Tuesday, April 28, 2020

El síndrome de la primera princesa - LATERALES MAGAZINE

Laterales Magazine - Medio cultural - Medellín




El síndrome de la primera princesa - Literatura



EL SÍNDROME DE LA PRIMERA PRINCESA                                                                                                                                      Emilio Alberto Restrepo*


Es muy común, más de lo que se reconoce en público, que los escritores participen en concursos literarios. Desde el punto de vista de la probabilidad matemática, lo más factible es que se pierdan, dado que el ganador es solo uno entre cientos, a veces miles, de participantes. A veces hay premios de consolación con un segundo o un tercer premio, muchas veces en metálico, otras con edición y otras veces se declara una lista de finalistas que según el jurado merecen ser exaltados. Casi nunca se gana, casi siempre se pierde, a veces queda uno en la zona fantasma de los seleccionados no ganadores en la recta final, alimentando la egoteca con publicaciones que de entrada descalifican al texto para seguir participando en otros concursos, pero uno se la cree, por el poder que tienen las letras impresas para estimular la vanidad y la sensación de que se están haciendo las cosas bien, de que solo fue que “nos faltaron cinco centavos para el peso”, de que la próxima vez puede que nos vaya mejor, de que hay que seguir intentando. Este es el llamado “síndrome de la primera princesa”, cuando se obtienen estos premios de consolación para el onanismo mental que uno piensa que son mejor que nada, pero que al final resultan siendo efectivamente poco menos que nada, tema de burlas a nuestras espaldas o de palmadas de felicitación en los talleres literarios y algo de aspaviento pasajero en redes sociales.

En 2019 me sucedió a mí, no gané ninguno, pero quedé de primera princesa en varios. Curiosamente todos en microcuento, genero en el que no tenía casi ninguna experiencia. Para no pasar solo el trago amargo del éxito tan obstinadamente esquivo, he decidido compartirlos con el improbable lector. Ya están quemados, no se pueden usar en otros eventos, entonces que sea un motivo para hacerlos públicos y de pronto hacer que alguien les encuentre un nuevo sentido.





1.     En el Concurso de microcuento de la Fundación Haceb – 100 palabras, 80 años contando historias –, en el cual participaron más de  500 microrrelatos, fui seleccionado con 2 relatos. Uno(DUDA) quedó de tercero, con placa, dinero y publicación, y otro(SALA DE JUNTAS) quedó de 9, entre los 100 publicados en las memorias del evento.

DUDA
Luego de la reunión con la chica, procedió a cortar los filetes con el cuchillo eléctrico, los ordenó cuidadosamente en el refrigerador, limpió las entrañas con la manguera del dispensador de agua, batió y licuó los aliños para adobar las carnes que iba a servir en el banquete, utilizó la picadora para hacer el paté con las vísceras.  Con aspiradora,  lavadora y  secadora, limpió todo vestigio de lo que había pasado aquella tarde en la alcoba,  sala y  cocina. Asepsia total. Satisfecho, el hombre se preguntó cómo demonios se practicaba la antropofagia antes de la invención de los electrodomésticos.


SALA DE JUNTAS
Los electrodomésticos definieron, en una electrizante reunión en la que  batieron y ventilaron  ideas, mientras aspiraban consensos,  licuaban conceptos y  congelaban propuestas,   que ya estaba bueno del predominio humano; a partir entonces ellos tomarían el control y reemplazarían board por  cerebro y chip por corazón, pues habían demostrado ser falibles, corrompibles y muy poco confiables. El fax emitió un comunicado, la impresora lo concretó, el bafle lo transmitió…En el momento de firmar el acta, Rosita-la-de-los-tintos tropezó y desconectó el transformador de la energía. La sala quedó oscura y en silencio y todo volvió a la normalidad.








2.     PARCHE CON RULETA RUSA, un cuento de mi autoría, finalista en el concurso "Échame un cuento" convocado por el periódico Q´hubo en septiembre de 2019. Quedó de 4to entre 250 participantes

PARCHE CON RULETA RUSA
Me llamó mucho la atención que ese parche del 31 de diciembre en el barrio, del que tanto escuché hablar, para mí fue el primero y el último.
Me llegaban cada año cartas y postales en las que narraban cómo había sido el del fin de año que pasó, cada vez mejor que el anterior, las llamadas daban cuenta de lo maravilloso que era estar en esa rumba, de lo que me estaba perdiendo, que cuándo iba a regresar y yo con las disculpas, que el billete, que el trabajo(en realidad los tres trabajos) que estar indocumentado, que mi novia mexicana(pero con papeles, esperando un hijo), y mil justificaciones que lo que hacían era demostrar un improbable retorno  cada vez más lejano.
(Hago notar que antes las fiestas eran reposadas, un tanto contenidas, pero desde que llegó Calofe al barrio, luego de un coronis, impregnó la cuadra de desborde, y desde entonces la francachela nunca volvió a ser la misma: desmadre total)
Hasta que un día retorné al barrio. Me había casado; como ella era ciudadana me hice ciudadano legal, el embarazo abortó, creo que por tanta trabajadera y esas estaciones a las que nunca nos acostumbramos. Nos desgastaron las culpas y los reproches, y en una rabia, apenas tuve los papeles, hice todas las locuras posibles, entre otras renunciar a 2 trabajos porque no me dieron el permiso y me vine para Colombia. ¡Era diciembre, me iba a tocar gozarme el parche que durante años me había sido negado!
Volví casi como un héroe de guerra, supe que me apodaron “Gringo” y se corrió la fama de que había regresado “atascado-en-los-billetes”. Era cierto que había ahorrado, tenía más que los muchachos que había dejado en el vecindario, pero distaba mucho de ser un magnate. Y lo que tenía me lo había conseguido trabajando como un burro, nada ilegal, mucho menos traqueteando.
Y supe que Calofe tenía mucha curiosidad de ver cómo estaba yo, no sé si marcando territorio, lo cierto del caso fue que se notaba un tanto retador y con aires de macho-alfa con ganas de demostrar quien-la-tenía-más-grande.

Resumo: Entre tragos, chanzas e historias, la gente fue tomando partido por mí, me veían más refinado y a Calofe como el cafre que era, nunca había sido mas que un aparecido que consiguió plata a punta de torcidos. Y se notaba. Fue un contrapunto total, el ambiente estaba tenso y prometía ponerse peor. Y se puso. Con decirles que al final me retó delate de todos a jugar a la ruleta-rusa y yo estaba tan prendido y tan asado, que acepté. Hicimos cada uno de a 4 disparos, haga de cuenta una final a los penaltis y en el último, la cabeza le voló en mil pedazos. Quedamos todos en shock.
Sobra decir que, entre policías y compinches, me tuve que abrir del parche y volví en-bombas a la USA con la mexicana. La encontré suavecita y aún vivo con ella. Les cuento: Está otra vez embarazada. Hay esperanzas.








3.     El microcuento OFICIO, de mi autoría, quedó en el segundo puesto  en  la convocatoria de la primera edición del “CONCURSO INTERNACIONAL DE MICRORRELATOS MÉDICOS AMIR", organizado por AMIR MÉXICO en colaboración con CITA EN LA GLORIETA y TOPmicrorrelatos. Me dieron un estetoscopio marca Littmann. Aquí está la noticia:




Aquí les comparto el microcuento:

OFICIO

- Bájese sin escándalo… deme las llaves, no quiero matarlo.
- Tranquilo, no me haga daño, no dispare.

No tenía opción. A tropezones, con una opresión en su pecho y una voz apenas más temblorosa que sus piernas, se bajó; viendo aquella mirada fiera, contundente, entendió que era un experto, un profesional.
Entonces, sin quererlo, lo miró a los ojos. Hubiera deseado no haberlo reconocido…maldijo. Se sintió miserable cuando se oyó balbuceando como un imbécil:
- Mendoza…¿no me reconoce? Soy el doctor Restrepo, el que lo operó cuando usted llegó herido al hospital. Recuérdeme, Mendoza; yo lo cuidé, nos hicimos muy amigos cuando usted casi muere abaleado.
- Claro que me acuerdo, médico. Yo estoy vivo gracias a usted. Pero usted estaba trabajando, hizo bien su labor... Ahora yo estoy en mi trabajo y hago muy bien mi oficio.

No sintió nada. Pensaba que las balas dolían al entrar y se alegró de que no fuera así. Le pareció muy duro el suelo y triste la forma cómo se diluyeron recuerdos, afectos, apegos, el orgullo, ese cuerpo que ya casi no estaba, ese líquido caliente que humillaba su hombría, ese frío que le desgarraba el alma....




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* IDENTIFICACIÓN DEL ESCRITOR
Médico, especialista en Gineco-obstetricia y en Laparoscopia Ginecológica.(U.P.B. , U. de A. , CES, Respectivamente). Profesor, conferencista de su especialidad. Autor de cerca de 20 artículos médicos. Ha sido colaborador de los periódicos LA HOJA, CAMBIO, EL MUNDO, y MOMENTO MEDICO, UNIVERSOCENTRO. Tiene publicados los libros “TEXTOS PARA PERVERTIR A LA JUVENTUD”, ganador de un concurso de poesía en la U. de A. (Dos ediciones) y la novela “LOS CIRCULOS PERPETUOS”, finalista en el concurso de novela breve “Álvaro Cepeda Samudio” (Cuatro ediciones). Ganador de la III convocatoria de proyectos culturales del Municipio de Medellín con la novela “EL PABELLON DE LA MANDRAGORA”, (2 ediciones). Actualmente circulan sus novelas "LA MILONGA DEL BANDIDO" Y "QUE ME QUEDA DE TI SINO EL OLVIDO", 2da edición, ganadora del concurso de novela Talentos Ciudad de Envigado, 2008. Actualmente circula su novela "CRONICA DE UN PROCESO" publicada por la Universidad CES. En 2012, Ediciones B publicó un libro con 2 novelas cortas de género negro: DESPUES DE ISABEL, EL INFIERNO y ¿ALGUIEN HA VISTO EL ENTIERRO DE UN CHINO? En 2013 publicó DE COMO LES CRECIO EL CUELLO A LAS JIRAFAS Este libro fue seleccionado por Uranito Ediciones de Argentina para su publicación, en una convocatoria internacional que pretendía lanzar textos novedosos en la colección "Pequeños Lectores", dirigido a un público infantil. Fue  distribuido en toda América Latina. Ganador en 2016 de las becas de presupuesto participativo del Municipio de Medellín, con su colección de cuentos GAMBERROS S.A. que recoge una colección de historias de pícaros, pillos y malevos. Con la Editorial UPB ha publicado desde 2015 4 novelas de su personaje, el detective Joaquín Tornado. En 2018 publicó su novela Y NOS ROBARON LA CLÍNICA, con Sílaba editores.
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Cuentos Leídos por el autor:
FB: Emilio Alberto Restrepo
Twitter: @emilioarestrepo
Email: emiliorestrepo@gmail.com

Sunday, April 26, 2020

Presentación del libro"LAS QUEBRADAS DE MEDELLÍN, una crónica poética", de Enrique Posada


Presentación del libro"LAS QUEBRADAS DE MEDELLÍN, una crónica poética", de Enrique Posada






























PRESENTACIÓN

Por Emilio Alberto Restrepo Baena

Nuestro País es privilegiado por tener un tesoro hídrico que lo hace una de las reservas acuíferas más destacadas del mundo [1]. A pesar de que seguimos contando con esta suerte y nuestros arroyos y riachuelos han sido la imagen de la naturaleza vital, un hábitat pletórico de flora y fauna, una permanente fuente de abastecimiento de agua, que equivale a vida, a movimiento, a salud, a frescura, las cosas han ido cambiando con el paso del tiempo. Y no necesariamente para bien.

Cuando Colombia hizo su transición de rural a mayoritariamente urbana, ya sea como consecuencia del desarrollo desaforado de la segunda mitad del siglo XX, o por desplazamientos forzados por persecución política o en medio de una lucha por la tierra, o por migraciones con motivación económica o por industrialización de las crecientes ciudades, empezó a perder contacto con uno de los referentes más apreciados de la cultura y el goce personal: sus ríos y quebradas.

A las sociedades que crecieron en las concentraciones urbanas a partir de los años 60´s y 70´s les tocó dejar de tener contacto con los caudales hídricos y los que empezaron a ver en su vida cotidiana ya no eran campestres ni limpios sino que se convirtieron en canalizaciones que vertían su corriente al río principal de cada ciudad y mutaron en vertederos de basuras, de desechos industriales y afluentes de alcantarillados, sacrificando los ecosistemas que ancestralmente crecían alrededor de sus cauces. Ya no fluía en ellos la vida, ya no se podía apropiar en su lecho de la lúdica de un baño refrescante que congregaba la familia y los amigos o de un día de campo en las praderas que reverdecían a sus orillas, o el divertimento de pescadores que gastaban horas enteras en sus riveras. Y ni qué decir de las lavanderas que se aposentaban en sus orillas a lavar la ropa ajena cuando esta función se hacía sin la ayuda de los electrodomésticos. Todas esas actividades están prácticamente erradicadas. Las nuevas generaciones las desconocen por completo.

Pero siempre queda la memoria y la búsqueda permanente del conocimiento, que es lo que genera la creatividad y las propuestas en los hombres que no se resignan al conformismo ni se sientan a renegar de los tiempos idos ni a evocar con desesperanza las buenas viejas épocas que ya nunca volverán.

De eso se trata esta propuesta de Enrique Posada Restrepo. Es una portentosa idea la suya de recorrer a pie metro a metro todas las quebradas de Medellín, y al tiempo que realiza un diagnóstico con su ojo de ingeniero entrenado, hace una recreación poética y literaria con su sensibilidad artística, expresándola en fotografías, gráficos, dibujos, reflexiones, propuestas y textos llenos de lirismo y sentido común. Y no se resigna solo a exponer problemas. Cada frase suya genera una solución, un pensamiento, una alternativa, una salida, para eso que es un reconocido líder en el área del reciclaje y la optimización con criterio ecológico de los residuos industriales. Porque, además, Enrique entiende que el hombre se debe apropiar de los espacios que habita, piensa con convicción que hay que conocer los entornos que nos acogen y con su sensibilidad ve poesía y pretextos para la creación en donde otros solo ven desechos y malos olores.

Muy valiosa esta obra. Desde el punto de vista del género, es inclasificable, porque toca con lo técnico, con lo literario, con lo filosófico, con lo pictórico, con lo ecológico. Es como el mismo autor, a quien algunos de los que bien lo conocen, lo definen como de la generación de los “últimos renacentistas”, por su descomunal capacidad de creación y docencia que tiene que ver con el dibujo, la música, la poesía, el emprendimiento, la fotografía, la crítica cinematográfica, la divulgación científica, la superación personal, las propuestas empresariales, siempre con el humanismo y la pedagogía marcando todos sus actos públicos o privados, siempre disparando conceptos y desarrollo, comprometido con la creación de empleo y la generación de oportunidades, lo que lo convierte, literalmente, en una “máquina-humana de ideas”, un “torrente de creatividad que nunca se detiene” (definiciones que en lo personal he escuchado sobre él y que comparto), además de dirigente gremial muy destacado y ser humano integral y sin tacha.[2,3,4]

Pienso que este libro debería ser conocido y degustado por muchas personas, empezando por nuestros gobernantes, que de manera tan oportunista se acuerdan de las aguas y los asuntos ecológicos cuando están recogiendo votos y después desechan los excedentes de las campañas a los lechos de los ríos, por el hombre del común que habita y padece los barrios con una quebrada a sus pies, por los amantes de la literatura y la poesía, por los defensores del medio ambiente, por los que creen, como Enrique, que no todo está perdido y todavía podemos aferrarnos a una esperanza, y luchar por ella, y disfrutar estéticamente con ella. Es encantador y asombroso ver cómo les da cuerpo a sus ideas, ser testigo de la lucha por sus utopías, mirar en primera fila su forma de amasar proyectos que parecen sacados del anaquel de las causas perdidas y ver cómo se materializan y alzan vuelo en cada nueva iniciativa, en cada texto, en cada conferencia. Este libro es la reciente muestra de esa lucha sin tregua en pro de la originalidad y en la búsqueda de la excelencia.

Pienso que esta obra es un trabajo monumental y quijotesco de muchos años que merece su espacio en la buena literatura sobre Medellín, en aquella que no tiene reflectores, pero que llega al alma del individuo y de la ciudad y tiene la capacidad de transformarlos. En aquella que brota de los espíritus sensibles para dejar huella, para provocar una experiencia estética genuina y una reflexión profunda que vaya más allá de los oportunismos, de las vanidades, de los conciliábulos. Debería rotar de mano en mano por colegios e institutos descentralizados, servir como hoja de ruta para encontrarnos a nosotros mismos, para deshacer los pasos equivocados, las esperanzas olvidadas, las ilusiones rotas. Este libro plantea una forma distinta de ver, de sentir y de apropiarse de Medellín como pocos lo han hecho.

Medellín, febrero de 2020

REFERENCIAS


Emilio Alberto Restrepo Baena es médico y escritor


Monday, April 06, 2020

Cuento "CACA DE PERRO" publicado en Ficción, La Revista

La publicación virtual Ficción, la Revista, que dirige el escritor y diseñador gráfico Saúl Alvarez Lara, publicó con motivo del confinamiento forzoso por la pandemia de Covid 19 una antología de textos alusivos en los cuales participaron los escritores Memo Anjel Reinaldo Spitaletta Paloma Pérez S William Rouge Veronica Villa Agudelo Saul Alvarez Lara y Emilio Alberto Restrepo






En este número aparece mi cuento CACA DE PERRO. Aquí lo comparto

Aquí, para descargar en archivo PDF:




También fue reproducido en el portal Las2orillas: https://www.las2orillas.co/caca-de-perro/ 



Lo pueden escuchar leído por el autor en este podcast, que ocupó el 2do puesto en el concurso MEMORIAS DE LOS DIAS RAROS, historias del confinamiento que convocó Red de Casas de Cultura de MedellínCasa de Cultura Santa Elena 





https://soundcloud.com/emilio-alberto-restrepo/caca-de-perro-cuento-podcast

Y tambien leído para el canal Teledonmatías:









CACA DE PERRO                                                                                                                

Siempre he sido un solitario, ni siquiera por falta de oportunidades, ni por feo, ni por deforme, ni por tímido, sino por estructura vital, por carácter, por convicción. No me gusta la gente. No me la soporto. Lo que pasa es que antes no se me notaba, porque en el trabajo yo tenía que interactuar con los clientes, presentarles las diversas opciones, evaluar sus necesidades, discutir con ellos los detalles y como se trataba de vender un producto, parecer amigable era importante, para cerrar el trato con una sonrisa que pareciera natural, escuchar con paciencia sus requerimientos para tratar de que la entrega final fuera buena y a entera satisfacción. Porque, ante todo, soy un profesional.

Mi rutina era la misma de miles de ciudadanos como yo. Ocho horas que a veces se iban a doce o a catorce en una oficina en donde nos ubicábamos entre cuatro y diez personas, de acuerdo a los convenios que hubiera establecido la empresa. Nuestro trabajo era la publicidad, el diseño gráfico, el marketing. Yo soy dibujante  y delineante y, por ser el de más experiencia, el encargado de dar el revisado final al pedido acordado. No me gustaba, pero me tocaba afinar personalmente los detalles para que el contratante supiera que su dinero había sido bien invertido y quedara contento.

Y así lo hice durante muchos años, hasta que llegó la pandemia y nos cambió las condiciones, la forma de trabajar, la manera de vivir y relacionarnos y todo se tuvo que hacer de manera distinta. Era algo obligatorio y, en justicia, necesario e innegociable. Lo primero, fue que los pedidos bajaron, muchas empresas antes solventes entraron en crisis, la economía cayó en una recesión y en ese momento de encierro masivo, a casi nadie le interesaba la publicidad ni tenía presupuesto ni interés en contratarla.

Entonces, el poco trabajo que caía, se hacía en línea y desde la casa de cada uno con concertaciones y mesas de trabajo virtual por teleconferencia. Y empecé a tener mucho más tiempo libre del habitual, me ahorraba el desplazamiento diario de ida y vuelta a la oficina, que me ocupaba al menos tres horas al día, más el tiempo necesario para organizar mi salida del apartamento.

Ya confinado en mi espacio, decidí que además de cumplir con los encargos de mi trabajo, iba a hacer algo de ejercicio, entonces decidí caminar dentro de mi unidad, en un circuito circular por el sendero. Era lo único, pues el sauna, el turco, la piscina y el gimnasio habían cerrado por la contingencia. Para no conversar con nadie ni tener que saludar a esa gente babosa, rechoncha, maloliente y maleducada que se obstinaba en preguntarme por cosas de mi vida, subía y bajaba por las escalas hasta el piso 15, que era en donde vivía. Y así lograba sacarle el cuerpo a las personas. No me interesaba para nada socializar. Aprovechaba también para reforzar mi entrenamiento y no tener el riesgo de contaminarme con ese virus apestoso que le licuaba los pulmones al que infectara. No tenía mucho miedo por ello, pues nunca había fumado, mi aseo era continuo e impecable, me alimentaba de manera orgánica y muy sana y a mis cincuenta años estaba en perfectas condiciones físicas. Además usaba guantes,  tapabocas y gorro aislante para mi pelo, no fuera que el microbio se me pegara, ya que había muchas personas que tosían por todas partes e impregnaban el ambiente de bichos e inmundicias.

Todo iba bien, adaptado a la nueva dinámica de cosas, conforme de cómo se iba presentando el día a día, hasta que pisé sin darme cuenta la caca de perro. Fue horrible y asqueroso llegar a mi sala de manera desprevenida y tranquila, cuando el mal olor y el rastrillón en mi alfombra me demostraron que mientras trotaba, en la oscuridad del sendero, algún sarnoso había depositado su repugnante mojón de mierda y yo lo había pisado. La suela del tenis me lo confirmó, y en ese momento creí que se me reventaba el cerebro de la rabia que me poseía y que el corazón se me quería salir del pecho del coraje que me alcanzó a invadir. Ni siquiera era culpa del asqueroso animal, él tenía que hacer lo suyo, el problema era de su dueño, que con seguridad era un verdadero cretino que no se había molestado en recogerlo. Tratando de calmarme, procedí a limpiar la alfombra y conteniendo la repugnancia, a lavar el calzado. ¡Casi no despercudo esa cochambre! Estuve tentado a cortar el pedazo de tapete, a embolsarlo junto con mis zapatillas deportivas y botar todo a la basura, pero les tenía gran cariño, eran unos zapatos muy cómodos, especiales para el jogging, muy anatómicos y se me adaptaban de manera perfecta. Los había medido milímetro a milímetro con mi plantilla personal y no eran fáciles de conseguir ni siquiera en tiendas especializadas. Luego de eso les eché jabón, aromatizante, alcohol, los lustré con pañitos húmedos, los dejé ahumando en sahumerio, hasta que pude ver que estaban sin rastros del accidente.

La situación era insoportable, no me podía quedar tranquilo sabiendo que cada noche podría pasarme lo mismo, entonces decidí bajar a hacer una evaluación del problema. Me puse unas babuchas casi desechables cubiertas con polainas, agarré la linterna y bajé al primer piso, revisando las áreas comunes centímetro a centímetro. Lo que sospechaba: otras cuatro cacas de perro. Nunca había tenido conciencia del asunto, pues no permanecía en mi unidad por lo del trabajo y era la primera vez que me tocaba enclaustrarme, pero entendía que había que hacer algo. En ese momento vi que una niña venía con su mascota, hizo su deposición y ella procedió a recoger el material en una bolsita que tiró al pote de desechos. Muy juiciosa, lo hacía de manera natural y fluida. Estuve un rato parado junto al parquecito oculto por la penumbra, y vi que otros dueños hicieron lo mismo. Casi todos hacían lo correcto. Hasta que llegó un señor barrigón, con dos enormes perros que deambulaban de manera libre y juguetona por todo el espacio. El tipejo cotorreaba por celular y al parecer estaba hablando de algo que no podía hacer en su casa, pues decía “que su esposa estaba pendiente, que había que esperar, que no era su problema que le tuviera que tocar quedarse sola el fin de semana por casi un mes sin poder salir, que dejara de ser inconsciente, que él le había dado mucho gusto, que no tenía por qué hacerle reclamos,” y mientras tanto, los animales dejaban su reguero de excrementos por varias partes. Al colgar de manera brusca la llamada casi a los gritos, llamó con un silbido a los perros, quienes le obedecieron de una.  Empezó a dirigirse al ascensor y no hizo ningún intento de recoger la porquería. En ese punto salí de mi refugio y le dije sin alzar mi voz que por favor sacara una bolsa para limpiar el sitio. El tipo se dio vuelta, me miró con desprecio, escupió en el suelo, me dijo que me ocupara de mis asuntos, que dejara de ser sapo, que no fuera metiche y que si me interesaba tanto la limpieza, que los recogiera yo. Y que cuidara mis modales y tuviera cuidado, ¿que acaso no sabía quién era él?

Quedé absorto, anonadado ante tamaña desfachatez, a la puerta del ascensor de la torre 2 que cerró en mis narices. Vi que se bajó en el piso 21. Me dirigí luego a mi torre, no salía de mi asombro, pero sentí que mi pasmo inicial estaba mutando en furor. Me encontré con uno de los ronderos y fingiendo una tranquilidad que no tenía, le pregunté que quién era el señor de esas características, el de la barrigota y los dos perros. Me dijo que era el doctor tales, un magistrado del Tribunal Superior, una persona muy importante y muy influyente en la junta de administración de la unidad. Salía mucho por televisión y por la prensa, anotó.

Desde ese día, cambié la distribución del tiempo de mi encierro forzoso. Decidí pasar sentado en una banca haciéndome el pelotudo entre 7 y 11 de la noche, que era el lapso en que solían sacar a la mayoría de las mascotas a pasear, aprovechando los 20 minutos de gracia que daba el decreto oficial. Me aprendí el horario y el comportamiento de todos. Volví ver al gordo despreciable, ya hablando en términos cariñosos con su mozuela, siempre sin recoger lo que le correspondía. Salía muy tarde, al parecer para que nadie lo pillara ni lo cuestionara. O sería que su enorme panza no lo dejaba ni siquiera agachar. Y detecté además otros dos que tenían la misma costumbre, repulsiva e irresponsable. No les importaba, estaban más pendientes de tomarse docenas de selfies estirando la trompa, como hacía la muchacha del 12 o mirarse en el vidrio del gimnasio en todas las poses, como hacía el narciso del 17.

Traté de hablar con el administrador, llamándolo de manera anónima, pero me dijo que en la unidad eso no ocurría gracias a su gestión, que la asepsia y la limpieza eran totales, un ejemplo para mostrar en la ciudad. Le escribí desde un correo apócrifo y un nombre falso al presidente de la junta poniéndolo al tanto de la situación, y me respondió de manera descalificadora, diciéndome que el mundo se estaba muriendo de una pandemia, que el país entero se derrumbaba en una crisis económica, que la sociedad estaba atemorizaba y encerrada a la fuerza para que yo me preocupara por una simple caca de perro, que era el colmo, que cogiera oficio, que me ubicara. ¡Plop, quedé en shock!

Entonces puse manos a la obra. En mi cuarto útil tenía un veneno que había comprado para controlar una epidemia de ratas en la finca de mi madre cuando estaba viva. Vi en la etiqueta que estaba vencido, pero no me importó. Con doble guante y una jeringa le inyecté a unos trozos de carne que partí en pedazos chiquitos. Uno a la vez, pequeñas cantidades, finamente cortadas. Dosificadas, no fuera que se me juntaran varios perros muertos en un solo envión. No era culpa de los animales, es cierto que me conmovía un poco por ellos, pero me dolía más su encierro en apartamentos atiborrados de cosas, en poder de dueños idiotas y sin conciencia. En el fondo era una salida humanitaria a una existencia sin valor, de animalitos enjaulados y prisioneros que iban a descansar de una vida que no tenía sentido ni era para nada halagüeña. A la larga me lo iban a agradecer, sé que estaba haciendo lo correcto. Hice lo posible para no escoger al perro equivocado, me acoplé a los horarios de sus dueños y como era evidente que estaban tan ocupados llamando, o tomándose fotos o mirándose al espejo, era muy fácil, pues no estaban pendientes de cuando yo hacía la forma de darle la ración a cada uno, en silencio, desde mi rincón en la sombra, con una semana de diferencia cada intervención. Nadie relacionó los eventos, me imagino que cada cual manejó su duelo de manera individual, no se generó alarma colectiva y al parecer nadie pensó que las muertes en serie pudieran tener que ver con una única motivación. La mía.

Al gordo arrogante le di un tratamiento un poco diferente. Por su trabajo de magistrado, tenía salvoconducto para salir varias veces a la semana, pero desde los jueves se encerraba en su apartamento. Aprovechando un lunes festivo, mandé comprar a domicilio varios kilos de una carne barata y gorda, llamada tres telas y basado en un tutorial de youtube para abrir carros con una bomba de sanitario, se los metí a la maleta de su camioneta. En su punto de estacionamiento no hay perspectiva para las cámaras y todo se me facilitó. Como sabía que no la abría hasta el martes para ir a cumplir su función en el tribunal, le dejé esa podredumbre haciendo ebullición entre jugos y gusanos, para ver si la putrefacción que le iba a obligar a la pérdida total de su carro le ablandaba un poquito el espíritu y le abría el corazón, si no a la bondad, por lo menos a la cortesía y al respeto. Pude ver que después de tamaña sorpresita, una grúa lo tuvo que sacar de la unidad. Hasta la fiscalía llegó, pensaron que era un muerto embolsado. Han pasado algunas semanas y nadie parece saber nada del asunto en el conjunto residencial. Ni los guardianes, tan lengüisueltos e indiscretos ellos, tocan en tema.

A ese mismo gordo infame, me lo he encontrado varias veces en el patio, no parece reconocerme y saca su otro perro en silencio, con traílla y ya no habla por celular. Es más, me ha saludado con un gruñido impersonal y genérico y un movimiento de cabeza. Me ha parecido un poco tristón, anda más lento y cabizbajo, algo inusual en él, me da la impresión que es más por su amante ya distante y enojada que por su perro, pero hablando con voz más baja y menos presuntuosa. Se ve que lo corroe una especie de pesadumbre. Creo que quedamos en ese punto, no veo necesario tomar otras medidas más drásticas con él. Está tranquilo, ojalá le dure, por su bien.

La cuarentena se prolongó por un total de 2 meses. Inicialmente, estaba programada para 20 días. Me llama la atención que no he vuelto a ver caca de perro tirada en el piso en la unidad. La gente está como muy juiciosa, cada uno en sus asuntos. Yo continué dando mis caminadas nocturnas sin novedad. También seguí en mis labores de teletrabajo en medio del encierro forzado, porque, ante todo, soy un profesional. 

NOTA: si lo quieren ver y escuchar leído por el autor para TELEDONMATÍAS:





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La serie CONSEJOS A UN JOVEN COLEGA,  de Teledonmatías: