TUESDAY, JANUARY 15, 2013
Coloquio en memoria de Mario Escobar Velásquez
Poco después de su muerte, la emisora cultural de la Universidad de Antioquia reunió a los escritores Emilio Alberto Restrepo, Luis Fernando Macías, Lucía Donadío y Angel Galeano para realizar un coloquio en memoria del escritor Mario Escobar Velásquez y hablar de la profunda influencia que había tenido en ellos y en general en el panorama de las letras en Antioquia y su importancia como gestor de talleres literarios en Medellín. Este archivo es un homenaje a tan entrañable personaje. Se recrea su vida y su obra y se rememora la forma como cada uno lo vislumbró y de qué forma influyó en su formación como amante de las letras.
En este enlace se puede escuchar el programa completo(click en la flecha):
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MONDAY, SEPTEMBER 24, 2012
Y RESULTA QUE SE MURIÓ MARIO ESCOBAR VELÁSQUEZ
Emilio Alberto Restrepo Baena
Y resulta que se murió Mario Escobar Velásquez, el profesor, el amigo, el escritor, el maestro del taller y de la vida. Y lo digo con sorpresa y con asombro, pues los que conocimos su reciedumbre y nos chocamos de frente con su carácter y su ego, llegamos a pesar en algún momento que era posible que esa enorme mole de cuerpo y de cerebro fuera inalcanzable por la vejez, la enfermedad, el deterioro o la muerte. Incluso cinco días antes de la cirugía que tenía programada para extraerle el habitante maligno que lo venía consumiendo, ya tenía programadas las actividades con el taller literario para dentro de unas semanas, ya tenía preparada la selección de escritores de ASMEDAS, había entregado a la Universidad de Antioquia el texto revisado y definitivo de la ANTOLOGÍA COMENTADA DEL CUENTO ANTIOQUEÑO VOL II y hacía revisiones constantes de sus once libros inéditos para enviarlos a concursos o esperando una próxima edición de ellos que no logro obtener en vida.
Y eso que estamos hablando de un hombre joven de 78 años de vida (Támesis, 25 de Noviembre de 1928) que odiaba la vejez y las taras y limitaciones que connaturalmente suelen acompañarle, que nunca perdió la coquetería ni la galanura con el bello género, que cuando asumió en serio el oficio de escribir con sus demonios y compulsiones trató de no estar ocioso sin producir y se condolía cuando le abandonaban temporalmente las musas,(prueba de ello son los 20 libros publicados, con varias reediciones, en una vocación editorial tardía que arrancó cuando tenía cerca de 50 años). Pero de su sólida y formidable trayectoria como escritor ya se han hecho varias semblanzas por algunas respetables plumas del ámbito intelectual (Juan José Hoyos, Luís Fernando Macias, Esteban Carlos Mejía, Nicolás Martínez, Juan Diego Mejía). Hoy rescataremos su otra faceta productiva en la que muchas personas sufrimos y gozamos de su directa influencia y supervisión: Director y guía de los talleres literarios más importantes de la ciudad.
Y llamaba la atención su talante adusto que encubría una gran sensibilidad (le vimos llorar al menos dos veces en el taller, emocionado por un texto vibrante sobre su perra Rufa y otra vez acorralado por la nostalgia incontenible de un viejo amor de juventud) y una enorme generosidad con los alumnos, cosa por lo demás exótica en muchos escritores que sucumben ante la mezquindad y la envidia; la brusquedad con que acometía sus críticas punzantes, en ocasiones interpretadas como hirientes, cuando fustigaba un texto flojo o mal tratado desde el punto de vista de la gramática o del lenguaje, casi nunca desde el estilo, aspecto que trataba siempre de respetar. Porque en este aspecto era insobornable: su obsesión era ser riguroso con la norma gramatical, con el sentido preciso de la palabra, con el uso puntual de las herramientas del lenguaje literario, pues decía que así como un artesano, un artista o un cirujano para ser buenos y competentes en el oficio deben dominar los conocimientos y los instrumentos necesarios para su quehacer cotidiano, un escritor que se precie de serlo debe ser absolutamente comprometido con su arte y debe dominar el instrumento principal: las palabras. Las debe domar y amansar, moldearlas hasta encontrarles el espacio y la forma precisa para darles su verdadero valor, buscar hasta la saciedad la perfección de las figuras que hacen la diferencia entre un texto bueno y uno malo (recuerdo verlo conmovido con una metáfora que lo atropelló: “La tristeza me hizo metástasis”), preservar el estilo y darle una personalidad propia e identificable de autor a las obras; evitar el conformismo, el estancamiento, la pereza, la petulancia, el exhibicionismo que son males crónicos que entorpecen el verdadero sentido del escritor: escribir, independiente de la pantalla y la figuración. ( Se burlaba de los aspirantes a escritores a los que “un poema les alcanzaba para 87 cocteles” o de los que querían ser escritores sin escribir, sin tallarse, sin querer asumir el parto de garrapatear una página en blanco sin aceptar el reto de torcerle el pescuezo a esa fiera burlona que reta a la imaginación).
Era un personaje muy especial. De una cultura general portentosa producto de los cientos de libros de todo tipo que devoró con un sentido crítico sin dar por sentadas sofismas, paradigmas y verdades de a puño que castraban la imaginación. De un rigor conceptual que en ocasiones caía en la obstinación, aunque con la nobleza suficiente para enmendar un error cuando se le demostraba. (No exento de un orgullo burlón que esperaba una pronta revancha con el alumno que le hacía caer en la cuenta de él). Buscador del término exacto en el contexto preciso, interpretándose en ocasiones como “rebuscado” o usuario de arcaísmos en desuso. El lo justificaba diciendo que escribía para él, para su propio deleite, que no era problema suyo si el lector era poco ilustrado o poco dado a resolver las dudas o la ignorancia desentrañando en su inseparable amigo el diccionario de la RAE, en todo esto alumno fiel de su admirado Borges. Usaba con mucha gracia y asombro de sus alumnas, las palabras soeces cuando era preciso y necesario. (Sabía que ninguna palabreja reemplazaba un buen hijueputazo oportunamente escupido.) Odiaba a los deportistas, a los personajes de moda, a los faranduleros en su cuarto de hora; lo desesperaban los lugares comunes, los escritores luminarias fabricantes de bestsellers y de libros de autoayuda. También las reuniones de literatos por considerarlas “unas pasarelas de “besaculos” y una “suciedad de mutuo elogio en las que la sonrisa prefabricada e hipócrita era sólo el preámbulo a la puñalada trapera”. Se burlaba de la fama y hacía un doloroso contraste con el olvido y la ingratitud que son más poderosos y duraderos que cualquier sentimiento de envanecimiento y de gloria que engañan con sus dulces mieles a los desesperados buscadores de reconocimiento y figuración.
Era amante de la poesía amorosa, de los cuentistas clásicos, de los sonetos perfectos, de las canciones populares de factura romántica, de las mujeres bonitas, de las conversaciones inteligentes. Era abierto a los hallazgos de un alumno con un escrito ingenioso; amaba las metáforas eficientes, se derretía con una buena idea, con un tratamiento novedoso para un tema convencional. Se aburría hasta el bostezo irreverente con la falta de talento o de interés y no tenía ningún problema en ubicar con un tono pedagógico, pero que no daba opciones, a un diletante poco dotado para el oficio. Muchos se resintieron por ello con él, pero algunos le agradecieron el haber sido honesto y franco, para evitar seguir perdiendo el tiempo en algo que no era lo suyo. Por el contrario, cuando veía madera en alguien, era el principal entusiasta para apoyarlo, para llevar personalmente artículos para MOMENTO MEDICO, para LA HOJA o para la revista de la U. de A. Acompañaba y hacía personalmente el discurso principal en los lanzamientos de los libros de sus discípulos y era un eficaz multiplicador de sus logros. Y eso para un cachorro de escritor que apenas está empezando no tiene precio, se agradece de por vida y no se olvida nunca. Era uno de los más veteranos directores de talleres literarios del país y posiblemente uno de los más constantes: Cerca de 25 años perseverando en un oficio ingrato en el que empiezan 40 y terminan 5, la mayoría desencantados, en justicia, más por ellos que por él, pues Mario tenía claro que escribir no es para todo el mundo, que se necesita un talento natural que no todo mundo tiene, con un gran sentido del sacrificio y una incansable búsqueda de temas, de correcciones interminables, de trabajo sin descanso. (Retomaba el trillado adagio de “un 5% de inspiración por un 95% de transpiración) Y lo duro es que no todo el mundo lo entiende así, no es fácil aceptarlo sin dolor y por eso cierta fama de brusco, de prepotente, de preferidor, de arrogante, conceptos que en perspectiva no le hacen justicia. Simplemente sabía del arte de escribir y de enseñar a hacerlo y no era muy amigo de lo eufemismos.
Le debemos toda la gratitud, le esculpiremos un perenne espacio en el corazón y en la mente, es mucho lo que lo vamos a extrañar. Finalmente, parafraseando su estilo cuando se refería a los cadáveres exquisitos que le tallaron los recuerdos hasta el punto que se hicieron merecedores de sus crónicas de antología, LOOR A SU MEMORIA, MAESTRO.
P.D. Respetuosamente invitamos a las directivas de ASMEDAS a revivir el último proyecto de Mario, la selección de los mejores cuentos de los talleristas. En esto puso todo el aliento y el entusiasmo de sus días finales. Otra idea bien interesante es sensibilizar a las universidades que lo acogieron, EAFIT y U de A, para publicar póstumamente uno de sus libros inéditos, el de Perfiles Humanos, el poemario o alguna de sus novelas. Ese sí seria un verdadero homenaje a una persona que entregó lo mejor de su talento a nuestra institución gremial.
En esta entrada se recogen algunos de sus conceptos literarios sobre el arte de escribir, recopilados por algunos de sus alumnos:
http://decalogosliterarios.blogspot.com/2015/03/decalogo-de-mario-escobar-v-desde-el.html
Quiero enviar mi homenaje póstumo a don Mario Escobar, gran escritor antioqueño. Empiezo leyendo su obra, Muy caribe está. Espero leerlo todo y honrar su memoria.
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