier actividad humana, independiente de la intención que la motive. Los aspectos socialmente útiles de los transportes los conocemos de sobra. Hemos discutido también la utilización anómala e ilegal que de los vehículos se hace; hoy hablaremos de aquellos que utilizan los automotores para una suerte de hechos que son de difícil clasificación jurídica, ya que se debaten peligrosamente entre la legalidad y la marginalidad.

En nuestro medio son muy comunes los avivatos, aquellos seres privilegiados por la inteligencia, azuzados por la necesidad, estimulados por la estupidez ajena y bañados en el tibio manantial de la falta de escrúpulos. Es legendaria la astucia y la suspicacia de aquel especimen humano marcado por el sino del nomadismo, de la inmediatez, del hedonismo; sus armas son su mirada penetrante, su verbo poderoso, su intrepidez a toda prueba, sus rápidos reflejos, su sentido de la oportunidad.
Son aves de rápido vuelo y no escatiman cualquier ocasión para desplumar a los incautos.

Uno muy típico es aquel predicador religioso que se dice investido de un soplo divino, que se proclama por encima del bien y del mal y que pregona por todas partes el carácter espiritual de su prédica. Usualmente devuelve con una sola oración la voz a mudos que a duras penas contienen la carcajada; la fuerza en las piernas a paralíticos imposibles, fuertes como bultiadores; exorciza epilépticos, extrae demonios, saca sapos del cerebro y culebras de los hígados; canaliza en forma demasiado sagaz para la imagen que publicita la estupidez y el fanatismo de sus congéneres; luego reparte con sus socios las pingües ganancias y repite la actuación en otro pueblo, mientras las pobres beatas quedan convencidas de haber visto al enviado del señor, el alma pura de los comulgadores se fortifica para seguir luego injuriando a Dios y pisoteando al prójimo y las viejitas miran con pasión las estampitas y recordatorios del santo de marras.

Otro bellaco muy famoso era un enano que transportaba en un camión a tres prostitutas añosas, feas y varicosas pero de mucha chispa. Viajaron por muchos pueblos de Antioquia y de la Costa ofreciendo los servicios en el propio carro, que aunque destartalado, estaba acondicionado. Mucha gente aún los recuerda desde la época del oro, pues además del aspecto tan particular que representaba la caravana, eran ansiosamente esperados por los clientes y por los médicos, pues no fueron pocas las venéreas que diseminaron. Las viejas eran honradas y parranderas y el enano avaro y pendenciero. Todo terminó cuando un cliente, urgido y desplatado quiso disfrutar sin pagar. Aún debe estar el pigmeo pagando cárcel por las 20 puñaladas que le propinó. Después de eso, el negocio nunca prosperó; supe de una de ellas que terminó vendiendo tamales, gorda y desdentada a la salida del estadio de Medellín. El cadáver de otra fue a dar a una facultad de medicina donde fue reconocida por un médico que hizo el año rural en uno de los pueblos del recorrido.

Los vendedores ambulantes de rifas de autos lujosos, apartamentos en la costa y otras fantasías, son otros que se han hecho ricos vendiendo fantasías de pueblo en pueblo. Aún estamos buscando al primer ganador de un premio de esos...

Uno muy común es el cambalachero que carga con su almacén de baratijas a cuestas y que se desengüesa en todas las plazas públicas, de todo cuanto cacharro inútil puede imaginarse uno; le da gusto al campesino: "con tal de que sea barato, no importa que no sea bueno". Armado de parlante, riega en el suelo su mostrario y su parla hace el resto; hemos visto cómo vende brasieres usados, dos botas izquierdas, pantaloncillos de terlete en tierra caliente, almanaques viejos, etc.



Los vendedores de felicidad son también bastante conocidos: venden pócimas para al amor, amuletos y talismanes, echan mal de ojo, leen las manos, la ceniza, el periódico, adivinan la suerte, promocionan un mentol para aumentar la potencia sexual y el tamaño del miembro viril, tienen unos polvillos que administrados a las féminas de nuestra apetencia las excita y nos permite echarles los idem; en todas las poblaciones que visitan tienen público y por lo tanto éxito.

Para no extender más un tema tan conocido por todos, baste recordar que mientras exista gente que compre, habrá quien venda. Siempre habrá quien llene las expectativas que crea la ignorancia, la pobreza y la falta de imaginación. Y eso que hoy no hablamos de los políticos. Suspendemos aquí pues tenemos que salir de correría por varios pueblos.
..



ROMEOS AL VOLANTE

Durante siglos los poetas y juglares inspiraron los versos que componían a sus amadas en situaciones y cosas, palpables o nó, pero de indiscutible tradición romántica: La luna, el arroyo, el atardecer, el canto de un pájaro, e incluso presas anatómicas como el pelo, los ojos, las manos o la piel, pero siempre conservando muy juiciosamente los límites entre lo lírico y lo mundano.

Encontramos hoy una derivación de la poesía moderna que parece haber recibido su formación en las oficinas del INTRA, pues un aspecto de aparición constante en sus sentidos cantos es la presencia de un vehículo.

Estos modernos Romeos motorizados, a quienes uno no sabe ya si pedirles la partitura o la licencia de conducir, gozan de la aceptación popular y sus canciones son bastante conocidas.

Tal vez la primera canción que conocemos que ronda el tema, aunque en una versión bastante arcaica, es aquella del maestro Atahualpa Yupanqui que denota su preocupación nula por la lubricación y que hoy le acarrearía una multa por contribuír al ruido de la ciudad:

..."Por que no engraso los ejes,
me llaman abandonao,
si a mí me gusta que suenen,
pa' que los quiero engrasaos"...

En el extremo opuesto, Roberto Carlos, mientras hace severas advertencias a la amada que lo ignora, hace pública su protesta por lo que considera polución ambiental por estridencia:

..."El ruido enloquecedor de su auto,
será la causa obligada o algo así"...

Pero a Roberto no siempre le ha ido mal con las mujeres y los carros. Al comienzo de su carrera se montaba en los segundos para poder hacer lo mismo con las primeras. Recuerden "Mi cacharrito...".

..."Ustedes me perdonan
pero ahora yo me voy.
Existen mil muchachas
que quieren salir conmigo.
Y todo es por causa
de mi cacharro"...


Otras no han tenido la misma fortuna y sus vehículos han tenido serios desperfectos. Las canciones han plasmado su grito lastimero:

..."Yo le daba manivela...y nada,
le cambiaba batería...y nada"...

O más de malas Lizandro Meza que después de hacer una exhaustiva revisión de su carro, se encuentra conque:

..."Pipiripí, pipiripí,
es el ruido de mi carrito
que suena así"...

Vemos también como se han enriquecido las listas necrológicas de los cementerios, las acciones de las funerarias, los propietarios de los talleres de reparación y los que más han sufrido, además de los cantantes, son los novios, las madres y las compañías de seguros. Esto lo han narrado algunos artistas con la maestría apenas esperada de la crónica roja de un periódico sensacionalista bogotano. Recordemos a Alci Acosta:






..."Yo iba manejando,
iba a más de l00.
Era ya de noche
y no podía ver...
...Había un letrero de desviación,
el cual cruzamos sin precaución"...

En fin, todo termina como suponemos, ella en el cielo con alas y tocando arpa y él presa de remordimiento y del desespero por ciego, bruto, correlón e irresponsable. Y eso que no se le ha hecho la prueba de la bomba para conocer el estado de embriaguez. Creemos que no lo confesó todo. Hablando del pobre Alci, es conocido como el "asesino del piano"... En cada canción mueren trágicamente dos o tres personajes. No nos referimos por supuesto a su forma de tocar aquel instrumento, como podrían pensar algunos malintencionados.

El Caballero Gaucho nos cuenta la historia de un pobre diablo que mientras corre a recoger un juguete que un rico tira de un balcón, perece a manos (a llantas) de un auto fantasma. No se hasta donde, pero me parece ver un cierto aire de lucha de clases. Hasta comunista que será el tal Gaucho. También el maestro Alejo Durán se deja sentir con un canto que no sabemos interpretar, o bien, como la queja por un amor perdido, o como la denuncia de un secuestro:

..."Ay es que me duele,
es que me duele,
válgame Dios.
039, 039, 039
se la llevó"...

Así mismo, Piero utiliza el pretexto de un auto para hacer pública su crítica social y su envidia sexual:

... "Pasa un Mercedes con chapa extranjera, llevando la amante de un tipo cualquiera...
Pasa un Mercedes con chapa oficial,
llevando la amante de un general"...

Por último, está el aspecto contrario. La voz de un frustrado Pablo Abraira que respirando por la herida de proletario, grita a cuatro vientos su pobreza, cuando lo que necesita urgentemente es una cuenta de ahorros en el Banco de Colombia:

... "Yo no tengo carro,
yo no tengo casa,
yo no tengo nada,
pero estoy TRANQUILO"...

Dejemos la cosa aquí. Hay muchas más canciones de románticos motorizados. Para otra ocasión les prometo la letra completa de "Candonga de los Colectiveros", de Les Luthiers, "Bus Urbano", de los Amerindios y el "Blues del Autobús". Se que las disfrutarán.

A PROPOSITO DE LO NACIONAL

Si observamos con detalle algunas características de nuestro particular sistema de transporte, podemos concluír que no tiene nada que envidiarle a los tan promocionados y sofisticados adelantos técnicos que han hecho furor en Europa y USA.

Para demostrar lo anterior, veremos que no es necesario hacer ese derroche económico y tecnológico que hacen las potencias; basta una buena dosis de imaginación y malicia indígena para alcanzar el nivel de perfección del que ellos hacen gala. Incluso podemos afirmar que muchos de los descubrimientos que se ponen al servicio del gremio transportador ya tenían en nuestro medio su versión más precaria y no por ello menos eficiente. Incluso podemos jactarnos de ser precursores y descubridores de artefactos que ellos perfeccionaron y publicitaron. Todo ésto con el fin de demostrarle a los malos patriotas, que se ensañan contra lo nuestro y se dedican a despotricar de lo propio y a ensalzar lo extranjero, que aquí también se avanza en forma paralela a los países que van a la vanguardia.

¿Recuerda Usted amable lector, aquellos buses usados por el sistema Nazi para eliminar judíos? Nosotros tampoco. Pero investigando supimos que las víctimas eran encerradas en los vehículos, se les llevaba a un lugar desolado y allí, luego de cerrar herméticamente las ventanas, eran sometidos a los efectos de unos gases venenosos. Para la pesada broma usaban cianuro y otras dulzuras. Francamente, es propio de un macabro sentido del humor y de pésimo gusto hacer de los buses una cámara de gas ambulante. Pues bien, aquí no nos quedamos atrás. Incluso estando las ventanas abiertas, muchos de nuestros buses podrían competir por el premio "El Rey del Cachupe", en cuanto a la proliferación de pestilencias y hedores se refiere. Si Usted es valiente, arriésguese a montarse sin máscara de oxígeno en un bus urbano a las l2 del día; huele a campamento de gorilas, a carcajada de león, a vueltacanela de cura, a sobaco de cotero. Ni los de Buenos Aires escapan a tal situación. A ello contribuyen además los que encienden muy tranquilos un tabaco en un bus atiborrado de sudorosos pasajeros. O el niño que no controla su esfínter ante la amenaza de una diarrea inminente. O el borracho que vomita sin consideración de nadie.

También se jactan en las películas, de los vehículos que tienen T.V. o pantalla de cine para brindar espectáculo a los usuarios y hacer un viaje menos monótono. Aquí el espectáculo es real, en vivo y en directo, dejando por el suelo a los pretenciosos gringos; diariamente se ven a través de las ventanillas atracos, robos, disparos, puñaladas, a la altura de cualquier programa infantil norteamericano.

No faltan los mendigos con sus inverosímiles historias o con sus enfermedades desgarradoras e impresionantes que reemplazan con creces las telenovelas venezolanas o los programas médicos. Las escenas eróticas también se observan con cierta frecuencia y no son raros los musicales a cargo del talento nacional que diariamente destroza tímpanos en los buses.

Siempre nos han hablado de los casacarros, apartamentos rodantes aptos para el sueño, el descanso, el amor y todos los ingredientes de la vida diaria. Pues aquí también los hay. Recordamos a un paisa que consiguió plata siendo celador de un guardadero de buses, los cuales alquilaba por horas a las prostitutas que conseguían clientes y a las parejas de novios o de homosexuales. Era tan conchudo que les alquilaba incluso el colchón y les vendía trago y gaseosas. Además cobraba por dejar consumir vicio dentro de los buses, por guardar corotos de vendedores ambulantes en ellos, por esconder malandrines y por dejar dormir borrachos. Su buena estrella se extinguió el día que dejó que un tipo metiera unas cajas que contenían 80 gallinas: El plumero, la rila y el olor hicieron el resto y el negocio se derrumbó.

Son comunes en el extranjero las competencias de vehículos pesados. Aquí diariamente y en forma espontánea se organizan carreras de buses o camiones en las calles de la ciudad, con metas volantes en los chequeaderos y con bonificación al que más cristianos mate y más carros destroce.

Se habla mucho de los carros con chofer automático, que funcionan por medio de un mecanismo electrónico y de radar. Aquí los carros de los borrachitos saben el camino de regreso a casa; los de las señoras llegan sanos y salvos a los costureros mientras ellas se cuentan a gritos, de un carro a otro, la última chiva o el capítulo de la novela de la noche anterior; los de los amantes llegan indemnes a su destino mientras ellos cumplen al pie de la letra el precepto bíblico de amarse y multiplicarse.

Los buses de dos pisos, tan típicos de la vieja Inglaterra, tienen aquí su antecesor en el bus de escalera, que monta hasta 300 campesinos y 80 bultos en el capacete. Eso sin contar las "chivas" tan comunes en las costas que hacen proezas no menos impactantes.



En cuanto a lujo no hay por qué sentirnos apocados. Cada bus y cada taxi llevan cerca de 40 kilos de adornos y confituras haciendo de ellos cacharrerías y misceláneas ambulantes en el sentido más lobo del término. Hubo un Pisco que a su camión le adaptó sauna, piscina, gimnasio, pista equina, caballerizas, dormitorios, sala y estadero. El único problema fue que quebró porque no le quedaba espacio donde llevar la mercancía que le encargaban y porque le quedó un poco difícil ponerle ruedas a la finca donde montó el entable. Hoy está en el hospital mental convencido de que es un medicamento para el estreñimiento.

Como vemos, no tenemos por qué sentirnos menos que los demás. Tenemos que ser más conscientes de lo nuestro, apoyarlo, rechazar la penetración tecnológica y cultural del imperialismo extranjero. O.K.? ¡Thank you!.

UN LUCRATIVO NEGOCIO
La mendicidad ha sido a través de la historia de la humanidad un lucrativo negocio. Hay escritos griegos y romanos de siglos antes de Cristo que ya hablan de su existencia; incluso la biblia nos da testimonio de ello. Pero hay una sutil diferencia entre los mendigos de hoy y sus milenarios antecesores. Estos incurrían en el oficio como consecuencia de una clara e invalidante incapacidad física o una miseria libre de toda sospecha. Aquellos hacen parte de un gremio claramente definido al cual lo único que le falta para ser legalmente aceptado es personería jurídica, estatutos y sindicato y cuyos miembros, con honrosas excepciones, no son limitados, sino seres socialmente desadaptados con una irredimible e indomable vocación para la pereza y la improductividad y que han hecho del vicio de pedir, un oficio altamente remunerado.

Y no es que bajo una óptica fachista y carente de sensibilidad pretendamos desconocer lo crítico de la situación económica que actualmente afrontamos. No faltaba más. Sólo censuramos el papel de parásitos sociales que asumen algunas personas, quienes con un poco más de sentido común, espíritu y buena voluntad serían productivas. Pero es que estamos regidos por la ley del menor esfuerzo y nuestras decisiones están determinadas muchas veces, más por la sensiblería que por la razón. Y esto lo saben los profesionales del sablazo y lo aprovechan muy bien. Y cuantas veces sucumbimos ante el chantaje emocional que tan magistralmente nos aplican o ante el melodrama de una situación que sabemos irreal pero que no deja de conmovernos.

Y llega a tal grado su sofisticación que ya existen especializaciones; una de ellas es la de los motorizados. Son aquellos que mediante súplicas, o en un acuerdo con el conductor, o incluso "coliados", abordan a los pasajeros con la más variada gama de argumentos, que fluctúan desde los prolíficos, cuya camada nunca baja de los l5 hijos o hermanitos, según sea el caso, hasta los trágicos, condimentados con el asesinato de 2 o 3 personas allegadas y la infaltable presencia de un familiar en el hospital o en la cárcel en los casos más dramáticos y cuando ya vamos por los 40 gramos de lágrimas y mocos, rematan de tal forma el culebrón de historia con l0 días de hambre obligada y un punzante dolor en el alma tal que don Félix B. Caignet, el famoso autor de novelones, se escondería avergonzado por la sensación de incompetencia.

Son también ampliamente conocidos los cantores, aquellos aprendices de ruiseñores que aprovechando la especial circunstancia de montarse sólo en buses atiborrados y a las l2 del día, golpean inmisericordemente los tímpanos de los indefensos pasajeros que lo único que desean es llegar rápido y en paz a su casa y no escuchar esa algarabía de texto incomprensible.

Un espécimen muy clásico es aquel que parece extraído de un libro de dermatología, que al mismo tiempo que pone una cara de tristeza infinita, muestra con un deleite morboso y con riqueza de detalles hasta el último rincón de su llaga purulenta o de su costra adornada con las más variadas especies de gusanos e insectos, o la cicatriz de una puñalada de hace 40 años o el ojo de vidrio que según él, lo somete a torturantes dolores, al mismo tiempo que muestra una averiada fórmula médica con fecha de hace l0 años.

Otro muy común es el místico camandulero que reparte estampas de santos desconocidos o escapularios a cambio de un voluntario aporte.

Comúnmente se aprecian los que en nombre de ciertas entidades invocan la solidaridad y piden colaboración económica.

En fin, vemos cómo de tantas formas es explotada nuestra alcahuetería y la permisividad de un sistema que deja florecer este tipo de lacras sociales, sin facilitar ninguna solución de orden práctico que les brinde posibilidades, los reubique laboralmente o les dé oportunidad de reestructurar su vida, cosa que estamos seguros, muchos no aceptarían pues implicaría renunciar a su cómoda forma de ganarse el pan de cada día.


ESPANTOS SOBRE RUEDAS

Es bien sabido que algunas ánimas en pena son sometidas a un fatigoso e interminable peregrinar, en forma material o inmaterial, por los senderos de lo humano y lo divino hasta que sus faltas sean purgadas con suficiencia. Claro que no todas las almas de pecadores son sometidas a dicho castigo, pero hoy nos interesa hablar de las andariegas, las errabundas, aquellas que tienen que desandar los desolados y polvorientos caminos de la tierra hasta cuando sus fechorías sean amnistiadas y la paz retorne a su atribulado espíritu.

Y más específicamente nos referiremos a aquellos que han sucumbido ante el embrujo de lo técnico y para sus travesuras metafísicas utilizan el automóvil, demostrando así que las antiguas cadenas, los aullidos, los parajes solitarios y los vetustos caserones sólo hacen parte del pasado y que la tendencia que ahora impera en el más allá es la modernización, que avanza conforme a la civilización terrenal.

Y es que además la polvorienta sábana de antaño es sólo un elemento caduco que ya no les sirve para vestirse sino para desvestirse y acostarse sobre ella. O si no, que lo diga aquella hermosa mujer que suele aparecerse a las l2:00 p.m. en la avenida que pasa por el cementerio Campos de Paz y que deslumbra a los trasnochados conductores a quienes pide un aventón, los enamora con su belleza, les conversa y pasa con ellos una noche inolvidable; luego les pide que la dejen en una dirección determinada pero antes pide prestada la chaqueta al cándido tenorio. Al otro día, éste va a su casa y la madre de ella con extrañeza, enfado y lágrimas le dice que su fugaz dulcinea pereció hace dos años, que está enterrada en Campos de paz y que su vida no fue propiamente un dechado de virtudes (al parecer su muerte tampoco). El pisco se extraña e incrédulo va a la tumba y preciso: allí encuentra la chaqueta. Por lo menos si la castidad no es su fuerte, aún conserva su honradez.

O el del tipo que todas las noches ofrecía una bonita suma de dinero a los taxistas para que lo subieran a la loma de Pajarito a los ll:00 p.m. Muchos se negaban en vista de lo peligroso del lugar, pero otros aceptaban. En plena loma el carro se detenía inexplicablemente, el chofer lo creía averiado, nuestro espanto le decía que tenía deseos de orinar y se perdía por la manga, obviamente sin pagar la tarifa. El chofer, luego de mentarle mil madres y presa del pánico por lo tenebroso del sitio, lograba prender el carro y huir de allí para seguir trabajando... Así lo hizo varias veces hasta que un chofer que conocía la historia recogió al espíritu mión y mala paga, le dió juego, decidió seguir su rastro en la oscuridad hasta que descubrió una luz que después, y para resumir el cuento pues aún tiene mas detalles, resultó un cuantioso entierro.

También están las fondas camineras que deslumbran por su alegría al camionero novato, el cual hace allí un alto y disfruta de una juerga inolvidable. Al despertar, presa de un guayabo atroz, se descubre tirado en una manga con el camión y todas las pertenencias al lado, pero el bailadero escenario de la rumba no se observa por ninguna parte. Lo más extraño es que pierde una semana, es decir, despierta ocho días después del baile todo asustado y confuso, y sin poder explicarle a nadie el por qué de su desaparición. Lo más probable es que haya sido víctima de los llamados espíritus burlones.

Hace algún tiempo hubo un carro último modelo que pasaba pitando y con mucho escándalo a las l2:00 p.m. por Buenos Aires con rumbo hacia Santa Elena. La policía lo seguía y nunca le daba alcance. Sus ocupantes subían muchachas que al otro día despertaban en plena carretera sin saber como habían llegado allí, pero sin ningún signo de abuso físico o atropello sexual que delatara a un malandrín de procedencia terrestre. Alguien dice que es el auto de unos venezolanos que violaron a una joven y que borrachos se mataron en ese paraje, mucha gente cree haberlos visto u oído.


Se comenta de otros espíritus que desvían de su ruta a los camioneros, los guían por caminos desconocidos e interminables y les cambian el rumbo; así, por ejemplo, quien iba originalmente para Cali, termina en los Llanos o en la Guajira.

Algunos camioneros han aparecido muertos en un camión a orilla del camino sin señales de violencia, desnudos, sin evidencia de robo o intoxicación. Se cree que son víctimas de fantasmas que en forma de mujer les piden que las lleve, los seducen y cuando el conductor piensa haber alcanzado la dicha gracias a sus encantos varoniles, la espectral vampiresa se transforma en una horrible bestia, profiriendo blasfemias y alaridos hasta que aquel cae fulminado por el terror. (No sólo en vida dan guerra. Ahora parece que ni después de muertas dejan de producir desasosiego en el hombre).

P.D. En Medellín están floreciendo bandas de "espantos" que hacen que los autos desaparezcan como por arte de magia. Claro que sus métodos son más contundentes, actúan a plena luz del día y al igual que sus colegas del más allá, son un verdadero germen de desconcierto para los choferes.

DEFENSA MINIMA DEL CONDUCTOR
Ser conductor en una ciudad moderna es poco menos que una hazaña. Ciertamente tiene ribetes de odisea sortear con éxito los mil obstáculos que a diario interpone la selva de concreto a los profesionales del volante. Claro que para nosotros, los que estamos al margen de tan ingrata actividad, es muy fácil emprenderla contra ellos haciendo gala de aquella crítica mordaz y destructiva tan característica de nuestro pueblo. Es más sencillo apabullar con un comentario gratuito que entrar a cuestionar el verdadero motivo que determina tal o cual actitud.

Y si muchas veces los choferes han sido víctimas de nuestros improperios, justo es que reconozcamos hoy que en virtud a las vicisitudes propias de su oficio, el comportamiento de muchos ha sido provocado por mil y una causas que atentan permanentemente contra su estabilidad psíquica y emocional.

Recordemos primero la estructura de su trabajo. Parten de su casa muy temprano en la mañana cuando la gran mayoría de sus semejantes duerme plácidamente en la comodidad de sus hogares. Empiezan a recoger unos pasajeros, muy escasos por cierto, que con rostros huraños y gestos hostiles se preparan a cumplir sus obligaciones. Las posibilidades de diálogo son escasas. Las voces de gratitud, una rareza. Y desde este momento empiezan las presiones, los requerimientos sin cortesía, las palabrotas. El vehículo comienza a llenarse y la ruta a cubrirse.

Y éste es otro aspecto. Diariamente hay que hacer un monótomo, repetitivo y rutinario recorrido con una demarcación que no permite variantes ni posibilidades de creación, en carrera permanente contra el reloj y contra la voracidad de los compañeros desleales, en lucha constante contra ese monstruo del tráfico urbano, contra las variaciones climáticas, contra el mal humor de los ciudadanos (que al parecer es ya un mal crónico e incurable).

No hay posibilidades de progreso jerárquico. No hay una factibilidad de ascensos que motiven y fomenten el autoestímulo y el afán de superación. El único aliciente es económico y en escasas ocasiones, vocación de servicio al público.

Y en pleno cumplimiento del deber vienen los agentes de tránsito, muy queridos y responsables unos, ambiciosos, groseros y abusivos otros. En ocasiones entorpecen la labor de un conductor que lo que más desea es prestar un servicio eficiente. En otras circunstancias, aunque la sanción es justa, no deja de ser un factor de indisposición.

También asechan los cacos, aquellos infaltables individuos que quieren vivir a costa del sudor del prójimo y que en todo momento están pendientes para aprovechar el menor descuido y hacer de las suyas con los bienes ajenos. Aquí encasillamos a los "coliados", los cuales no tienen dentro de sus costumbres pagar pasaje ni pedir permiso.

No faltan los dementes que ya son vitales en el paisaje cotidiano de nuestras ciudades y que en medio de una euforia incomprensible y utilizando un lenguaje indescifrable, dan rienda suelta a su pasatiempo favorito: el tiro al blanco contra el parabrisas con los más diversos objetos, desde las piedras hasta los adobes, pasando por las varillas de acero e incluso su dura y amotinada cabeza.

Como en los tiempos antiguos, vemos hoy frecuentemente los duelos entre conductores, confrontaciones armadas de dos o más sujetos que sin padrinos ni reglas se la juegan entusiastamente a las puñaladas o a los machetazos. No importan los motivos: una mirada fea, un insulto, una atravesada en el carro, la guerra sin cuartel por acaparar un pasajero y otras pequeñeces suficientes para engrosar las listas de viudas y huérfanos, además de las de valientes idiotas, muertos en la defensa de un oscuro e incomprensible honor.

Son también víctimas del descaro del pasajero que paga con un billete de 2.000, de quien quiere montar un escaparate o un caballo al bus y se enoja porque se lo impiden o le cobran un recargo; del humo, de la bulla, de los mendigos, de las congestiones, etc.

Como puede desprenderse de lo anterior, es un oficio poco gratificante. No son tampoco unas peras en dulce o unos angelicales querubines. Son seres humanos que con sus defectos y virtudes piden ser comprendidos antes que vituperados, perdonados antes que ofendidos. Ya es mucha gracia mantenerse mínimamente equilibrados ante semejantes desestímulos, que en otras personas menos resistentes, sólo desencadenarían fenómenos neuróticos criminales o tendencias homicidas o suicidas.





SADICOS AL VOLANTE

Es innegable la utilidad del vehículo automotor en el proceso de desarrollo, socialización y expansión del progreso humano. Cuestionarlo sería estúpido además de inútil. Sin embargo, las cosas se evalúan no por su condición sino por el uso que de ellas se haga; es aquí donde irrumpe la tristemente recordada especie de los sádicos, aquellos despreciables pero pintorescos personajes que han utilizado el automóvil para satisfacer los fines más ruines y censurables que caracterizan su retorcida personalidad. Hay para todos los gustos, de todos los matices y de todas las tendencias aberrantes y criminológicas. Desde la banda de atracadores de bancos, mitificada por el cine de gansters y cuya figura más representantiva es la pareja de Bonnie y Clide que nacieron, vivieron, se desarrollaron y murieron para el crimen en un automóvil; hasta los asesinos a sueldo que hacen parte de oscuras organizaciones y que hoy ven desplazado el automóvil por otro artefacto más ágil, rápido y funcional: la moto.

Al margen del crimen organizado, se destaca el individuo de tendencias aberrantes que asecha a las parejas de novios en los parques públicos, los aborda y ejecuta actos de violencia sexual; o el tipo que frecuenta lugares públicos generalmente colegios, con su aspecto insospechable y manejando un auto que pasa desapercibido hasta que se descubre que nuestro hombre de la cintura para abajo está en la más absoluta almendra. Su truco consiste en llamar niños y preguntarles datos, direcciones, etc. Hubo en nuestro medio uno muy conocido en los barrios residenciales, que al parecer se mantenía acosado por el calor, a juzgar por sus escasas vestiduras y que resultó ser un conocido ejecutivo, con hijos y con un hogar aparentemente estable.

En otro nivel encontramos al que usa los vehículos para transportar objetos ocultos que de otra forma sería difícil movilizar, como estupefacientes, contrabando, objetos robados, personas secuestradas, e incluso, con un cierto dejo de humor macabro, cadáveres que estamos seguros se encontrarían más cómodos en un carro mortuorio y que terminan al aire libre en algún paraje desolado.

En términos más apacibles y más cotidianos nos encontramos diariamente con una serie de especímenes, que siendo estrictos, merecerían el calificativo de sádicos pues disfrutan de actos que son declaramente molestos para su prójimo, los cuales ejecutan con un inocultable placer.

Encontramos aquí al conductor que metiendo 350 personas en un bus urbano, coloca el último éxito de salsa a l0 de volúmen, mientras se fuma un cigarrillo tras otro. Sin consideración con nadie, se pasa 3 semáforos en rojo a l20 kms por hora y haciendo gala de lo refinado de sus modales acomete a insultos a los atribulados pasajeros que osan llamarle la atención; no crea que son extraños; aquí se dan en cantidades industriales y por generación espontánea.

También es común el que antes de conducir se toma el "arranque" de 18 cervezas y 25 "guaritos", o el típico hijo de papi que para descrestar a las 8 niñas y amigotes que lleva en el carro, anda a enormes velocidades, le quita el silenciador al carro y pitando le desea los buenos días a sus vecinos a las 3 de la mañana, con una eficiencia tal, que el gallo de las Acevedo se sonrojaría de vergüenza. Lejos de nosotros hacer apología a este tipo de comportamiento. Sólo queremos hacerlo reflexionar a usted amable lector y recordarle que estos indeseables tienen permanentemente a su alrededor una serie de pacientes personas que difícilmente se contienen de apretar sus manos contra su cuello y que de hacerlo, automáticamente subirían al pedestal de los héroes, reivindicadores de la dignidad humana
.

UNA PROPUESTA MUSICAL AL DIAGNOSTICO

Cuando uno como ciudadano corriente, del común, (léase peatón, contribuyente, quejumbroso doliente de la cotidianidad) enfrenta la necesidad diaria de transportarse, está en el riesgo permanente, o de morir en el intento o de perder la paz, el equilibrio y neurotizarse. Realmente el desplazarse genera estrés por múltiples razones de todos conocidas. Cierta responsabilidad en el aporte a esa descompensación la tienen los conductores, los cuales a su vez tienen múltiples razones para ser como son. Son una raza especial, un género humano aparte, con una delineación de carácter, comportamiento y personalidad sui géneris. Mucho han analizado tratadistas citadinos, teóricos sociológicos y antropológicos sobre esta situación y sus sesudos comentarios reposan polvorientos en el anaquel de tesis de grado de las bibliotecas universitarias. Diagnósticos cerebrales se han hecho muchos.

Hay unos filósofos argentinos, camuflados de músico-humoristas, conocidos como Les Luthiers, que han afrontado el fenómeno. Para ello compusieron un híbrido entre candombe y milonga llamado "Candonga de los colectiveros", que es como allí conocen a los conductores de colectivos y aquí se extrapola a ellos y a los choferes de taxi y de bus. Se advierte que cualquier parecido con la realidad es la pura realidad. Veamos:

(CORO). Semos los colectiveros
que cumplimos nuestro deber...

No se puede, yo lo siento
ni bajarse o subir
con el coche en movimiento
no me gusta transigir
salvo cuando son ancianos
los que quieren descender
que se larguen, si son sanos
no me pienso detener.

(CORO)

Plata chica no me queda
cuando tengo que cobrar
o me pagan con monedas
o se bajan, ¡que embromar!
Eso si ante la afrenta
de pagarme con diez mil
en monedas de cincuenta
doy el vuelto muy gentil

(CORO)

Corro siempre, nunca aflojo
con coraje, y con valor
si el semáforo está en rojo
acelero sin temor
Pero yo he metido el freno
yendo a gran velocidad
con el colectivo lleno
¡Doy porrazos de verdad!

(CORO)

Cuando llego a la vereda
me aproximo servicial
salpicando con la rueda
al que espera -¡soy genial!
si el asfalto está mojado
a lo lejos del cordón
nunca falta el apurado
que se ligue el tropezón.

(CORO)


Como ven, ni la situación ni la idiosincrasia cambian, desde el polo sureño, hasta nuestro extremo del continente. La misma impiedad, el mismo irrespeto por el prójimo, las mismas costumbres, igual insatisfacción ciudadana.

Ante tal estado de cosas, sólo queda anteponer el recurso del humor para defenderse de la agresión cotidiana, pues la otra opción, la violencia o el choque han mostrado históricamente resultados no muy satisfactorios; la tercera posibilidad, la concertación, la educación, el replanteamiento y la renegociación no tienen terreno abonado ante un gremio que se niega la posibilidad de la autocrítica y el cambio, en búsqueda del bienestar social.