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¿Y qué pasó con el negocio de las 14 clínicas?
Cuestión de estilo. Una historia local.
Algo va de un grupo a otro. Mientras el grupo Auna del Perú, después de una negociación concertada y, al parecer, transparente, adquirió las acciones de la Clínica las Américas de Medellín, a un precio unitario por acción superior a $24.000.000 cada una, algo justo y equitativo para los precios del mercado, un grupo empresarial local compró 14 clínicas en todo el país después de precipitar ellos mismos su crisis económica y su quiebra, para comprarles a los socios por la deuda, dejando en el camino a decenas de familias en una situación de crisis que los dejó prácticamente en la ruina, con cientos de dramas personales y familiares que hasta el día de hoy no se solucionan.
Mientras esta transición se llevaba a cabo, las clínicas expoliadas empezaban a trabajar, ya bajo la dirección de un nuevo dueño, en un movimiento antes impensado, para efectos de contratación para el susodicho Grupo Empresarial, a un ritmo imparable, de prácticamente 24 horas al día. ¿El protagonista de esta operación? El conocido empresario Mauricio Vélez Cadavid (foto).
Lo que la opinión pública no sabe es que, antes de ese ritmo endemoniado, las clínicas estaban con un endeudamiento inmanejable y paulatino que obligó a sus socios a doblegarse a los designios del capitalismo salvaje ante los dueños de las acreencias. No tenían ni para la nómina, mucho menos para proveedores. Tocó vender.
“Y nos robaron las clínicas”
En resumen, las quebraron y luego las compraron. Fue un asunto de diseño empresarial. Un canibalismo corporativo. Por centavos, sin consideración por cientos de familias de profesionales de clase media que cifraron todas sus ilusiones en un proyecto digno que sucumbió ante el diseño de un consorcio que fue absorbiendo sus finanzas, su sangre y su dignidad, como si todo en la vida se limitara a solo un asunto de dinero.
Y a los socios desarraigados les tocó arrancar de cero. Emplearse como jornaleros cuando venían de ser empresarios. Por sueldos irrisorios, mercenarios en oferta, se alquilaron a los dueños de los medios, incluso a los que los habían despojado. No tenían opción.
Y el Grupo Empresarial, de gran prestigio en la sociedad, a través de testaferros, dio al traste con el sueño de cientos de personas decentes que lucharon y se endeudaron por un ideal. Sin que mediaran sentimientos ni consideraciones. Solo por el billete. Por el vil metal. No importa el que quedara rezagado en el camino.
Ya en la vida real: ¿cómo harán para dormir empresarios como Mauricio Vélez, el Palacino antioqueño, con tantos damnificados a su haber? ¿Qué le dirá a sus hijos, cómo se mirarán al espejo sin que la conciencia lo llame a cuentas, cómo hará para mirar a su madre a los ojos? ¿Es ese el modelo del avivato paisa, sin escrúpulos, que tanto daño le ha hecho a la sociedad?
Hay un libro que cuenta pormenorizadamente estos asuntos: Y NOS ROBARON LA CLÍNICA (portada libro), del médico antioqueño Emilio Alberto Restrepo (foto), por lo que se sabe, uno de los damnificados. Lo publicó de manera valiente y sin complejos Sílaba Editorial.
Un esfuerzo encomiable. Desde adentro, sin miedos, sin complejos, disecando el mecanismo del despojo. Es escalofriante lo que cuenta: el gran capital diseña, arrasa, absorbe, y todos pierden, menos ellos, cada día más gordos, más empoderados, más dueños de la situación, sin importar quién queda tirado al lado y lado de su paso arrollador. Léanse ese libro. No volverán a ser los mismos. No volverán a mirar a ese Grupo Empresarial con los mismos ojos.
Alguien tenía qué decirlo…
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