“Duele decirlo, pero no hay forma de ocultarlo. Estamos acorralados por la envidia, acosados por la mezquindad, retorcidos por el resentimiento, doblegados ante la pequeñez.
Y se supone que somos formadores académicos –y en valores- de los futuros profesionales del país en uno de los claustros más respetados por su historia y tradición. Y se supone que como Magíster, P.h.D y doctores que somos, todos súper especializados, hacemos parte de una élite intelectual privilegiada que constituye menos del 0.1% de la población. Y no somos muy distintos a personas de bajos estratos y mínimas oportunidades que se agarran a los gritos e insultos de la más baja estofa, mientras se mechonean y se agreden físicamente. Pero a diferencia de ellos y para empeorar el asunto, usamos las más sucias armas, la hipocresía, el comentario rastrero, la intriga a nivel del decano o del senador, la puñalada sobaquera. Con el agravante de que tenemos la obligación de dar ejemplo, de ser un modelo y un referente para las generaciones que estamos educando, para los cuales somos un paradigma.
Pero bajo la superficie ornada de títulos y diplomas, no hay nada. O sí lo hay, una cochambre corrupta y perversa que refleja lo peor de la condición humana. No toleramos que el colega brille, que el amigo triunfe, que el alumno se destaque. Todo lo que no pase por nuestro meridiano no es digno de ser avalado, es merecedor de la desconfianza y el resquemor, de mancharlo con el velo de la duda que daña y pone en tela de juicio su verdadero valor.
Hay que ponerle la zancadilla al otro. Hay que estigmatizarlo con el rumor, hay que degradarlo con la conseja, hay que desvalorizarlo con el chisme.
Si solicita un sabático, hay que ponerle talanqueras. Si presenta un proyecto de investigación, hay que hacer circular el fantasma de la corrupción. Si propone una publicación, hay que ponerla a patinar en el pantano del supuesto plagio. Si el colega sale a intercambios al exterior, es un parásito oportunista; si sale a dar declaraciones en los medios, es un vulgar pantallero; si es consultado como experto para emitir un concepto técnico, es que tiene muy buenos padrinos y es puro bla-bla-blá. Nunca estamos contentos, nunca nos alegramos por el compañero de oficina, nos duelen sus triunfos, su ascenso es una estocada a nuestro corazón corroído por la envidia.
En ocasiones duele saberse parte de la pandilla. Saber que muchos de los trabajos presentados a las revistas son robos a la investigación de los estudiantes, que muchas de las publicaciones son malas traducciones o reversiones de otras precedentes, que las hacemos sólo por ganar puntos y méritos y engrosar la hoja de vida para mejorar el sueldo y el cheque de pensión. Saber que el compañero de la oficina de el lado fue el que inició el proceso disciplinario con un comentario anónimo, o el que empantanó la comisión de estudios en el exterior por un voto negativo sin ningún motivo válido, o el que vetó la publicación del artículo negado a cualquier corrección, o el que calificó negativa la tesis de grado destacada pues ponía en peligro su tradición de experticia en el tema tratado.
Pero no podemos engañarnos a nosotros mismos. Nuestras noches pobladas de insomnios nos pasarán la cuenta. Algún día y de alguna forma, tendremos que rendir cuentas por ser malos compañeros, por ser carroñeros del otro, por regocijarnos de sus desdichas y muchas veces ser provocadores de ellas. Tanta iniquidad no dura mucho tiempo, no hay espíritu que la resista y tarde o temprano los malos olores delatan el cadáver en descomposición. Y entonces la verdad sale a flote y se puede recuperar la esperanza y volver a comenzar de nuevo.”
Publicado inicialmente en la Revista DYNA, de la Universidad Nacional, Septiembre de 2009:
http://dyna.unalmed.edu.co/es/ediciones/159/editorial/Editorial159.pdf
CODA:
Algunos amigos me sugirieron que pegara como ñapa el texto PLEGARIA POR UN TRABAJADOR DE LA SALUD, también de mi autoría, que ahonda un poco más en la reflexión, esta vez específica a las profesiones del área de la salud, pero aplicable a otras disciplinas. Este texto ha tenido una amplia difusión en las redes sociales y en las carteleras de los hospitales
PLEGARIA POR UN TRABAJADOR DE LA SALUD
El
paciente debería ser lo más importante, nos repetimos a diario
Y
sí, debería serlo…sin duda alguna
Si
no lo es…por lo menos la ética o el colegaje
o si no es mucho pedir, el
respeto por el otro
deberían disimularlo
Si
lo anterior no basta
por lo menos deberíamos hacer bien el
trabajo aunque sea por un sueldo vil
-eso juramos y a eso nos comprometimos-
pensar en armonizar un equipo o mínimamente, respetar al compañero
-aunque sea por fingir que nos respetamos a
nosotros mismos-
Si
todo ello sigue siendo muy difícil
no
deberíamos andar por allí pisoteando honras, llevando quejas, armando entuertos
ni clavándole el cuchillo al vecino, ni
escudando nuestra mezquindad
en la zancadilla, la trapisonda, el chisme,
la puñalada trapera
Si
aun así no es suficiente
no deberíamos refugiarnos en la falsedad ni en
el comentario rastrero
ni en la conseja que insulta la intensión que
pusieron nuestras madres
cuando depositaron sus mejores sueños y toda
su ilusión en nosotros
Y
si de todas formas lo hacemos
por lo menos deberíamos tener estilo:
calumniar sin faltas de ortografía, tener dignidad y altura hasta para denigrar
del otro
Y
si aun así ese monstruo que nos habita nos obliga a regurgitar hiel y
resentimiento
deberíamos
renunciar a la memoria
retirar los espejos que nos reflejan y nos
hieren con esa imagen poco menos que patética
evadir
las plegarias que nos infaman de hipocresía
escupir
los actos de contrición que repetimos una y otra vez
maldecir
las veces que comulgamos y juramos en vano
Y rogar a Dios que nos perdone y tenga piedad
de nuestras pobres almas
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