A Jipi, palmípedo tenebroso
A julián, plumífero feroz
Emilio Alberto Restrepo Baena
Los Patos eran personajes muy importantes dentro de la vida del barrio. En el libro de Antonio Montaña, "Fauna Social Colombiana" los definen como colados, seres que sin invitación se infiltraban a todos los sitios donde hubiera algo que hacer o que celebrar.
Nuestros Patos, además de la anterior, tenían otras connotaciones. Pato no solamente era el colado, también era el pegajoso, incluso el vago. El Pato estaba en todas. Una de las características que lo definen es el oportunismo. Siempre aparece en el momento preciso, cuando el carro va a salir, cuando destapan la botella de aguardiente (“guaro”), cuando van a servir el sancocho o la fritanga. Por el contrario, siempre desaparece, como por arte de magia, en el momento de recoger la cuota ("hacer vaca") o pagar la cuenta. Él busca compensar su falta de aporte económico, tratando de aparecer servicial, incluso servil. El Pato es muy acomedido, incluso hace labores que otros rechazan: carga cajas, prende fogones de leña, sirve trago, hace mandados. Otra característica del Pato es que no genera mucho rechazo. Todos lo acolitamos, incluso fomentamos su existencia, pues generalmente es un tipo muy buena persona, chistoso, conversador agradable y buen amigo. Sin esas características no sería Pato. Acaso, si mucho, clasificaría para remedo de vulgar lagarto, ser mucho más repulsivo y fastidioso. Pero no. El pato es fundamental dentro de la fauna del barrio. Nadie como él para el trabajo sucio en los paseos, para dar lora graciosa (hacer miserablemente el ridículo) cuando está prendido (copetón o farriado), bajo los efectos de la marihuana (trabado), o para servir simplemente de fiel compañía.
Era típico que en las acampadas al Limón, a San Carlos o a Cisneros, los Patos (Recuerdo ahora a "La Roya", a "Paja", a "Pepito") se aparecieran con una media de guaro casi vacía. "Aquí traemos la cuota" decían soltando la carcajada y nosotros ya sabíamos que todo el paseo seguía por cuenta nuestra. Sobra decir que les sacábamos jugo, (los "cogíamos de parche") y tirábamos risa todo el paseo de cuenta de ellos. Hablando de "Paja", pato memorable y de excelsa categoría, fanfarroneó (también se dice cañó o chicanió) durante 2 años con que se iba para la marina, a trabajar en un crucero por el Caribe. Luego nos dimos cuenta de que el famoso transatlántico era aquel que vino a Cartagena con un cargamento de parejas de cacorros; como chiste se decía que los más varones del barco eran Juan Gabriel y Miguel Bosé. Hasta ahí le llegó la honra al pobre Paja. Aún debe tener las orejas calientes de todo lo que los lenguaraces del barrio han despotricado de su fama y de su esfínter.
Una variante muy especial de pato fue la que constituyó en Belén el "Loco Mejía", pues nunca se delimitaron con exactitud sus características de pato, vago, demente y mendigo. Marihuanero desde muy joven, hijo menor de una familia pudiente, criado y mimado por tías y hermanas, nunca sirvió para nada socialmente útil. De buena presencia física, era bebedor, bailarín, muy conversador y parrandero. De tanto "soplar" parece que se enloqueció (se rayó, se totió, se corrió) y le dio por vivir en una esquina del barrio Granada. Allí cantaba, hablaba solo, peleaba contra sus alucinaciones y cuando estaba de buen genio contaba cantidad de historias, demasiado razonables y coherentes para su supuesta locura. Hasta chistes le sacaron; Polilo (otro pato brillante) se adjudica aquel famoso chiste que luego se extrapoló a otros locos de Medellín: "Supiste -preguntaba Polilo entornando las cejas con aire de preocupación- que al "Loco Mejía" lo encontraron en una caneca? - ¿muerto!!?. preguntábamos angustiados por el sorprendente anuncio - no, ¡cagando!! respondía, mientras se reía mostrando un mueco enorme en su dentadura. Ese tiro hizo carrera y en todos los barrios se lo contaban a uno protagonizado por el bobo propio de cada sitio.
Volviendo al "Loco Mejía" se pegaba en todas las bebas de esquina, en todos los sancochos de cuadra, goteriaba en todos los bailes. Al principio la gente lo toleraba por miedo, luego se acostumbró a él. Un buen día, luego de morirse sus dos hermanas, como por milagro se alivió, se afeitó su barba de profeta, se bañó y se fue a vivir a su casa de la 76. Hoy es un ciudadano "normal y sano". Ya ni pato es...
Casi todos los patos compartían el estigma de "gotereros"(Expertos en beber a expensas de los demás). ¡Hasta petróleo tomaban si creían que era trago y si era gratis!. Recuerdo que una vez a Absalón, conocido como el Rey de los Ánades del Barrio, que olía una botella de aguardiente a l0 cuadras, le hicimos tomar un tequila asqueroso que el papá de un amigo trajo de Méjico. Lo que no le dijimos era que habíamos sacado la mitad del contenido de la botella y en su lugar le habíamos echado "agua de mípalo al 25%" (léase orines o vulgares miaos). Cosa curiosa, mientras nosotros nos sosteníamos el estómago presa de una risa desbordada, él estaba convencido de que nos reíamos de sus chistes. Facilito se tomó la botella entera, se amarró una borrachera de todos los demonios, vomitó 3 días seguidos y a la semana volvió a preguntar si todavía teníamos de ese traguito tan bueno. !Horror!.
Los pelaos que permanecían todo el día en la esquina también eran denominados por las señoras como Patos. "Ahí va Usted a gastarse la vida haciendo nada y hablando pendejadas todo el día con esos Patos", era el reclamo materno cada que uno decía que iba "pa' la oficina"(La tienda, la esquina o la cancha). Para graduarse como Pato, en esta acepción, había que ser un vago redomado, no trabajar ni estudiar, levantarse a mediodía, vacilar sin pudor peladas del San Juan Bosco (o del colegio femenino del barrio) y para aspirar con honores al título, ser marihuanerito.
Otra alternativa para optar a la denominación de pato era ser piropero y mujeriego, enamorado y dulzarrón con las mujeres, lo que en otros barrios se conocía como "perro" o "gallinazo".- "Mucho cuidado con ese sinvergüenza, mijita, que ese tipo es muy picaflor y muy pato"-, advertían las suegras cuando algún don Juan criollo le hacía la corte (o "le echaba los perros", como decíamos) a su hija. Esta última era la acepción menos utilizada. El sueño último de todo pato para poder realizarse como tal, era trabajar poquito o nada, si ello fuera posible, mantener billetico en el bolsillo sin mucho sacrificio, que nunca falte el traguito, los cigarrillos y el bareto, no perderse ningún programa, paseo, parche, convite o furrusca, pero nunca caer tan bajo de dar la cuota y hacer todos los esfuerzos para conseguirse una muchacha joven, bonita y querendona, ojalá profesional con buen sueldo, que no sea celosa ni jodona, eso si, bien responsable y trabajadora para que en cada mesada le pase el cheque y él administrarlo conforme a su sentido de las cosas. Como a veces no es fácil conseguirlo todo, el pato fácilmente se transa por una menos joven, menos bonita, casi siempre con algunas toneladas de más, pero eso sí, que tenga casa, carro y trabajo. De quererla, adularla y empalagarla se encarga él, en virtud a sus milenarias artimañas.
Definitivamente la cuadra y el barrio no eran lo mismo sin los patos. Eran un mal necesario, un ingrediente cotidiano imprescindible para el goce y el disfrute del día a día en las lejanas épocas en que éramos un poco más jóvenes, más gozones y más irreverentes, en fin, un poco (¡Mucho!) más felices.
CODA. (Algunos apuntes de Fauna barrial)
Además de los Patos, el barrio era un hervidero de fauna de todos los pelambres, una variopinta combinación de todo tipo de bichos que pululaban y se reproducían por generación espontánea. Evidentemente no podemos pasar de largo sin mencionar al vuelo otra serie de avechuchos que desde siempre nos circundaron. Para efectos pedagógicos, empezaremos su enumeración dividiéndolos por género, empezando por supuesto por las damas:
Las Perras. Eran rechazadas públicamente, pero tenían gran aceptación en secreto. El sueño de todo Gallinazo o incluso de todo Pato era retozar con una Perra, y solazarse en ella de las dulces mieles del sexo frenético y sin compromisos afectivos, no necesariamente con intereses económicos, como sí ocurría con la Zorra o incluso con la Loba. (Mucho menos con la Grilla). La Perra era generosa con su cuerpo por el simple hecho de disfrutarlo, acompañada usualmente de rumba y licor. De naturaleza ardiente, se decía de ellas que si no fornicaban les daban ataques epilépticos o convulsiones. “Lo daban miando”, decían los mojigatos; o uno les decía, siéntense, y se acostaban. Eran unas vacas locas que les encantaba sentir y experimentar, cambiando de pareja sin ningún impedimento y en ocasiones ganándose repelos, reclamos o mechoneadas por su bien ganada fama de casquivanas sin límite.
Las Zorra. También de carácter volantón, era menos “arrecha” que la Perra, pero más interesada, siempre pendiente de sacar provecho o explotar al “pipiloco” de turno que caía en sus redes. Si la Perruncha buscaba hombres por placer, o por que no es capaz de contenerse, la Zorrilla lo hace por ver que obtiene. Si hay generosidad de por medio, no tiene ningún inconveniente en repartir sus presas y atributos como lo hace la primera, pero sin la búsqueda del disfrute, o la ninfomanía de ella. Sólo le interesa su aprovechamiento y en eso es un poco Lagarta. A medida que mejora la oferta, sin ningún problema cambia de postor y se consiguen otro amante para exprimirlo. Generalmente es un hombre mayor y casado. Las señoras las conocen como las Fufurufas o las Fufas.
La Loba puede ser un poco Zorra, un poco Perra, pero se caracteriza por que lo que más le interesa es andar en manadas con otras Lobas, en busca o de los placeres de la carne o de las ventajas del dinero o de los autos o todos los anteriores. Generalmente hablan a los gritos, en forma chillona, tratando de llamar la atención, a la puerta de un auto lujoso con la puerta abierta y el equipo de sonido prendido a volumen extravagante. La coquetería es su carta de presentación, aunque no estén siempre dispuestas a ceder. Era muy común encontrarlas acompañando a los Lobos, pero han sido peligrosamente desplazadas por las Grillas, que las tienen en un serio peligro de extinción.
Las Grillas están más vigentes que nunca, han tomado un poco de todas las características de sus predecesoras más veteranas y de pronto un poco anacrónicas para el día de hoy. Lo más llamativo en ellas es el vestir, obsesivante ceñido a los designios de la moda imperante. Pelo cepillado a diario, teñido de rubio(con las raíces llamativamente negras), o mechones rojizos, o “rayitos” de decoloración. Tetas de una silicona siempre a punto de estallar, o por el tamaño, o por el realce a la fuerza de una talla menor en una camisetita imposible. Sostenes transparentes, ombligo al aire, pantalones descaderados, bronceado en cámara, celular de colores al cinto, no siempre activado. Pululan en manadas por la Zona Rosa de las ciudades, en las corridas de toros y son infaltables en las cabalgatas con sus amigos traquetos o emergentes. Allí no les falta el sombrero blanco. Cuando se les va la mano en licor se vuelven insoportablemente intensas, y necesitan ser el centro de atracción o sino arman el berrinche.
Las Gallinas generalmente son las predestinadas a ser solteronas, pero no precisamente por castas sino por feas. Llenas de barros en la cara, usualmente usan gafas por una miopía temprana, tienen tratamiento de ortodoncia para unos dientes incorregiblemente díscolos, sufren de mal aliento. A falta de llamadas de un galán en ciernes, sus teléfonos echan humo cada que entre ellas se gastan la tarde entera echando carraca a través de las bocinas. Hacen cofradías para mantenerse juntas y hacer las tareas, ir a hacer deporte o tomar el algo mientras las Grillas están divirtiéndose con sus amigos de turno. Cuando las invitan a los bailes, calientan sofá toda la noche, o bailan entre ellas o juegan trencito donde tratan de involucrar a los que si están bailando con sus parejas. Uno las reconoce no sólo por su obviedad física, sino por el graznido que sus lenguas afiladas y poderosas generan cuando están en la mitad de los cotorreos que tanto las animan.
Además de las anteriores, hay otros que también sirven para definir la fauna femenina. Las Sardinas son en general las adolescentes, conocidas como pelaítas, usualmente menores de 18 años. Son el deleite de los viejos verdes y de los exhibicionistas de colegio. Cuando las logran contactar para casas de lenocinio, en uniforme colegial, son una verdadera sensación. Se conocen también como Pollas. Si son bonitas y de cuerpo armónico, se les dice Bagrecitos, así en diminutivo, mote cariñoso y admirativo; muy distinto a los Bagres o Iguanas o Cocodrilos, que son Sardinas feas que se creen bonitas, haciendo un grotesco contraste, a diferencia de las Gallinas, que llevan con verdadera dignidad y muy concientes de sus limitaciones, las cargas de su maldición estética. Cuando una muchacha es de baja posición social, o es o se viste como pobre, o tiene aspecto sirvientoide, se dice que es una Pisca, y tiene una connotación francamente peyorativa. Las Gallinas viejonas se conocen como Pajarracos o Cotorras.
En cuanto a los hombres, la taxonomía de barriada también los clasifica:
El Lobo, expresión suprema del ascendido o emergente social gracias al narcotráfico, tiene su propio capítulo en el apartado de Las Carangas, páginas más adelante.
El Zorro. Normalmente se denomina así al astuto para los negocios que no tiene escrúpulos ni impedimentos morales para tratar de tirar ventaja al momento de hacer algún tipo de transacción con el prójimo. Es supremamente común en nuestras calles, auspiciado por ese concepto ancestral del Paisa despierto y avispado, que no deja perder una oportunidad y que en parte explica el apogeo del narcotráfico en nuestro medio, ya que desde el hogar cuenta con la anuencia de padres y hermanos. Recordemos aquel “Si puede conseguir plata hágalo honradamente hijo; y si no puede, consiga plata hijo”.
El Gallinazo local es una especie de Pato, con obsesión enfermiza de conquistar mujeres, casi que coleccionar aventuras, para poder luego fanfarronear y despertar la envidia de sus contertulios, usualmente una caterva de Patos esquineros. Suele tener una libreta donde anota nombres y teléfonos de sus Pollas. Cuando es fetichista, les roba su ropa interior, como trofeo máximo ante sus amigotes. Cuando es atractivo o eficaz en su labor, alcanza la categoría de Gavilán, usualmente merodeando alrededor de las muchachas bonitas nuevas en el barrio, o de las difíciles para los Gallinazos locales,(Cuyas presas favoritas son las Perras o las muchachas del servicio, que cuando son Perrunchas les dicen Chuchas Mantequeras) como profesoras, secretarias o doctoras.
Los Guaches o Toches, son aquellos seres que la vida les negó cualquier asomo de clase, distinción o estilo. Generalmente son pobres y de bajo nivel cultural, y no se esfuerzan en disimularlo. Ejercen oficios físicos y materiales, a la hora de beber o comer lo hacen hasta las últimas consecuencias, sus piropos ante una muchacha bonita o decente son temibles y pavorosos y harían sonrojar a un arriero. Cuando pelean con alguien, lo hacen en la calle y no quedan contentos sino le propinan una puñalada sobaquera a su rival, o le parten el rostro con el pico de una botella quebrada. Algunos, los de más trayectoria, sobrevivientes de varias cirugías por arma blanca y ex-convictos, cuando están enfiestados libando copiosamente, moliendo música despechada o parrandera, y cuidando un sancocho callejero de carne barata y pacotilluda, alcanzan la categoría de Macacos, que luego va avanzando a medida que circula la fritanga y el trago hasta hacer mutación en Cerdos, actitud de respeto que implica que en los próximos minutos es mejor desocupar la cuadra para evitar una tragedia.
La Mula no tiene sexo específico, aunque la denominación es más común en hombres. La principal es la que transporta en su cuerpo o en el equipaje alguna cantidad de drogas para transportarlas a otros países. En el capítulo de las Carangas hacemos referencia a ellos. También cuando alguien es muy bruto, tarado, tapado y sellado por dentro, se dice que es una Mula, lo mismo cuando es muy brusco y violento para jugar fútbol o deportes de grupo.
Los Lagartos son aduladores y lambones profesionales, expertos en el arte de sobar saco, echar cepillo, colarse a todo tipo de eventos fingiendo ser importantes o conocidos del dueño; son especialistas en echar sable, en pedir favores a cambio de nada, en empalagar la vanidad del anfitrión para sacarle algo a cambio. Suelen rodear a los Lobos, a un lado de los Patos, pero sin tener la gracia ni la aceptación de éstos. Son más comunes en los estratos altos y en las encumbradas esferas sociales, su hábitat es el coctel, aunque muchos de ellos suelen salir de nuestros barrios de clase media, donde hacen un curso rápido de Babosas y Sanguijuelas y comienzan a mirarnos por encima de los hombros.
El Sapo es imprescindible y no puede faltar en ninguna reunión humana de más de tres personas. No se aguanta las ganas , (ya que en él es una necesidad biológica) de contar, de llevar y traer, de aventar, de delatar; y no lo hace por llamar la atención, pues su estilo es rastrero, hipócrita y servil. Se da en todos los estratos y en todos los oficios. A veces comparte estigmas con los Lagartos, y cuando tiene algo de Lobo, puede ser temible y peligroso. Se reconoce desde pequeñín, y desde los colegios es estimulado por curas y maestros.
Cuando uno le debe plata a alguien, se dice que tiene Culebras, y son abundantísimas en los barrios. También se utiliza cuando alguien está ofendido con uno o cree que uno le hizo algo, sea cierto o nó. Los Sapos y los Lobos suelen tener muchas culebras tras de sí, y en ocasiones tienen que andar en todo momento con suero antiofídico.
Otro personaje habitual del barrio es el Cabrón, también conocido como Cornudo; sea éste el momento para hacer claridad entre ellos y los Cachones, pues el uso y el abuso de los términos han contribuido a la confusión y al uso indistinto de los apelativos de tales Cornúpetas.
Es cierto que ambos son astados, que lucen sobre su frente unas prominencias que en ocasiones les impiden atravesar la puerta de su casa y que dependiendo del estado de calcificación de la víctima pueden alcanzar tamaño, forma y ramificaciones, a manera de simple venado o rimbombante alce, pero son distintos.
El Cornudo, tiene unas sólidas prolongaciones que provienen, más que de su voluntad, del comportamiento y generosidad de su mujer para con el prójimo. Tiene una alta prevalencia en hombres y su denominación es casi exclusivamente masculina, aún cuando no debería serlo. El folclore tradicional ha ideado varias fórmulas, si no para combatirlos, sí para disimularlos, como el "topizol" y la "cornitina" o el "descurnol" (este último no los tumba, pero les da un brillo!!). Son la gran mortificación de muchos maridos justa o injustamente celosos. El Cachón por el contrario, tiene una cierta connotación más benigna, y si se quiere más aceptada por una sociedad que en ocasiones peca por alcahueta. Este sujeto de nuestra fauna social se caracteriza porque asume con largueza los romances extramaritales y trata a toda costa, y costo, de obtener los parabienes de la cortejada con obsequios, galanterías, invitaciones, lo cual en ocasiones sacrifica la estabilidad económica del hogar. Como se infiere de lo anterior, todo acto de cachonería tiene implícito una potencial cornamenta.
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