Friday, December 16, 2022

CUENTO "AY, PAOLA" finalista en concurso de fútbol y literatura UPB

 


Cuando se asiste a fútbol para “ver al equipo de los amores”, se acude a metáforas sobre el amor, la locura y la muerte, es decir, algo nos pasa. Hay quienes, desde el día anterior, sueñan con los goles que van a convertir los jugadores de su equipo y, con la mirada de la vecina de la grada, con los cánticos y con el triunfo. Otros, bien acompañados, asisten al estadio para oír el partido en su transistor, al margen de la música, los colores y los vecinos. Su mutismo es tal que lo que oyen en radio no coincide con lo que viven durante el partido. Otros, de espaldas al partido, gritan y cantan arengas que aluden al rival, pero no miran al balón ni a los jugadores. Asisten sin asistir. También he visto a los que van al estadio y se quedan afuera porque van a habitar la fiesta antes, durante y después del partido, pero en los alrededores. El marcador es lo de menos. Otros asisten al lío del fútbol a hacer catarsis por una semana de esclavitud, tristeza y dolor, entonces la lupa la ponen en el señor que dirime el juego. No hay otros actores, no hay fútbol, únicamente el señor que pita porque es el culpable de sus padecimientos humanos.





























CONCURSANTES, 2022


Marcelo Galliano -          — Yardley Elena Saldarriaga Orozco — Óscar Giovanni Giraldo Salazar — Alejandro Osorio Herrera — Ana Escobar Velásquez Geraldine Hurtado Restrepo — Evelyn Sajonero Velásquez  — Juan José Jiménez  Fernández   Salomé Urrego Hernández — Emilio Alberto Restrepo Baena — Sebastián Salazar Cano Ricardo Alfredo Torres Correa




Mención de honor y de publicación

Emilio Alberto Restrepo Baena

 

 

 

 

 

AY, PAOLA

¡Jamás volveré a conseguirme un novio futbolista!

Fue la única opción que tuve, pues mi padre trabajaba como masajista y auxiliar del Atlético y todas las tardes, al salir del colegio, nos llevaba a los entrenamientos del equipo. Estábamos  rodeados de gente del fútbol, el barrio no significaba nada para nosotras, la familia fue reemplazada por el personal corporativo;                 el ambiente, todo, giraba en torno al balompié. Los fines de semana viajábamos con la comitiva, pues no teníamos con quién               quedarnos. Nos convertimos en parte del paisaje.

 

Mi madre nos había abandonado, se había fugado con un jugador.               Mi papá quería fingir que nada había pasado, que todo era normal,           que la vida era así, que esas cosas pasaban como si fuera lo más corriente crecer y rodar sin mamá, en poder de un padre muy ocupado, roto por dentro y blindado hacia afuera; éramos unas niñas sin dirección, rodeadas de hombres rudos, sudorosos, preocupados por sus propios asuntos, poseídos por la ambición y las hormonas.

 

Primero me enamoré del arquero, que más rápido que tarde fue comprado por el equipo de otra ciudad y se esfumó de mi vida de              un domingo para otro.

 

Luego me deslumbró el centrodelantero, pero descubrí que anotaba goles con la misma facilidad con que confortaba a sus  admiradoras cuando yo apenas volteaba la espalda.



El capitán resultó un indefinido que en las giras se besaba con el comunicador de la Liga. Lo supe por terceros y tuve que escupir de la rabia cuando el propio conductor del autobús me mostró las   fotos con la evidencia.

 

El defensa central era un bello tonto que no sabía qué decirme cuando estábamos solos y se le acababan los argumentos de sus caricias un tanto torpes.

 

Y así ocurrió con el diez, con otros dos delanteros y con un suplente que se mantenía irritado por la amargura de estar calentando siempre la banca.

 

Durante varios años compartí todos esos labios, esos brazos fuertes y bruscos, sus olores agrestes, su volatilidad, las lociones penetrantes, sus egos derretidos por la promesa de un futuro lleno                de brillo que no siempre estaba a la vuelta de la esquina.

 

Solo accedí al sosiego de una ilusión que me aterrizó con mis propias expectativas, cuando conocí a Paola, la psicóloga del equipo. Fue mi apoyo cuando me encontraba doblegada por la sucesión de derrotas que me hicieron sentir usada, desplazada, muchas veces sucia. Me hablaba con una reposada sabiduría, con dulzura; me fue llevando de la mano a un entendimiento que se transmutó en gratitud, luego en admiración, más tarde en afecto   finalmente en amor.

 

Paola se fue convirtiendo en mi eje vital. Me permitió encontrar la ternura y, sobre todo, a misma.

 

Ella es parte del equipo y, ahora, de mi proyecto de vida.

 

Mi padre nos mira en silencio con un asombro que se le confunde entre la norma y el afecto, pero sabe que ni puede, ni tiene nada  qué opinar.










Mention of honor and publication

Emilio Alberto Restrepo Baena

 

 

 

Oh, Paola

Iwill never get myself a footballer boyfriend again!

It was the only option I had, because my father worked as a masseur and assistant for Atlético and every afternoon, after school, he would take us to the team training sessions. We were surrounded by people of football, the neighborhood meant nothing to us, family was replaced by corporate staff; the atmosphere, everything, revolved around football. On weekends we traveled with the entourage, because we had no one to stay with. We became part of the landscape.

 

My mother had abandoned us, she had eloped with a player. My dad wanted to pretend that nothing had happened, that everything was normal, that life was like that, that these things happened as

if growing up and rolling without mom were the most common thing; we were in the power of a very busy father, broken inside and armored towards the outside. We were directionless girls, surrounded by tough, sweaty men minding their own business, possessed by ambition and hormones.

 

First I fell in love with the goalkeeper, who sooner than later was bought by a team from another city and disappeared from my life from one Sunday to the next.

 

Then I was dazzled by the centre-forward, but I soon discovered that he scored goals with the same ease with which he comforted his admirers when I barely turned my back.


 

The captain turned out to be an indefinite person who kissed the League’s communicator on tour. I found out about it from third parties and I had to spit out of rage when the bus driver himself showed me the photos with the evidence.

 

The central defender was a beautiful fool who didn’t know what to say to me when we were alone and he ran out of arguments from his somewhat clumsy caresses.

 

And so it happened with the team’s number ten, with two other forwards and with a substitute who was constantly irritated by the bitterness of always warming up the bench.

 

For several years I shared all those lips, those strong and brusque arms, their wild smells, their volatility, the penetrating lotions, their egos melted by the promise of a bright future that wasn’t always just around the corner.

 

I only agreed to the calm of an illusion that landed me with my own expectations, when I met Paola, the team’s psychologist. She was my support when I found myself bowed down by the succession of defeats that made me feel used, displaced, often dirty. She would speak to me with calm wisdom, with sweetness; she led me by the hand to an understanding that transmuted into gratitude, then admiration, later affection, and finally love.

 

Paola gradually became my vital axis. She allowed me to find tenderness and, above all, myself.

 

She is part of the team and of my life project now.

 

My father looks at us in silence with an astonishment that confuses him between norm and affection, but he knows that he cannot, nor has anything to say.





En este aparte se pues escuchar el cuento, leído por el autor  el programa argentino ¡CULTURA Y ENTRETENIMIENTO! dirigido por  el periodista Marco Vela


https://go.ivoox.com/rf/100686809






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