Uno de las experiencias más sobrecogedoras cuando se analiza
la vertiginosa carrera de Jimi Hendrix es apreciar la capacidad que tuvo de superarse a
sí mismo, a través de la obsesión por lograr sus metas y alcanzar alturas artísticas cada vez mayores, mediante la imposición de
retos que lo llevaron a confrontar los paradigmas de la época para hacer una
ruptura de los moldes que lo hubieran encasillado, muy posiblemente condenándolo
a ser un músico más del montón.
Pero no lo fue. Se propuso ser el mejor, luchó tenazmente
por ello y al final lo consiguió.
Uno de sus premisas evidentes fue la de no estancarse en el
conformismo y proponerse logros que lo
llevarían cada vez más alto, siempre al límite del riesgo con las rupturas, en
un concepto claro de “deicidio” o de “parricidio” artístico: el precepto de que
hay que superar al maestro, siempre los dioses vigentes y dominantes pueden ser
superados, nunca se llega demasiado alto, solo hay que tener la voluntad, la
dotación y los ímpetus para tratar de lograrlo. Y a fe que lo intentó y lo
consiguió con creces.
Cuando era un músico telonero de apoyo del circuito “negro”
de grandes artistas de la época (Ike Turner, Little Richard, Isley Brothers, Chuck
Jackson, Slim Harpo, Tommy Tucker, Sam Cooke y Jackie Wilson, etc) sintió que
si no se salía de ese ambiente que dominaba la noche de los Night Clubs de
segunda categoría, no daría nunca un giro de tuerca acorde con su enorme
talento y su energía inatajable. Fue entonces como gracias a la iniciativa de
Chas Chandler, el ex bajista de The Animals que estaba iniciando una carrera
como agente, entendió que en Estados Unidos no había sitio para sus ambiciones
de alto vuelo; en consecuencia, decidieron viajar a Inglaterra para iniciar una
carrera, en donde nadie lo conocía. Era una apuesta arriesgada, pero las
relaciones de Chandler hicieron lo propio, lo inició en la cofradía de los
grandes guitarristas de la época, lo introdujo en la movida de músicos y locales
de vanguardia y fue allí cuando dio su
primer golpe de gracia.
Siendo un total desconocido insistió en subirse al escenario
del más grande supergrupo de la época, The Cream, y hacer una sesión con ellos
en un concierto. Ante su determinación que no admitía un no como respuesta,
tocó con la banda y dejó estupefactos a todos, músicos, público y periodistas
que veían cómo Eric Clapton se retiraba discretamente tras bastidores al
escuchar el solo alucinante y la presencia escénica del recién llegado. Esto es
interesante analizarlo en perspectiva y en su contexto, en un momento en que
Clapton era considerado el mejor guitarrista del mundo y las calles de Inglaterra
estaban pintadas con letreros que recordaban sobre la veneración por el inglés:
“Clapton is God”.
Fue su primera gran aparición. Un músico desconocido, para
ajustar negro en un ambiente totalmente
blanco, un afroamericano en Londres, sin discos propios grabados y deja con el
rabo entre las piernas al más respetado ícono del rock del momento. Ya a partir
de ese momento Hendrix se iba convirtiendo en un secreto a voces y las más encopetadas
estrellas (Pete Towsend, Jeck Beck, Beatles, Stones, Eric Burdon, el mismo
Clapton y muchos más) hacían cola en los antros en que se presentaba,
apeñuscándose para ver en directo a una figura que empezaba a hacer historia, volviendo
añicos la forma convencional de tocar la guitarra y asumiendo de manera
novedosa la pose de rockstar.
Lo que siguió, escalón tras escalón, fue un camino hacia la
cúspide: formar un trío a la manera de The Cream, cuando lo normal era un
cuarteto o un quinteto y sonar con un voltaje musical poco antes escuchado. Retomar
las canciones de gran factura lírica de
Bob Dylan y hacer una puesta en escena con una descarga que les dio un nuevo aire, atrayendo para sí
una horda de admiradores del rock duro que antes las consideraban expresiones
dulzonas de un flower power mas bien
poético y filosófico que los tenía sin cuidado y hacer parecer como si esas
canciones hubieran sido compuestas por él y para él. Atreverse a robarle
protagonismo a The Who, los más potentes y autodestructivos músicos en
concierto e ir más allá en salvajismo que ellos, algo impensado. Por la
decisión de una moneda hizo su show después de ellos, superando con creces su
presentación en el legendario concierto de Monterrey, llevando el espectáculo a niveles nunca antes
vistos por encima de los incontenibles ingleses: destrucción del equipo y de la
guitarra coronando con su incineración,
llevando el clímax a niveles apoteósicos. Fue histórico.
Mientras tanto, a diferencia de los otros grandes héroes, demostraba
que para él la guitarra no tenía secretos, al tocarla con la lengua, los
dientes, de espaldas, contra el micrófono y el amplificador; distorsionándola a
niveles hasta entonces desconocidos, haciéndole el amor mientras la descarga de
rifs y punteos se sucedían, enloqueciendo a multitudes cada vez crecientes que
lo admiraban extasiadas. Hasta entonces no se había visto a ninguno como él. Y
se vestía como nadie, con atuendos de un esplendor victoriano o afrancesado que
en otros hubieran deslucido por anacrónicos y decadentes, pero en él era claro
que no era una postura sino una forma de ser. Disco tras disco, sus
producciones eran novedosas, su forma inédita de cantar y el desmadre y la
búsqueda de sonidos novedosos en cada tema lo volvieron un referente, alguien
que no podía pasar desapercibido.
Y como si fuera poco, se atrevió con los intocables. Al otro
día de la aparición del Sergeant Pepper, considerada la obra maestra de The
Beatles, ya tenía montada su propia versión de la canción, en su estilo
salvaje, haciendo una versión en concierto que para muchos fue superior. Ni sus propios músicos conocían el arreglo y
fueron testigos y cómplices de otro de sus golpes de creación que buscaban
“matar al maestro” y superarlo, como fue siempre su premisa, siempre
conservando su estilo y rindiendo homenaje a sus predecesores.
Su punto máximo fue en Woodstock, en plena crisis del
fracaso norteamericano en Vietnam; abrió su presentación con una interpretación
del himno nacional que abusaba de la
distorsión de los acordes, conmoviendo a los asistentes y generando una
controversia total en todos los medios, que se dividían entre si considerarlo
como una basura o un irrespeto o una de las más sentidas, poéticas y virtuosas
críticas al expansionismo imperialista de los Estados Unidos. Esta tendencia ha
sido, a partir de entonces, imitada por cientos de artistas que también añoran
sus quince minutos de gloria asumiendo un papel de contestatarios un tanto
trasnochados.
A partir de allí el descontrol, el exceso de drogas, el
hastío de una vida teñida de autodestrucción, lo llevó al panteón de los
cadáveres exquisitos y a los 27 años murió ahogado en su propio vómito en la
mitad de una sobredosis. Llegó a tales niveles de excelencia que de pronto
entendió que solo lo esperaba un amargo camino de regreso que no estaba en
condiciones de asumir.
Para a los creativos y para los artistas en general, deja un
legado. La búsqueda de su propia expresión. La negación rotunda del
conformismo, el compromiso total con el arte, el concepto del “parricidio creativo”,
entendiendo que no hay límites cuando se trata de crear, ni complejos cuando se está a la sombra del
que ha abierto camino o de expandir la
mente al momento de hacer arte, o de transformar lo que ya existe buscando
cotas de perfección que muchos del montón se niegan a asumir por miedo al
ridículo o al fracaso, frases que para Hendrix eran desconocidas.
NOTA: Ver online algunos documentales en español sobre la vida y obra
de Hendrix en:
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