Sunday, May 29, 2005

UNA AMARGA DESPEDIDA

UNA AMARGA DESPEDIDA
Emilio Alberto Restrepo Baena
Cuando Jesús Vásquez cumplió su ciclo como Médico en Urabá en junio de l986 y decidió irse para Medellín a especializarse en Cirugía General, fue objeto de varios homenajes y despedidas, pues su gestión fue bastante bien calificada y la gente alcanzó a apreciarlo mucho. Entre los agasajos que recibió, nunca podrá olvidar el que le tributaron los muchachos del grupo de la Cruz Roja del Mar en la playa de Punta de las Vacas, un viernes al caer la tarde.

El grupo de la Cruz Roja del Mar estaba compuesto por 40 jóvenes estudiantes de bachillerato de Turbo y su objetivo era suplir un vacío de paramédicos en la región, formando expertos en primeros auxilios, operaciones de rescate, educación a la comunidad y lucha contra la drogadicción.

Chucho, como se ha llamado siempre al médico, se integró bastante bien con todos los jóvenes del grupo y se sintió muy a gusto cuando ellos le propusieron irse para la playa a bailar, a cantar y a contar anécdotas. Ni siquiera a tomar trago, pues era un pacto que mientras tuvieran el uniforme, nunca lo harían. Todo transcurría normal. En medio de la tristeza por la partida del galeno, se sobreponía la alegría y bullaranga propia del litoral; los muchachos hacían dinámicas y se bañaban en una especie de piscina natural que se formó en la Punta de las Vacas, rodeada por un lado de piedras grandes y por el otro de manglar.

Cuando estaban nadando, uno de ellos, Juan de la Cruz, gritó: ¡Hey, pilas que me ahogo! y diciendo eso, todos vieron como el joven era literalmente hundido hacia el fondo, como si hubiera sido arrastrado, sin ofrecer resistencia.

Era raro lo que estaba pasando, pues Juan de la Cruz era un negro de l6 años, que sobresalía por su color, su fuerza y su tamaño, cercano a los l.90 metros. Era un verdadero yanqui, experto nadador.

-Tuvo que ser un animal-, dijeron los compañeros. Algunos se tiraron a buscarlo con careta de buceo, pero fue inútil, no se veía por ninguna parte.

-Eso fue que un tiburón lo jaló pa' los cantiles- dijo otro, refiriéndose a las cuevas submarinas donde habitan meros y demás escualos.

Ante el desconcierto y la desesperación de todos, y habiendo trascurrido más de media hora, cuando ya todos daban por segura la muerte del negrote, decidieron acudir a todo el que pudiera prestar ayuda: vinieron buzos de Unibán, de la Defensa Civil, de la Marina; bloquearon con barcos la costa, la cercaron con casi 4 Kilómetros de chinchorros, trasmallos, redes y atarrayas. Buscaron en todos los rincones. Ninguno lo encontraba. Cundía ya una angustia generalizada. Todo Turbo se movilizó a la búsqueda o se unió a la expectativa; hubo rezos, llantos, invocaciones, todo un despliegue metafísico y teológico. Fue en este momento cuando Chucho, líder natural del rescate y responsable del grupo, se acordó de Emeterio.

Emeterio era un negro bajito y sombrío, grueso y callado, de piel oscurísima, ojos brotados e inyectados de un rojo permanente, manos enormes, que ahora a sus sesenta años trabajaba como vigilante del hospital. En su juventud, figuraba como mujeriego, rufián, pendenciero, y mal sujeto. Luego de una enfermedad que casi lo mata, se convirtió a los Testigos de Jehová, transformando completamente su vida. Siempre lo persiguió la fama de secretero y medio brujo y de él se decía que tenían extraños poderes; todos le reconocían sus grandes habilidades como pescador; (fue él quien pescó la ballena del Colegio San José de Medellín). Cuando Chucho llegó a su casa, a eso de las 4 de la mañana, el negro lo miró, con sus ojillos brillantes y enrojecidos.

-Te necesito, Emeterio- dijo el médico.

-Ya lo sabía y aquí lo esperaba- contestó.

-¡Vamos!-. El negro decidió irse en su lancha solo y Chucho lo hizo en el carro del hospital.

Las primeras luces del amanecer vieron a Emeterio remar lentamente en la Puntas de las Vacas. En algún momento se paró en su bote, elevó sus brazos al cielo como quien invoca a una fuerza superior, luego con su machete cortó una vara larga y se dirigió remando hacia el manglar. Allí, sumergió la vara y como por arte de magia, el cadáver de Juan de la Cruz flotó en el agua. Todos miraban estupefactos, cansados y aturdidos, pero felices de recuperar el cuerpo. Lo velaron sin amargura, con una resignada tranquilidad.

Nunca se supo qué mató a Juan de la Cruz. Su cuerpo estaba intacto, sin signos de violencia. En su corazón no había evidencia de infarto o enfermedad cardiaca. No se precisó si hubo derrame cerebral o alguna hernia de disco en su columna vertebral. El misterio sigue rondando. Cuando Chucho preguntó a Emeterio cómo había logrado ubicar el cuerpo, éste se encogió de hombros.

-No hay que tratar de entenderlo todo, médico, lo importante fue que el cuerpo apareció y ya su alma puede descansar en paz-.

En silencio Chucho comprendió que no debía preguntar más. Era una amarga despedida. Bajó la mirada y entendió que la vida debía continuar..

LA ESQUINA, LA CUADRA

LA ESQUINA, LA CUADRA
Emilio Alberto Restrepo Baena
Para nuestra formación de muchachos de barrio, la esquina fue un lugar fundamental. Era el sitio de confluencia, de encuentro, de rituales de gallada. La esquina usualmente estaba coronada por una tienda mixta, donde nuestras madres ajustaban el mercado y los hombres menudeaban cerveza y aguardiente. Era el sitio tácito de reunión, a la salida del colegio, luego de la comida, después de los partidos, a la hora de salida de las peladas del colegio; era el meridiano de la cuadra, otro concepto fundamental dentro de nuestra filosofía de barrio.

En ella se ventilaba todo, se opinaba de todo, se pontificaba, se decidía, se absolvía, se vetaba. Era el termómetro calificador de las muchachas (peladas) que pasaban, pavorosa fuente de todo tipo de piropos. Allí se discutía sobre la alineación de los equipos de fútbol, se descalificaban técnicos y jugadores, se recreaba la película, se mentía sobre nuestras fantasías amatorias, se organizaban acampadas, se quitaban las broncas a golpes. Era el lugar perfecto para perpetuar una de las más hermosas costumbres del barrio: la tradición oral. Todo giraba en torno de la palabra. El discurso era el rey; una y otra vez se repetían las historias, cada vez con más aditamentos, con más sal y pimienta; la hipérbole era la norma. Allí le oímos las historias a los marihuaneros del barrio; entre ellos había jerarquías, sustentadas en el grosor de las mentiras (cañas) y en sus antecedentes; los más duros eran los "caneros", aquellos que en virtud a su oficio de rufianes habían conocido la "cárcel" (cana o guandoca), en ese entonces la Ladera y luego "La Finca" o Bellavista. Nos hablaban del malevaje, del sufrimiento, del abuso de los jefes del patio y de los guardianes, de los sobornos, del tráfico de drogas y armas dentro del penal; nos fanfarroneaban con hipotéticas fugas y con tropeles inverosímiles, adornadas las fantasías (chepas) con una clara influencia de las peores películas. Los que estábamos más jóvenes (sardinos) entonces, conversábamos, o mejor, oíamos boquiabiertos todos estos cuentos a escondidas de nuestros padres que por supuesto, no aprobaban nuestras compañías, pero nunca pudieron hacer nada por impedir que realizáramos lo que nos viniera en gana.

Los "Chachos" o líderes de la esquina eran: "Memo Peinilla", un pobre perdedor que había formado parte del batallón Colombia en la Guerra de Corea y al que la marihuana, el alcohol, el hambre y la frustración lo habían convertido en un costal de huesos con ojitos brillantes y lengua poderosa, todo un varón de la nostalgia, héroe de mil batallas imaginarias, conversador incansable, pedigüeño tenaz. Al principio le oíamos los cuentos entre asombrados, admirados e incrédulos, pero después de mucho repetirlos, cada vez más distintos y adornados, nos reíamos y disfrutábamos, pero no le creíamos. Otro clásico era "Frentepanela", otro vago (pato) divertidísimo y enjuto que decía que había formado parte del Nacional cuando se llamaba Atlético Municipal; mostraba fotos y recortes de periódicos viejos y vivía recluido en la añoranza de días gloriosos que pudieron ser y nunca fueron.

A "El Gordo", "Carechimbo", "Bayo", "Fastidio", "Lunar de Puta", "Armandito", “Carecreisi” y otros pelafustanes típicos del barrio, marihuaneritos mediocres y ladronzuelos aún más malos, les oíamos cientos de historias, miles de chistes, reflexiones en reversa desde su orilla de perdedores, de marginales, de resentidos. Se gastaban su día en la esquina, planeando un futuro lleno de plata y de mujeres, tratando de olvidar un pasado triste y un presente peor; compensaban la falta de acción con exceso de verbo, fumándose los "cachos" de yerba (marimba) con una dignidad que los hacía echar a los niños (pelaos) sanos mientras se trababan, jugando interminables partidos de fútbol (picados o desafíos) con galladas de otras cuadras y otros barrios, de vez en cuando atracando o "colgando" borrachos y viejitas de otros lados. Sistemáticamente caía la policía a "raquetiar" o a requisarlos; se los llevaba por indocumentados, o por tener una bolita (un "diez") de maracachafa o por jugar fútbol en la calle y quebrar vidrios con los balones. Se perdían una semana y siempre volvían a la esquina.

Recuerdo una vez que el hermano de "Papilo" se trajo por charlar un caballo de las mangas de los Medina, que eran los grandes terratenientes de Belén y por hacerse el gracioso le puso un lazo en la boca a manera de freno y lo montó a pelo (sin silla ni freno). Eso fue un espectáculo, todos los amigos le hicimos corrillo y le rogábamos que nos dejara montar. Asustado por la romería, el caballo se desbocó y echó a correr desesperado como un poseído; en el cruce de la 72 con la 27 se le atravesó un bus de Las Playas y el impacto fue espantoso. El caballo murió en el acto. Al hermano de Papilo no le pasó nada, pero desde entonces lo llamamos "el llanero solitario". Ese día se apareció la policía (Los Polochos, o los feos, como les decíamos), nos pillaron a todos aún en la esquina comentando el tropel, nos llevaron a la inspección y nos detuvieron todo el día. En medio del susto, fueron acaso las horas más divertidas de que tengo memoria, eso fue mucho tirar risa y goce en esa encarcelada (encanada). El hecho no pasó a mayores.

La esquina era todo un derroche de melomanía. Allí aprendimos a valorar la música como una expresión sentida y sincera de lo que el alma popular tiene que decir. En las épocas en que no la tenía empeñada en la prendería (o "La Peña"), El "Mexicano" sacaba un enorme armatoste plateado, de 2 bafles en la que molía tango tarde y noche. El tipo se transformaba con Julio Sossa y repetía varias veces las canciones, mientras con los ojos cerrados y la mano empuñada, imitaba los gestos del "Varón del Tango". Una vez puso a "Cambalache" l0 veces seguidas, hasta que don Guillermo el de la tienda le quitó el alambre de extensión que le permitía conectar. Recuerdo que un día lo vi llorar con "Rencor", nunca nos dijo por qué; también Oscar Larroca y Hugo del Carril señoreaban a través de los parlantes; nunca puso a Gardel, pues lo consideraba un marica señoritero.

Por una época la salsa fue la reina; se oía a todo volumen a Richie Ray, Bobbi Cruz, la Negra Celia Cruz, Lavoe, La Fania, la Sonora y Larry Harlow, pero su dominio fue más pasajero. No tuvo la valoración que se le daba en barrios más populares, en cambio se hizo una rápida transición al Rock. Led Zeppelin, Black Sabbath, Sweet, Rolling Stones, fueron muy importantes para nuestro oído de rockeros. Gracias a ellos tuvimos también varias visitas de la policía, alertada por vecinos que no soportaban la estridencia. En esta época íbamos en tumulto a las películas de conciertos que daban en el teatro Tropicana y en el Diana, y que casi siempre terminaban en trifulca.

Con el tiempo, la esquina se fue muriendo. Al principio, cuando conseguimos novias y amigas, gastábamos más tiempo con ellas que con los amigotes del barrio y luego ellas nos exigían que no nos paráramos mucho con "esa manada de vagos". Sus presiones lograron lo que nuestros padres nunca pudieron. Luego con ese desafore hormonal que da el ingreso a la adolescencia, preferíamos irnos para bailes o a darles besitos (piquitos) en las escalas de la casa o detrás de las puertas o nos íbamos para las mangas del barrio La Nubia (aún sin construir) a jugar "chucha americana", "cinco minutos en el cielo" o "botellón" que eran disculpas para poder deslizar nuestras inquietas manos o nos íbamos a tirar heladería en el Parque, al Portal o a Los Sauces, lugares oscurísimos, donde nos encerrábamos en los reservados (o confesionarios) donde dábamos rienda suelta a nuestro furor adolescente.

Muchos de los muchachos cambiaron de barrio. A varios de los patos los encanaron, a otros los mataron, Pablito murió tísico en un vómito de sangre. Varios seguimos estudiando y gastando el tiempo en otras cosas. Algunos empezaron a trabajar. En Belén aparecieron grandes almacenes como El Ley, Comfama, El Cafetero que mataron las tiendas de esquina. Muchas casonas viejas fueron derrumbadas para construir edificios y unidades cerradas que desgastaron y destruyeron el concepto y el espacio de "La cuadra".

La esquina se consumió por sustracción de materia, por inanición. Hoy la esquina es sólo eso. Una esquina, un cruce de 2 calles que confluyen, una arista. Su significado sociológico y antropológico se perdió por el urbanismo, por la violencia, por la transformación de valores, etc. Hoy los muchachos prefieren El Mall, la taberna, los centros comerciales, y eso está bien, los tiempos cambian. Pero nuestra generación mira con nostalgia hacia atrás y evoca la calidez y hospitalidad de las que fueron nuestras esquinas.

La cuadra como aglutinador también perdió su dimensión. Ya sólo existe como línea recta de casas o edificios ubicados uno a continuación del otro, que alberga familias diferentes y constituye manzanas de un barrio determinado.

En el Belén de los años sesenta y setenta manejamos el concepto de cuadra en el sentido que hoy la evocamos. Las familias de la misma cuadra constituían casi que un clan, una cofradía estrecha y solidaria con criterios unificados de pertenencia y una relación muy fraternal.

Todos en la cuadra nos conocíamos, todos nos ayudábamos; las madres se asistían unas a otras con sus enfermedades y las de sus hijos, se prestaban mercado y utensilios; los padres, conversaban de lo humano y lo divino, lavaban el carro juntos, tomaban cerveza y trago en comunidad, iban al estadio en grupo y los muchachos, el verdadero motor de la cuadra, éramos hermanos de padres distintos, cofrades, cómplices, verdaderos y fraternos amigos. Al amparo de la cuadra se gestó el concepto de gallada en su hábitat natural: la esquina.

Las actividades eran comunes, los colegios, casi siempre los mismos, las amigas de unos eran las de todos. Se organizaban severos campeonatos de futbolito callejero que eran el desespero de las beatas de la cuadra, por la algarabía, la palabrería y los balonazos que generaban. Se jugaba también Béisbol con tapas de gaseosa, golosa (o rayuela como le denominaron en otros sitios), vuelta a Colombia, también con tapas de gaseosa parafinadas o con plastilina sobre una ruta pintada con tiza en el pavimento.

Las modas iban y venían. Cíclicamente nos atropellaban con costumbres que hacían furor. Por ejemplo el uso de yoyo, hoy tan pasado de moda. Se organizaban campeonatos en los cuales se competía con florituras y figuras, al que más enredos hiciera con él. Una multinacional de gaseosas traía campeones mundiales que hacían un despliegue de destreza y en todos los colegios se hacían concursos internos. También el trompo hacía su aparición por tiempos; no faltaban los expertos, incluso recuerdo el caso de un pelao de San Bernardo que jugando con una de estos aparatos (que tenía una punta metálica) se accidentó un ojo, se complicó y terminó con una prótesis de vidrio. Otro aparato consumista para envolatar muchachos era el Hula-Hula, que consistía en un aro de tubería plástica con el que uno hacía piruetas, haciéndolo girar en el cuello, en la cintura, en las piernas.

El taqui-taqui también era reencauchado por épocas; eran dos bolas unidas por una pita a un anillo. Se hacían golpear una con la otra haciendo competencia de duración y de efectos. Otro más clásico era el balero, conocido por nosotros también como perinola, que era una esfera de madera, con un huequito, que se introducía o "encholaba" en un palo puntudo, al cual estaba unido por una pita; venía en todos los tamaños, colores y materiales; no fueron pocos los golpes en la cabeza y en la cara por cuenta de este aparatejo. La otra perinola, o tomatodo, era un trompito de plástico para hacer girar y jugar juegos de azar.

La cuadra era todo un polideportivo informal, se hacían competencias de patinaje, deporte que algunos nunca pudimos aprender. Se jugaba “chucha”, también llamada "La lleva", individual o en equipos, donde uno castigado, tenía que alcanzar a los otros y transmitirle la pena; la clave o el tiro era no dejarse alcanzar. Jugábamos “escondidijo” o "cuclí", donde alguno con los ojos tapados contaba hasta l00 mientras el resto se escondía; luego salía a buscar y el plan era que los otros sin dejarse pillar, llegaran hasta el cielo y se liberaran.

Un básquetbol muy rudimentario era un juego llamado "competencia", formado por dos bandos, cada uno de los cuales debía mantener el mayor tiempo posible el balón, pero sin objetivos de puntaje como portería o canasta.

Se competía también con bombas de chicle que se hacían con la boca y con bombas de jabón que se hacían con popos de higuerilla; se jugaba a la 31, tratando de sostener un balón de fútbol en el aire con el muslo, el pie o la cabeza. Además de los campeonatos de eructos se usaba todo tipo de secreciones y expresiones fisiológicas para hacer concursos (léase chorros de orines y otras barbaridades que en honor al pudor y la vergüenza omito).

Los viernes por la noche, en alguna casa se organizaban bailes y en diciembre la calle se llenaba de adornos navideños y pasacalles. En los días claves como 7 y el 8 de diciembre, la cuadra se llenaba de velitas y el 24 y el 31, la cuadra se cerraba, se impedía el acceso de carros, se mataba marrano, se quemaba pólvora y se hacía un tremendo sancocho y fritanga callejera. Había alegría natural, sincera camaradería y verdadera participación de todos los vecinos.

Los domingos nos íbamos todos a un "paseo de olla y pelota de números" dentro del mismo barrio. Teníamos los charcos del Manzanillo, en lo que hoy es Belén Rincón, ya un barrio completamente urbanizado; los bañaderos de Aguas Frías, las caminatas a Tres morros; hoy nadie habla de esos sitios como especiales para un día de campo.

Hoy domina la urbanización, la unidad cerrada, el edificio de apartamentos; hoy los vecinos son extraños, son un accidente circunstancial que nos tocó al lado y del cual ignoramos su nombre y filiación; realmente no nos conocemos; no nos queremos ni nos tenemos confianza.

Nuestros niños tienen que resignarse a crecer con pocos amigos espontáneos. Acaso los de las guarderías o colegios. Si quieren jugar fútbol hay que inscribirlos en una escuela o semillero, nada de partidos callejeros. Es una generación de pronto un poco solitaria, rodeada de artificios, bombardeada por la informática, absorbida por la sociedad de consumo y los medios de comunicación y sin mucho espacio para la espontaneidad y ese aire primitivo y salvaje que nos hizo tan felices.

LOS BACANES Y LA PUCHOLOGIA

LOS BACANES Y LA PUCHOLOGIA
(Semblanza de los marihuaneros del barrio)
Al Raúl
Emilio Alberto Restrepo Baena
El marihuanero era un personaje típico del barrio. Era habitante permanente de la esquina, terror de las madres, obsesión de la policía, líder de la palabra y adalid de la tradición oral de la cuadra. Sin proponernos hacer una apología o exaltación de ellos, debemos reconocer que su presencia era permanente en todos los acontecimientos de la cotidianidad de nuestro barrio.

Eran los que mantenían a raya a los viciosos y ladrones de otros lugares, pues no los dejaban operar en su territorio, no atracaban ni agredían a la gente propia del barrio, montaban unos sancochos terroríficos ( Conocidos como “cochos bifásicos de gumarra y runcho con un buen cate”- entiéndase sancocho de dos carnes, gallina y cerdo con aguacate) hechos con leña en plena calle; molían música a todo volumen en una enorme grabadora callejera, jugaban partidos de fútbol interminables, contaban historias inverosímiles pero divertidísimas que los niños (o pelaos) escuchábamos extasiados. También eran útiles, ayudaban a llevar mercados, a desvarar carros o acarrear trasteos, siempre a cambio de una propina (o la "liga", como decían).

Se tomaban muy en serio su oficio de marihuaneros. A la marihuana le tenían muchos nombres. Le decían La Mona, La María, La Marimba, La Maracachafa, La Cebolla. Ir a comprarla era ir a mercar o al rebusque. Normalmente se iba al “hueco” o al “chispero”, metederos donde con disimulo (con disipeto) hacían la transacción (o el cruce) y conseguían la mercancía (un diez, un cien, un paco, un tamal). Los vendedores (conocidos como jíbaros), la mantenían dentro de los pantaloncillos, en las pilas del radio, o en los rincones de las ventanas. Usualmente vendían bajo la complicidad de la policía, la cual les cobraba la protección (la vacuna). Eran muy celosos para defender el territorio (o el parche) y no dejaban entrar competencia. Al final sólo le proveían a viciosos (llamados güelengues o sopletes) conocidos y de confianza.

El efecto de fumarla era estar trabado, estar turro, estar colino, darse en la cabeza o en la torre o “estar sollado”; armar el cigarrillo (pucho, cacho, porro) era todo un arte. Primero había que conseguir un papel especial, que se llamaba "cuero" y podía ser el papel que traía la cajetilla de cigarrillos Pielroja, (o Marlboro salvaje), junto al papel aluminio. Los más criollos lo armaban con saliva (lo ligaban); los más refinados tenían una maquinita (la machín) que lo compactaba y formaba un tabaco perfecto. Para esto se conseguían cueros americanos, que los más pudientes compraban en Sanandresito o les traían de Estados Unidos ( la USA ). Antes, había que desmenuzar (o "rascar") la hoja pues usualmente traía muchos palitos o semillas. Alguno de ellos, el vigía, el que servía de campanero, miraba a lado y lado pendiente de los policías (cariñosamente llamados tombos, tiras, rayas, peyes); eso se llamaba estar mosca, o estar piloso, para “no dar visaje” y no ser sorprendidos en el acto.

La de mayor calidad era la punto rojo, que no tenía tanta viruta o excedentes. La más ordinaria era la “paja” o el “colchón”, que era de mala calidad y daba trabas enloquecedoras.

Un truco para mejorarla era fermentar la yerba con un vino ordinario llamado Gatonegro; si no lo conseguían, compraban Moscatel o “trespatadas”; la mezclaban, la dejaban remojando por medio día y luego la dejaban secando al fresco (no podía ser al sol); decían que daba una traba reposada o filosófica.

Cuando no conseguían cueros, el papel de globo también servía. Los más varados (o embalados) arrancaban hojas de las biblias de sus casas, para escándalo materno, y con ellas armaban los baretos; decían que daban trabas místicas o viajes celestiales.

Normalmente la marihuana les estimulaba los sentidos y tenían una hipercaptación de la realidad. La música se oía en notas vibrantes, los colores eran vivos e intensos, los olores muy estimulantes. Había tendencia a la hipérbole y a la magnificación de las sensaciones. Los más volados, hablaban en lenguaje que pretendía ser poético o metafórico y hasta metafísico. Decían que veían las notas musicales, mientras imitaban los movimientos de los guitarristas del rock o de los timbaleros salseros mientras sonaba la grabadora a volumen estridente. Cuando había sobredosis, llegaban incluso a alucinar. Rara vez había problemas o peleas (tropeles); generalmente hablaban de temas anecdóticos, bajo un marco de mucho humor, pues era característica que los cogiera un ataque incontrolable de risa conocida como "la risueña". A veces le mezclaban licor, en baja cantidad, pues sostenían que era bueno "emborrachar una traba", pero no lo contrario pues les dada "la pálida", con mareos, malestar, vómito, cólicos. Al final de la traba (o turra) les acometía un apetito voraz (llamado la comilona, la melona o la hambruna). Casi siempre la acompañaban con coca-cola, pan de diez y salchichón (ó coctel “llenabobos”). También la saliva se volvía espesa, la boca se volvía como una polvera, se resecaba y producía una severa sed (llamada la “seca” o la “cometrapo”).

Cuando la traba estaba maluca (pasmosa, casposa), ellos la catalizaban con cigarrillo marca Lucky (o "5 letras"), el cual "se las bajaba".

Los narcotraficantes (“traquetos” o mafiosos) trajeron una costumbre nociva que prostituyó, según ellos, el oficio del vicioso (lo perratió, lo putió o se cagó en él). Era mezclarle coca o bazuco para hacer un "diablito", que daba unas trabas horribles, enloquecedoras, excitadas (colineras demoníacas, las llamaban).

Los viciosos pobres (chichipatos) mantenían las puntas de los dedos índice y pulgar de color amarillo (conocido por los médicos de la Policlínica como el signo del boliqueso) por tratar de fumar hasta lo último lo que quedaba del bareto (la patica o la chicharra); los más curiosos, tenían una pequeña pipa donde lo ponían. La llamaban matachicharra. Podía ser comprada, pero la mayoría era fabricada (hechiza) por viciosos de la cárcel (o caneros, signo supremo de prestigio en el gremio). En la cabeza del aparato les tallaban imágenes de mujeres desnudas, de caras, de demonios. Otro truco era guardar todas las chicharras pues decían que había recogido toda la esencia, toda la miel del pucho, y los juntaban para fabricar un enorme tabaco que llamaban ambil o “hachís de pobre” y que olía a llanta quemada. Dicen que producía unas trabas pavorosas. Lo cogían con una horqueta, pues dejaba mal olor en los dedos.

También era común hacer tortas de marihuana o echarle a los sancochos. ("sancocho callejero sin canabis no es sancocho" sentenciaban).

Bajo los efectos del consumo, su hablar era característico, arrastrado, cadencioso; eran enamorados y piroperos. Sus ojos eran pequeños y rojos en todo momento. Para evitar este efecto, mantenían un frasquito de un descongestionante oftálmico llamado Vicina o Luz Sul. Era tan estigmático, que cuando la policía paraba un muchacho y le encontraban un frasquito de esta marca, lo detenían (lo “encanaban” o lo metían a la guandoca) por sospechas.

Decían que la marihuana fortalecía el corazón, estimulaba la creatividad, agudizaba los sentidos y mejoraba la calidad de las relaciones sexuales.

Cuando estaban muy avanzados en el vicio (cogidos o embalados) le mezclaban pastillas al consumo, todo tipo de estimulantes. Eran ya estados graves de adicción. Se conocían en este momento como Pepizos o Pastizos; vimos a varios caer en la locura. Muy pocos de los marihuaneritos clásicos del barrio usaban drogas duras como el ácido, la heroína o la morfina. En ocasiones se extrovertían comiendo hongos "boñigueros", que revolvían con panela picada o con leche condensada, lo que les ocasionada un viaje sicodélico y delirante, una experiencia alucinante, impredecible, esquizofrénica. Casi nunca quedaban ni con deseos ni con alientos de repetirla.

En fin, estos personajes ocuparon muchos de los espacios de nuestra infancia en los barrios de Medellín; en retrospectiva les miramos con benevolencia y afecto su imagen típica y constante en las esquinas con sus poses características y su discurso lleno de fanfarronería, imaginación y fantasía.

EL SINDROME PARACHOQUES

EL SINDROME PARACHOQUES

Emilio Alberto Restrepo Baena

Una vez llegados a la treintena, al asentamiento de la edad adulta, al "tercer piso", a la madurez de la edad media, nos ataca en todo su furor el Síndrome Parachoques.

La finalización de los estudios profesionales, la inmersión total en el proceso de producción, la constitución de la familia, la llegada de los hijos, el afán obsesivo por adquirir bienes de consumo que patenticen el éxito (Carro, casa, finca, etc.), la instalación definitiva de responsabilidades impostergables y, en resumen, la confluencia de todas esas y otras variables modifican definitivamente la naturaleza del individuo, le suprimen la espontanidad y le castran un poco la capacidad de improvisar; ya se siente coartado para asumir riesgos y no se frontan retos nuevos con entusiasmo, pues existe el permanente temor a exponerse, a sacrificar una de las mayores camisas de fuerza que caracterizan esta época: la estabilidad y el equilibrio.

En esta edad se imponen la corbata, el cumplimiento estricto de los horarios, la dependencia de la norma, el dominio supremo de la agenda como marcador inflexible de la rutina, las cuentas por pagar a final de mes que nos recuerdan nuestra dependencia del crédito como única posibilidad de la clase media de ratificarse y afianzarse en la posesión de los estigmas consumistas, los jefes, las secretarias, las reuniones en los colegios de los niños y los múltiples cursos en que los inscribimos, los trancones del tráfico urbano, y un largo etcétera que nos reitera nuestra pertenencia a ese grueso cordón de la población en la franja media de su existencia.

Y si hace quince años nos reíamos de la vida y de la cotidianidad de Lorenzo Parachoques, hoy necesariamente nos vemos dibujados en él y reproducimos día a día las características que lo hacen tan célebre y de tanta ascendencia en sus miles de lectores: Un trabajo reiterativo y demandante con pocos estímulos de ascenso, un jefe hosco y gruñón que entiende de una forma muy personal las leyes de la plusvalía en el capitalismo salvaje, una esposa abnegada y metódica que hace milagros con la rutina y la quincena, la estereotipada suegra, los hijos adolescentes y su carga de angustias y exigencias, los vecinos arribistas y solidarios,
las siestas interminables, el sofá como último reducto de libertad y cómplice leal de sus necesidades de silencio, descanso y amor por sí mismo, los bestiales emparedados como escape creativo y lúdico a su ansiedad, su afición a los oficios manuales donde nada sale bien pero se mata de buena forma el tiempo, la monotonía y esa velada sospecha de estar llevando una existencia mediocre y poco ingeniosa, las cuentas de la tienda y del alquiler, el auto compartido para ahorrar dinero, la proverbial impuntualidad o mejor, las prisas y los afanes desesperantes por tratar de estar a tiempo cumpliendo con las obligaciones; en fin, un poco de todo lo que a diario somos y sentimos y que jamás en nuestros años mozos de quimeras, ideales, sueños y desenfado ni siquiera imaginamos.

Al cabo de estos años comienzan lacras muy propias y para desgracia bastante comunes: La úlcera, el insomnio, la indigestión, los problemas cardíacos. Se disminuye la tolerancia al ejercicio( que cada vez es menos frecuente).
Ya no se aguantan los trasnochos y los guayabos o resacas son cada vez más feroces. El pelo se cae a mechones, las encías duelen. Con cada vez mayor frecuencia se dan episodios de impotencia sexual, de inapetencia a todo nivel, de dolor de espalda. La cintura sacrifica su esbelta figura por unos antiestéticos e incontrolables depósitos de grasa conocidos como "llantas" o "bananos". Se lee menos, se goza menos, se tienen más miedos.



Hay en cada uno de nosotros un severo técnico de fútbol, un profundo analista político y un frustrado tenorio. Se empieza a hablar en un insufrible tono pontificial, muchas veces sin una sustentación válida y con argumentos muchas veces prejuiciados, subjetivos y superficiales, cuando no empalagosos.

Cada uno es un potencial asesino cuando conduce, cuando enfrenta filas, tacos y colas o cuando asume las obligatorias gestiones ante imperturbables burócratas de mentes miopes, mediocres y estrechas o ante funcionarios públicos que con su abierta indolencia le manifiestan al sufrido contribuyente todo su desprecio, mientras le recuerdan su condición de gusano miserable que tiene que rendirse ante su inoperancia y su caracter de vil tiranuelo.

Esos años treinta son duros. ( Recuerde el libro "Las crisis de la edad adulta") El libreto es estricto y las presiones, fuertes y constantes. El nivel de exigencia alto y bastante sacrificada la capacidad de apropiarse del sentido del placer. No se tiene la libertad, la creatividad y la fuerza de la adolescencia, ni tampoco la estabilidad, la tranquilidad y sosiego de una tercera edad bien administrada. Las demandas del presente en pos del mañana, sacrifican el disfrute cotidiano, la valoración del detalle, la sutileza del instante. Por eso, en un soplo imperceptible, los hijos crecen y se van, los contemporáneos mueren, la salud se deteriora y uno no alcanza a darse cuenta de cómo y cuándo ocurrió todo eso. El tiempo transcurre rápido y el cuerpo y la mente se hacen lentos.

Es por esto que cuando se sale de las manos el manejo de una situación que requiere un equilibrio preciso, se cae en infiernos como el alcoholismo, la drogadicción (Mucho más graves y adictivos que en otras edades), la trabajoadicción, las depresiones, la infidelidad consuetudinaria, el mal genio crónico, la intolerancia, la apatía, la anhedonia, la desmotivación.

En fin, toca asumir la treintena con todos sus achaques y arandelas. No hay forma, estando vivos y siendo ciudadanos de clase media, de hacerle el quite. Hay que aprender como Lorenzo Parachoques a rescatar la importancia del sofá, de los sánduches descomunales, del billar, de los bolos, por encima de todo lo otro que lo presiona, pero sin descuidarlo, pues hace parte de su obligación existencial. Quizás en ello radique la clave de su conservación y lozanía. Observe Usted que en los últimos treinta años no ha envejecido ni se ha ganado una sola arruga, ni una sola cana. Tampoco ha podido conseguir casa propia ni muchacha del servicio, pero no todo puede ser perfecto.

LAS CARANGAS

LAS CARANGAS
Al Torci Martín
Emilio Alberto Restrepo Baena
Una de las vivencias que tuvimos los jóvenes de Belén de la época fue la efervescencia del narcotráfico y con él, la tentación del dinero fácil y a montones. A diferencia de otros barrios más populares, entre nosotros nunca floreció el sicario, o pistoloco, ningún amigo se dedicó al gatilleo. Más bien, en un plan más operativo, más ejecutivo, menos violento, algunos muchachos cedieron al deslumbrante oropel del enriquecimiento rápido, estableciendo conexiones con mafiosos o “traquetos”, sirviendo de lavaperros, mandaderos, choferes, cuidafincas, cuidacaletas; unos pocos fueron “mulas” y llevaron mercancía a otros países, "cocinaron" en laboratorios o trajeron dólares.

Este nuevo orden económico trajo consigo la aparición de un nuevo elemento a la fauna del Barrio: La Caranga (emergente, o ascendido). Obedecía a un estereotipo físico, psicológico y social fácilmente predecidle e identificable: se perdía un tiempo, volvía con bastantes kilos de más, el pelo largo atrás y motilado a ras por los lados, la camisa, costosa pero de dudoso gusto, por fuera y desabotonada hasta el ombligo mostrando el pecho en el cual lucía una enorme cadena de oro coronada con un Cristo al que no le faltaba la piedra preciosa. Con pantalón hasta la rodilla, nunca usaba medias; los zapatos eran mocasines o tenis de marca con bombillito fosforescente. Salía a la calle, 2 o 3 anillos en los dedos, se montaba en el carro recién comprado, el cual invariablemente estacionaba en la esquina o en la tienda, lo dejaba con la puerta abierta y el equipo de sonido a todo volumen. Allí se prodigaba (se “botaba”) en generosidad. Generalmente nos invitaba a tomar cerveza y luego aguardiente. Empezaba a contar sus rollos (sus “videos”) y sus aventuras en una versión corregida y depurada de su principal gestión económica. Todos lo oíamos boquiabiertos en una mezcla de admiración y envidia. Esto generaba un círculo vicioso de sueños que estimulaban a otros pelaos a emprender iniciativas similares. Luego, cuando ya estábamos embriagados, llamaba a varias amigas de programa y nos íbamos para la finca de reciente adquisición, suya o de su patrón, donde nos metíamos en un despelote de tragos, viejas y música. En algunas ocasiones, si consumía vicio (güelengue o soplete), mandaba traer polvo para aspirar por la nariz, (perico), o para fumar (basuco) y poder aguantar bastante licor. Eran rumbas muy pesadas e intensas. Cada que el pisco volvía se repetían, pues una de las características, además de ser ostentosos, cañeros y demandantes, era la de ser muy amplios y gastones. También eran agresivos, sulfurados, intolerantes e intocables. No conocían ninguna norma social al conducir, eran ensordecedores con el pito y con el pasacintas, parecían y se sentían los reyes de la carretera.

A varios los mataron o se murieron en accidentes, otros fueron encarcelados en la USA o en Colombia. Uno que otro se retiró aparentemente del oficio y ahora tienen un "negocio sano". Era muy común que compraran uno o dos taxis, o montaran una taberna, o un almacén de películas de video o un almacén de ropa. A otros les perdimos la pista, pues cambiaron de barrio, generalmente para Simón Bolívar o el Poblado.

Por un tiempo fue una fiebre en el barrio. Como antídoto, muchos interpusimos la formación familiar, los principios, la decencia, el miedo, el estudio, la novia o simplemente indiferencia o desinterés.

Estos nuevos valores influyeron notoriamente sobre la forma de ser y sobre las aspiraciones de los muchachos de aquella época, creando un nuevo orden de cosas y un sórdido y peligroso submundo lleno de tentaciones. También impactaron en forma indeleble los gustos consumistas de la sociedad; hoy como secuela de esa “cultura mafiosa”, nos quedan rezagos que han permeado incluso las aficiones y las costumbres de la llamada “gente bien” y aún de las personas con formación profesional o con cultura.

Es por eso que las serenatas con mariachis, a volumen estridente y a grito herido, con hordas de músicos borrachos y licor a raudales, sin consideración alguna por el vecindario, reemplazaron al discreto y elegante trío que interpretaba una tanda de boleros en un meloso romanticismo. También quedó la afición por los carros aparatosos, grandes y ostentosos (conocidas como “mafionetas”, “narcoburbujas”, o “narcoyotas”), con equipos de sonido de marca y con un volumen que en todo momento pusiera de presente el poder adquisitivo del dueño; nos quedó también el irrespeto absoluto por las normas de tránsito y la intolerancia al conducir que no tiene consideración de ningún tipo por el prójimo; es así como el dignísimo profesor de ética se convierte en un energúmeno que adelanta la fila de vehículos por la izquierda, o el gerente de clínica que acciona el pito del carro como un poseído mientras insulta a los otros conductores de una forma que haría sonrojar a un arriero. La predilección por la ropa cara, de marca, pero de discutible buen gusto o elegancia, también es una tara heredada de dichos personajes. Colores chillones, horribles y vistosas camisas hawaianas, inmundas guayaberas, botas de cuero de culebra o de caimán, carrieles y sombreros usados fuera de tono, anteojos polarizados y reflectivos usados aún en la noche o en cine, únicamente por ostentar precio y marca (que en la conversación casual siempre salen a relucir), prostituyeron el glamour de toda una generación no mafiosa que se dejó influenciar por ellos. Y hablamos de ejecutivos honestos, de abogados e inspectores de prestigio, de médicos reconocidos. Quedó también la moda de las cabalgatas y el ritual que las acompaña en personas totalmente citadinas sin ninguna tradición ecuestre, pero siempre bajo el enfoque de la ostentación y la rimbombancia. Como otras herencias nos dejaron el lenguaje procaz, ordinario y plebeyo que no respeta edad, jerarquía, rango ni espacio; la obsesión por las cirugías plásticas con las tetas de silicona y las muchachas esculturales, teñidas y con el ombligo al aire (las inefables grillas); la desconfianza por el otro, al que miramos por definición como un vulgar timador en potencia, la sobrevaloración del bien raíz en ciertos barrios y zonas creando una inflación insostenible de las propiedades, la masificación del vallenato y de los narco-corridos, la lobería en la compra de adornos, artesanías y decoración de las viviendas. (Por ejemplo esos horripilantes teléfonos de sala en forma de animales como arañas, serpientes o gatos gigantescos que maullaban al sonar el timbre, esculturas que en una misma pieza combinan estilos griego con gótico y romano, jarrones descomunales llenos de plumas de supuestas aves prehistóricas en extinción, lámparas que desbordaban cascadas imposibles sobre mármoles importados y mil esperpentos más que son todo un homenaje al mal gusto.) También impusieron la perniciosa costumbre del soborno ante cualquier sanción o gestión, la consabida “mordida” o “untada” y el pago de comisiones por debajo de la mesa que tan diligentemente han aprendido nuestros insaciables políticos y funcionarios públicos.

Después de mucho tiempo, de narcoterrorismo, de guerras entre carteles, de miles de muertes y crímenes, ya los jóvenes no idealizan tanto ese falso sueño que tanto dolor generó entre los muchachos y la sociedad de los años 70s y 80s.

EN BUSCA DEL SUPERHOMBRE

EN BUSCA DEL SUPERHOMBRE
Emilio Alberto Restrepo Baena
El hombre nunca se ha resignado a su condición de ser normal, sujeto pasivo a merced de las voluntades del destino. Siempre ha tratado de manipular la suerte, la fuerza, el poder, las enfermedades, valiéndose de todos los medios a su alcance, divinos o humanos, mágicos o racionales, lícitos o ilegales que le permitan poner a su disposición las fuerzas de la naturaleza.

Nos llama la atención que en nuestra comunidad desde que tenemos conciencia, siempre alguien es poseedor de un secreto que lo hace distinto, poderoso e invulnerable. Siempre es el referente y alimenta poderosamente la tradición oral de nuestra cultura.

Entrando en materia, recordamos al individuo fortachón, ganador absoluto de todas las peleas, invencible en la confrontación física. Es el poseedor de “la piedra de Ara”, amuleto contundente que garantiza la fuerza descomunal. El afortunado se proveía de ella, robando del altar de las iglesias o de las pilas bautismales una pequeña esquirla de mármol adquirida subrepticiamente un viernes Santo o un día de Corpus Cristi. Luego se abría en la cara palmar de la muñeca de su brazo dominante una incisión en forma de cruz, sin anestesia y allí se incrustaba el pequeño objeto, suturándose él mismo con un cabello largo de mujer virgen, o de monja, o de cadáver de niño. Esto garantizaba una pegada mortal en su puño, un demoledor y contundente golpe con su brazo cual coz de bestia, feroz y destructora molicie de concreto en su extremidad. Eran individuos pendencieros que acababan con cantinas, destrozaban quijadas, ganaban siempre el mano a mano del varonil juego de pulsar con otro en una mesa. Provocaban tantas desfiguraciones y estragos que al resto de los mortales nos convencían que tenían “la mano multada”, que la ley los tatuaba con un signo de prohibido, que no podían ni siquiera empujar a alguien so pena de ir inmediatamente a prisión. Eran el temor, la envidia y la admiración de todos los endebles y debiluchos mortales que los mirábamos desde nuestra orilla de alfeñiques.

Otra estrategia para hacerse de un amuleto similar era “la piedra del gallinazo”. Consistía en, vaya a saber cómo, atrapar un gallinazo macho, amarrarlo de un árbol de guayabo o de araucaria, negarle toda comida y bebida por varios días al cabo de los cuales, el negro avechucho derrotado, indigno, doblegado, vomitaba de su estómago la codiciada piedra. Esto le confería al verdugo una potencia física similar al poseedor de la venerada “piedra de Ara”, moderno hércules, destructor y avasallante titán.

En las zonas selváticas o montunas, era importante tener “la contra” para las culebras. Para proveerse de ella, era menester acechar en los bebederos, en los charcos, en las grandes piedras de la orilla de los riachuelos, para predecir la rutina de las serpientes cuando acosadas por la sed llegaban a beber a ciertas horas fijas. Antes de hacerlo, depositaban una piedrita que extraían de su entraña, y relajadas entraban al agua, en ese momento el interesado cogía la bolita y echaba a correr contra corriente del río, para evitar ser alcanzado por la engañada rastrera, y morir en un rabioso ataque del crótalo. Si el intruso llegaba victorioso al pueblo, contaba de por vida con un eficaz antídoto contra éstos animales, los cuales, al solo olerlo, lo rehuían con temor. Si alguno se interponía, nuestro héroe solo tenía que invocar las palabras mágicas para ser respetado: “culebra correcaminos / que no me dejas pasar / mira que tengo la contra / de la serpiente coral.”. Estos personajes, gracias a tan preciado amuleto, eran los mejores cazadores de tigre y de danta, los más eficaces colonos, los más osados aserradores de monte, los más efectivos para la curación de mordeduras en la selva. Otra manera de conseguir el respeto de las culebras era preparar una pócima de grasa de elefante, raspadura de casco de caballo, de casco de vaca y de cachos de venado, se aplicaban en las botas del colono antes de adentrarse en la espesura y así, los reptiles repelían temerosos al caminante, por el miedo ancestral que le tenían a dichos cuadrúpedos.

El cúlmen del poder mágico, no solo para la fuerza física, sino para el poder económico, y político, para seducir mujeres y para dominar el arte del juego, era lograr un efectivo pacto con el demonio. La forma más expedita para conseguirlo era ir el viernes Santo a media noche, con un gato negro vivo, robado la víspera, a lo más oscuro y profundo del bosque más cercano. Allí desde esa tarde se tenía preparada una gran olla, mejor si era sustraída de una casa cural, un convento o una sacristía, con agua hirviendo al fuego lento de leña de avellana, o de bancas de iglesia. El gato se echaba vivo a la olla. Cuando estuviera completamente deshecho, el iniciado metía la mano con la seguridad de que no se quemaría, y empezaba a sacar hueso por hueso invocando a Satán y preguntando en voz alta si ese hueso era el indicado o no. Cuando lograba coger el que le serviría como talismán, una voz de ultratumba en medio de un fuerte olor a azufre le respondería que sí, que ese era. Empezaba una descarga eléctrica de truenos y rayos y el aspirante tenía que correr como un poseído, monte abajo, sin detenerse a pensar o a cuidarse de ramas lacerantes o abismos. Si era atrapado por la horda de demonios que lo perseguían, iba derecho al infierno en medio de terribles flagelos y profiriendo angustiantes alaridos de dolor y terror. Si lograba llegar a la meta, usualmente el cementerio a la salida del pueblo, luego de tocar una a una las tres cruces al revés que previamente el interesado había colocado, se consideraba triunfador y contaba de por vida con el poder absoluto del hueso maldito para lograr todos sus propósitos en la vida. Al morirse, iba derecho a ocupar un lugar privilegiado en el oscuro reino de Belcebú.

Para aumentar el tamaño del miembro masculino, se estilaba una poción que se frotaba en el apéndice viril del poco privilegiado aspirante a semental. Era la combinación de casco de burro joven, con raspadura de cuerno de rinoceronte, con criadillas de toro de casta, mezclado todo con grasa o infundia de gallo viejo. Al que no le agrandaba el tamaño, por lo menos le aumentaba la potencia o le prorrogaba la función del aguante en las artes amatorias.

Si alguien estaba lleno de verrugas en su cuerpo, la solución era contarlas cuidadosamente, buscar igual número de ellas en piedritas blancas de río, meterlas en una bolsita hecha con hábito de muerto o de monje y en un acto de fe tirarlas con la mano dominante por encima del hombro opuesto, sin mirar hacia atrás. Esta era la cura definitiva para tan molesto mal. El desafortunado que encontrara la bolsa por azar, de inmediato se llenaba de tan repugnante granazón.

En los pueblos los mejores para desterrar brujas y duendes eran los que tenían el cordón de San Francisco, que era el lazo que los frailes usaban a manera de cinturón. Si alguien tenía el don, si se sabía las oraciones adecuadas y si había logrado robarle a un monje (tamaña hazaña) dicho lazo, no había hechicero por hábil que fuera que se resistiera a su poder. Si persistía en su empeño, la peor indignidad era quedar amordazado por el “cordón de San Francisco”, pues lo encontraban en la casa de la víctima que estaba acosando, amordazado, desnudo, tiritando de frío y de humillación, expuestas sus mañas al escarnio público. Usualmente tenían que abandonar el villorio para no volver jamás.

Para atrapar al hombre deseado, las mujeres poco agraciadas y víctimas de los desaires del indiferente tenorio, hacían la forma de aplicarle en sus comidas o bebidas toda suerte de brebajes que lo enloquecían de amor y lo rendían a sus pies. Entre, muchísimas, la más socorrida era la “juagadura de calzones” que contenía un extracto de “agua de las tres cañadas”, infalible al momento de la conquista forzosa. Era extraído de lo que quedaba luego de lavar en agua sin jabón, la ropa interior sin quitársela durante los días de luna llena de la mujer interesada y que tuviera la menstruación.

Además de eso, se utilizaba todo tipo de perfumes, rezos, pócimas, fotos iluminadas o clavadas con alfiler para doblegar la voluntad del macho esquivo.

En nuestros pueblos también es bastante frecuente encontrar al personaje que tiene el poder de la sanación mediante rezos, capacidad transmitida directamente por alguien que tenga el don; así mismo, hay quienes contienen hemorragias profusas con solo pasar su mano sobre la zona sangrante y esbozar en secreto una oración, o componer fracturas o esguinces de personas o animales. Por el contrario, hay gente que tiene “mirada enconosa”, que con sólo mirar una herida, la infectan; una variante de este aspecto son las personas que tienen la capacidad, adquirida en virtud a maleficios o por ser envidiosas y coléricas, de empeorar a los enfermos o enfermar a los niños sanos o a las maternas jóvenes y bien casadas. Son las que aplican el “mal de ojo”, temibles especímenes de nuestra fauna pueblerina. Hay, además, quien domina los perros rabiosos con su mirada poderosa, quien doma con facilidad los caballos briosos y quien domina hasta “embobar” a los animales que atacan con furia a los vecinos. Todas estas personas tienen estos poderes adquiridos en pactos secretos y misteriosos que les confieren la capacidad de manipular a la naturaleza.

No contento el ser humano con estar a merced de la suerte que la vida diaria le depare, siempre buscará la forma de apropiarse de los recursos, al costo que sea, para alterar los designios del destino.

DONMATÍAS EN BUSCA DEL SUEÑO AMERICANO

DONMATÍAS EN BUSCA DEL SUEÑO AMERICANO

Emilio Alberto Restrepo Baena
En busca del sueño americano, los primeros donmatieños emigraron para Estados Unidos a principios de los años setentas. Para entonces Donmatías, un pueblo frío ubicado a cincuenta kilómetros al norte de Medellín, basaba toda su economía en la agricultura y en la primitiva industria lechera. Solo había una fábrica de confecciones.

Se diluye en el olvido, pero llama la atención que nadie recuerda como fue a parar a Boston el primer emigrante del pueblo, y precisamente allí, tan al norte, tan hermético, tan mínimamente latino, tan anglosajón, con esa supuesta coraza cultural e idiomática tan severa e infranqueable. Y para más contraste, venidos de Donmatías, el pueblo clerical de Antioquia ( “el pueblo levítico” , como pomposamente lo reivindica la iglesia ) , uno de los más recalcitrantes conservadores , de esos de godarria fanática , culturalmente primitivo y encerrado en sí mismo.

Al principio fue lo de siempre: oficiar de toderos, hacer los oficios más bajos y humillantes, estar allí clandestinos sin seguridad de ninguna clase, huyendo de los agentes de inmigración, presa de los explotadores y los soplones, dejando la juventud y la salud en dos y tres empleos a cambio de muchos dólares, llorando a solas el cansancio y la soledad, desfogando la desilusión en borracheras llorosas y en sobres atiborrados de billetes y cartas llenas de mentiras e hipérboles piadosas.

Luego arrancaron los del narcotráfico. Tampoco nadie recuerda quién fue el primero, pero un día, alguien empezó a hacer los primeros “cruces”, alguien tiró a la basura los escrúpulos y los principios y rodó la tómbola. Ahí se disparó la locura; las cantidades de dólares eran extravagantes, las fortunas rapidísimas. Recién idos, muchos traían millones en poco tiempo y empezaron a invertir. Floreció en pocos años una desproporcionada industria de la confección con los capitales repatriados. En su máximo esplendor, existieron hasta ciento cincuenta fábricas de todos los tamaños, cinco hoteles, múltiples restaurantes, una cooperativa riquísima modelo en Colombia y una enorme población flotante y con ella todos los vicios de la bonanza: los pillos, el bazuco, las putas, los ladrones, los bares. La prensa exaltaba al municipio como el de más rápido crecimiento del país, casi el segundo después del Envigado de los años dorados de la mafia, sin desempleo, con la industria de la confección más pujante de Colombia.

En Boston se creó un mundo aparte. La Colonia Latina más grande de todas era la Donmatieña. Allí pululaban los recién llegados, la mitad por el hueco, exponiendo su vida y su capital en un peligroso viaje clandestino plagado de riesgos; un cuarto con visa de turista, un cuarto con papeles falsificados ( en ese entonces era más factible ). Los salvadoreños y árabes pensaban que Donmatías era una lejana república bananera del trópico con dictadura y tercermundismo; ignoraban que era un pueblito frío, casi desconocido en una montaña Antioqueña, insignificante en la economía colombiana. Allí la mitad traquetiaba o vivía del narcotráfico con el ejercicio propio de él, como cargar, distribuir, cuidar caletas, traer o camuflar dólares, hacer cobros, etc, y la otra mitad parasitaba alrededor de esa nueva economía, haciendo los oficios domésticos, cuidando niños, llevando cuentas, en fin, sin exponerse directamente a la coca, pero haciendo el trabajo dispendioso y sucio de los que sí lo hacían.

En las noches todos se mezclaban. Con fervor patriótico añoraban el pueblo al son de conciertos aguardientosos de Helenita Vargas y Darío Gómez, lagrimosos, evocando un pedazo de terruño sin oportunidades que nunca les dio nada, del cual casi todos salieron cuando terminaron el bachillerato y no tenían en qué trabajar, hijos de familias agricultoras pobres y resignadas, modelos que ellos no querían perpetuar.

La bonanza duró cerca de diez años, hasta la segunda mitad de los ochentas. Muchos fueron capturados, muchas fortunas se cayeron en el riesgo mismo del oficio, varios murieron. El reflejo se vio en el pueblo. Las fábricas empezaron a quebrar, disminuyó la cantidad de dinero para lavar en ellas, el desempleo aumentó, el globo comenzó a desinflarse, una economía tan soplada artificialmente no toleró el rigor del tiempo y los acontecimientos.

Hoy el pueblo ha recuperado su talante apacible y parroquial. Hay pocas fábricas, un desempleo en porcentaje igual al del país, la cooperativa antes colosal hoy tiene un perfil más bajo, la ilusión del loco sueño americano hoy atormenta con menos pasión a los jóvenes aunque no ha desaparecido del todo: la cárcel y el cementerio aún alcanzan a intimidar al que todavía conserva los escrúpulos.

CASOS Y CUENTOS DE AUXILIARES DE ENFERMERIA

CASOS Y CUENTOS DE AUXILIARES DE ENFERMERIA
Emilio Alberto Restrepo Baena

No podemos definitivamente vivir sin las auxiliares de enfermería. Son un complemento necesario para nuestro ejercicio médico. Ellas nos apoyan y nos permiten realizar nuestra labor a cabalidad en clínicas y hospitales. Pero también es cierto que dan mucho tema. Hoy, sin pretender ofender a nadie, recopilamos algunos de los casos que nos han hecho reir, muy a pesar de nosotros, de tan especial gremio.

Recopilemos algunas frases de uso común:

- ¡Me estoy maluquiando de hambre! (Dos horas después de almorzar).

- ¡Muchachas, llegó la merienda! (Sobra decir que se detiene inmediatamente el trabajo)

- Oigan, ¿Están pagando?

- ¿Cuándo será que se acaba este turno? (Frase común a las 10:30 am)

- ¡Que sueño tan verriondo!

- ¿Cuándo será que pagan la prima? ¡Ya la debo toda!

- ¿De quién será ese sobraíto?

- Dotor, ¿Esta muestra médica para que sirve? ¿Será que me la puedo tomar?

- Dotor, ¿No me va a comprar la boletica para la rifa de una garrafa de aguardiente y un pollo asado?

- Estoy ahorrando para hacerme tumbar este colmillo que me queda y comprarme una prótesis baratica en Bello (Paraíso de los dentistas empíricos o teguas sacamuelas). Luego de eso quedaban con una sonrisa eterna, puesto que la muelamenta dificilmente las dejaba cerrar los labios y la voz les cambiaba, quedando con un fraseo siseante muy coqueto y gitanillo.)

- ¿A como prestan en esa natillera?

- Si pregunta por mi un señor de maletín que trabaja en el almacén de ventas por club, ¡No me has visto!

- Dotor, que tan raro que la pupila no le dilata.(Nos pareció raro, pero le estaba iluminando al paciente el ojo de vidrio)

- Dotor, ¡Urgente, hay un embarazo utópico roto!

- Dotor, estuve motorizando al paciente y la suturación estaba en 90.(Queremos creer que se refería a monitorizar y a la saturación)

- ¿Cuántas ampollas de Trendelenburg le pongo?(Asumimos que se trata de una respuesta cuando el cirujano pide el favor de que le pongan al paciente en posición de Trendelenburg, o sea con la cabeza más baja)

- Señora , ¿Usted tiene diapositivo o planifica con óvulos de Neosampao, o con coitus interceptado? (Preguntas reales de un interrogatorio)

- Dotor, en confianza, ¿Qué diferencia hay entre peroné y periné, o entre faringe y laringe?

- Dotor, ¿Eso no va contra la Hípica?(¿Será acaso contra la ética?)

- No mija, con ese ventilador sí le robaron la plata al hospital. Eso no enfría nada y no hace sinó pitar y sonar.(Cuando compraron un ventilador nuevo para respiración asistida en el hospital, la auxiliar auténticamente conmovida, no entendía cómo diablos nos habíamos dejado estafar)

También recordamos algunas anécdotas aisladas, absolutamente reales

- El hijo de una compañera tenía un espasmo muscular severo en la espalda. Como sabía en el servicio de cirugía que el “QUELICIN” era tan buen relajante muscular, le aplicó un centímetro, la dosis usual. El espasmo sí se le quitó, pero terminó en cuidados intensivos con una severa dificultad respiratoria.(No recordó que la droga sólo se utilizaba en quirófano para uso anestésico)

- Un Ginecólogo le ordenó “DIANE”(Un anticonceptivo que sirve para el tratamiento del acné) a la hija de una auxiliar para un problema de barros y espinillas; como le dio tan buen resultado, ella no tuvo inconveniente en recetárselo a su otro hijo. Curiosamente, el acné le mejoró mucho, pero creo que tuvo que empezar a utilizar sostenes “principiante” o “pinina”, cuando notó que sus pechos le crecían desaforadamente.

- Es común encontrar en el bolso de las auxiliares todo tipo de objetos, como boletas de prendería, solicitudes de crédito, carretas de microporo, etc, pero el que no falta nunca, es la estampita de José Gregorio Hernández, del Indio Amazónico y de Regina Once. Lo mismo en el gusto musical, es estigmático escuchar en los quirófanos y con buen volumen un cassette con los éxitos de Helenita Vargas, o de Marbelle y del favorito, Darío Gómez; de este último por supuesto el tema más popular es “Nadie es eterno en el mundo”, que aún les arranca lágrimas y suspiros, sin contar con la versión que hace de “Sobreviviré” de Gloria Gaynor, en Apache, idioma que Darío domina a la perfección. Una vez una compañera contó muy emocionada que había estado en un concierto de música clásica muy hermosa. Cuando le preguntaron, dijo que se trataba de la banda ”Marco Fidel Suárez” de Bello. Claro, como no cantaban pensó que eran dignos representantes del género musical de Mozart y Bach.

- Parece que el uso de pastillas anticonceptivas machacadas y mezcladas con shampoo para aplicarse en el cabello, nació de las auxiliares. Por eso es que todas arrasan con las muestras médicas de tales medicamentos. También es común los Domingos, cuando están en turnos corridos de doce horas, aprovechan y se aplican en el cuero cabelludo pepa de aguacate cocida y molida, tapadas con un gorro de plástico la cabeza. Dichas pócimas son muy populares en ellas y las preconizan para el cuidado de un cabello reluciente y brillante.

- Cuando por la pobreza de los hospitales se comenzaron a utilizar las bolsas de suero recicladas a manera de sonda vesical para recoger la orina de los pacientes operados, una novata no tuvo escrúpulo en aplicarle por vía venosa a un paciente ¡una bolsada de orines!, creyendo que era suero vitaminado (En justicia con ella, el suero”VENOVIT”, es parecido, y lo raro, el paciente no tuvo ningún problema y por el contrario, se sintió tonificado y rejuvenecido)

- Cuando empezaron a llegar los video-laparoscopios a las hospitales que tenían dentro del equipo un televisor de 21 pulgadas, que problema para convencerlas que no era para ver la novela de moda en ellos y que los pacientes abaleados y heridos tenían que ser atendidos de inmediato no importa que “Café” o “La Caponera” o “Betty la Fea” estuvieran en su mejor momento.
- En las fiestas de integración de los hospitales salían a relucir otras facetas: Severas obesidades acomodadas de milagro en pantalones “Chicle” o “Botadetubo”, camiseras ombligueras o “Strapless” que sólo Dios sabe cómo lograban entrar en esas panzas díscolas y monumentales; la consabida borrachera con vomitada en plena pista de baile luego de repetir tres veces la fila de la comida; el abrazo de rigor mientras con un tufo aguardientoso le recordaban al galeno :”Usté si es lo más sencillo que hay en cirugía, dotor, venga bailemos, yo me lo apreto,¡Tarrao!

- Un cirujano plástico irreverente y tomapelo que estuvo de moda porque les hacía sin remordimientos cirugía estética barata y a plazos a las compañeras de trabajo, comentó que se estaba haciendo millonario a punta de “Neverectomías” y “Monstruoplastias”, refiriéndose al tipo de procedimientos que les practicaba.

- Otro tema que siempre ha dado mucho que hablar es el de la afición desmedida de las auxiliares de enfermería por la comida, pues es una de sus actividades favoritas durante su turno de trabajo. Hay que haber visto una de las pantagruélicas francachelas gastronómicas para poder creerlo. Se dice que todas desayunan suave en la casa con un tamal para no “llegar muy entamboradas al trabajo”; algunas llegan media hora antes del cambio de turno, pero no a recibir más rápido a las compañeras trasnochadas y cansadas, sinó a ver que sobró de la merienda de la noche anterior, y dar rápida cuenta de ello. A las 7:30 am preparan un desayuno liviano con fríljoles recalentados, huevo y chicharrón pues, “Me estoy maluquiando del hambre”. A las 10 am. empieza la bacanal. Reunen las viandas de todas, hacen un convite, mandan a la persona de servicios generales al mercado a comprar morcilla, arepas, salchichón y chocolate y hacen una mescolanza feroz que llena de olores el quirófano y la sala de recuperación de pacientes. Se sabe de casos de pancreatitis agudas y úlceras gástricas desencadenadas por la arremetida de jugos biliares ante semejantes estímulos en pacientes quirúrgicos. En ese momento todo está suspendido. No hay poder que se imponga para montar una cirugía de moderada urgencia; sólo reciben, y eso con desdén y de mala gana, pacientes con heridas de corazón o familiares en primer grado de consanguinidad gravemente enfermos, eso sí, previo visto bueno y autorización de la más veterana, usualmente miembro beligerante del sindicato, que es la que comanda la paila de la fritanga. Un viejo profesor de cirugía cuenta que cuando hay que operar una auxiliar por una causa urgente, de entrada hay que asumir que tienen el estómago lleno pues es imposible pretender que tengan ayuno. Para una vez que estén en la sala de recuperación , se inventó una fórmula de N.P.T.(Nutrición parenteral total o alimentación completa por vía venosa consistente en:
- 500 centímetros de A de P al 250% (Cuyo componente fundamental es el Agua de Panela ;con limón, eso sí para no engordarse)
- 30 centímetros de C de O ( Caldo de Ojo)
-3 ampollas de muestras médicas (De lo que sea, pero gratis)



Otras lecturas recomendadas en este blog:

HABLANDO A ¡CALZON QUITAO!



¡¡¡¡DESTACADO!!!!
Cuentos propios, leídos por el autor:




DE PATOS Y OTROS FAUNOS( FAUNA SOCIAL)

DE PATOS Y OTROS FAUNOS

A Jipi, palmípedo tenebroso
A julián, plumífero feroz
Emilio Alberto Restrepo Baena




Los Patos eran personajes muy importantes dentro de la vida del barrio. En el libro de Antonio Montaña, "Fauna Social Colombiana" los definen como colados, seres que sin invitación se infiltraban a todos los sitios donde hubiera algo que hacer o que celebrar.

Nuestros Patos, además de la anterior, tenían otras connotaciones. Pato no solamente era el colado, también era el pegajoso, incluso el vago. El Pato estaba en todas. Una de las características que lo definen es el oportunismo. Siempre aparece en el momento preciso, cuando el carro va a salir, cuando destapan la botella de aguardiente (“guaro”), cuando van a servir el sancocho o la fritanga. Por el contrario, siempre desaparece, como por arte de magia, en el momento de recoger la cuota ("hacer vaca") o pagar la cuenta. Él busca compensar su falta de aporte económico, tratando de aparecer servicial, incluso servil. El Pato es muy acomedido, incluso hace labores que otros rechazan: carga cajas, prende fogones de leña, sirve trago, hace mandados. Otra característica del Pato es que no genera mucho rechazo. Todos lo acolitamos, incluso fomentamos su existencia, pues generalmente es un tipo muy buena persona, chistoso, conversador agradable y buen amigo. Sin esas características no sería Pato. Acaso, si mucho, clasificaría para remedo de vulgar lagarto, ser mucho más repulsivo y fastidioso. Pero no. El pato es fundamental dentro de la fauna del barrio. Nadie como él para el trabajo sucio en los paseos, para dar lora graciosa (hacer miserablemente el ridículo) cuando está prendido (copetón o farriado), bajo los efectos de la marihuana (trabado), o para servir simplemente de fiel compañía.

Era típico que en las acampadas al Limón, a San Carlos o a Cisneros, los Patos (Recuerdo ahora a "La Roya", a "Paja", a "Pepito") se aparecieran con una media de guaro casi vacía. "Aquí traemos la cuota" decían soltando la carcajada y nosotros ya sabíamos que todo el paseo seguía por cuenta nuestra. Sobra decir que les sacábamos jugo, (los "cogíamos de parche") y tirábamos risa todo el paseo de cuenta de ellos. Hablando de "Paja", pato memorable y de excelsa categoría, fanfarroneó (también se dice cañó o chicanió) durante 2 años con que se iba para la marina, a trabajar en un crucero por el Caribe. Luego nos dimos cuenta de que el famoso transatlántico era aquel que vino a Cartagena con un cargamento de parejas de cacorros; como chiste se decía que los más varones del barco eran Juan Gabriel y Miguel Bosé. Hasta ahí le llegó la honra al pobre Paja. Aún debe tener las orejas calientes de todo lo que los lenguaraces del barrio han despotricado de su fama y de su esfínter.

Una variante muy especial de pato fue la que constituyó en Belén el "Loco Mejía", pues nunca se delimitaron con exactitud sus características de pato, vago, demente y mendigo. Marihuanero desde muy joven, hijo menor de una familia pudiente, criado y mimado por tías y hermanas, nunca sirvió para nada socialmente útil. De buena presencia física, era bebedor, bailarín, muy conversador y parrandero. De tanto "soplar" parece que se enloqueció (se rayó, se totió, se corrió) y le dio por vivir en una esquina del barrio Granada. Allí cantaba, hablaba solo, peleaba contra sus alucinaciones y cuando estaba de buen genio contaba cantidad de historias, demasiado razonables y coherentes para su supuesta locura. Hasta chistes le sacaron; Polilo (otro pato brillante) se adjudica aquel famoso chiste que luego se extrapoló a otros locos de Medellín: "Supiste -preguntaba Polilo entornando las cejas con aire de preocupación- que al "Loco Mejía" lo encontraron en una caneca? - ¿muerto!!?. preguntábamos angustiados por el sorprendente anuncio - no, ¡cagando!! respondía, mientras se reía mostrando un mueco enorme en su dentadura. Ese tiro hizo carrera y en todos los barrios se lo contaban a uno protagonizado por el bobo propio de cada sitio.

Volviendo al "Loco Mejía" se pegaba en todas las bebas de esquina, en todos los sancochos de cuadra, goteriaba en todos los bailes. Al principio la gente lo toleraba por miedo, luego se acostumbró a él. Un buen día, luego de morirse sus dos hermanas, como por milagro se alivió, se afeitó su barba de profeta, se bañó y se fue a vivir a su casa de la 76. Hoy es un ciudadano "normal y sano". Ya ni pato es...

Casi todos los patos compartían el estigma de "gotereros"(Expertos en beber a expensas de los demás). ¡Hasta petróleo tomaban si creían que era trago y si era gratis!. Recuerdo que una vez a Absalón, conocido como el Rey de los Ánades del Barrio, que olía una botella de aguardiente a l0 cuadras, le hicimos tomar un tequila asqueroso que el papá de un amigo trajo de Méjico. Lo que no le dijimos era que habíamos sacado la mitad del contenido de la botella y en su lugar le habíamos echado "agua de mípalo al 25%" (léase orines o vulgares miaos). Cosa curiosa, mientras nosotros nos sosteníamos el estómago presa de una risa desbordada, él estaba convencido de que nos reíamos de sus chistes. Facilito se tomó la botella entera, se amarró una borrachera de todos los demonios, vomitó 3 días seguidos y a la semana volvió a preguntar si todavía teníamos de ese traguito tan bueno. !Horror!.

Los pelaos que permanecían todo el día en la esquina también eran denominados por las señoras como Patos. "Ahí va Usted a gastarse la vida haciendo nada y hablando pendejadas todo el día con esos Patos", era el reclamo materno cada que uno decía que iba "pa' la oficina"(La tienda, la esquina o la cancha). Para graduarse como Pato, en esta acepción, había que ser un vago redomado, no trabajar ni estudiar, levantarse a mediodía, vacilar sin pudor peladas del San Juan Bosco (o del colegio femenino del barrio) y para aspirar con honores al título, ser marihuanerito.

Otra alternativa para optar a la denominación de pato era ser piropero y mujeriego, enamorado y dulzarrón con las mujeres, lo que en otros barrios se conocía como "perro" o "gallinazo".- "Mucho cuidado con ese sinvergüenza, mijita, que ese tipo es muy picaflor y muy pato"-, advertían las suegras cuando algún don Juan criollo le hacía la corte (o "le echaba los perros", como decíamos) a su hija. Esta última era la acepción menos utilizada. El sueño último de todo pato para poder realizarse como tal, era trabajar poquito o nada, si ello fuera posible, mantener billetico en el bolsillo sin mucho sacrificio, que nunca falte el traguito, los cigarrillos y el bareto, no perderse ningún programa, paseo, parche, convite o furrusca, pero nunca caer tan bajo de dar la cuota y hacer todos los esfuerzos para conseguirse una muchacha joven, bonita y querendona, ojalá profesional con buen sueldo, que no sea celosa ni jodona, eso si, bien responsable y trabajadora para que en cada mesada le pase el cheque y él administrarlo conforme a su sentido de las cosas. Como a veces no es fácil conseguirlo todo, el pato fácilmente se transa por una menos joven, menos bonita, casi siempre con algunas toneladas de más, pero eso sí, que tenga casa, carro y trabajo. De quererla, adularla y empalagarla se encarga él, en virtud a sus milenarias artimañas.

Definitivamente la cuadra y el barrio no eran lo mismo sin los patos. Eran un mal necesario, un ingrediente cotidiano imprescindible para el goce y el disfrute del día a día en las lejanas épocas en que éramos un poco más jóvenes, más gozones y más irreverentes, en fin, un poco (¡Mucho!) más felices.

CODA. (Algunos apuntes de Fauna barrial)

Además de los Patos, el barrio era un hervidero de fauna de todos los pelambres, una variopinta combinación de todo tipo de bichos que pululaban y se reproducían por generación espontánea. Evidentemente no podemos pasar de largo sin mencionar al vuelo otra serie de avechuchos que desde siempre nos circundaron. Para efectos pedagógicos, empezaremos su enumeración dividiéndolos por género, empezando por supuesto por las damas:

Las Perras. Eran rechazadas públicamente, pero tenían gran aceptación en secreto. El sueño de todo Gallinazo o incluso de todo Pato era retozar con una Perra, y solazarse en ella de las dulces mieles del sexo frenético y sin compromisos afectivos, no necesariamente con intereses económicos, como sí ocurría con la Zorra o incluso con la Loba. (Mucho menos con la Grilla). La Perra era generosa con su cuerpo por el simple hecho de disfrutarlo, acompañada usualmente de rumba y licor. De naturaleza ardiente, se decía de ellas que si no fornicaban les daban ataques epilépticos o convulsiones. “Lo daban miando”, decían los mojigatos; o uno les decía, siéntense, y se acostaban. Eran unas vacas locas que les encantaba sentir y experimentar, cambiando de pareja sin ningún impedimento y en ocasiones ganándose repelos, reclamos o mechoneadas por su bien ganada fama de casquivanas sin límite.

Las Zorra. También de carácter volantón, era menos “arrecha” que la Perra, pero más interesada, siempre pendiente de sacar provecho o explotar al “pipiloco” de turno que caía en sus redes. Si la Perruncha buscaba hombres por placer, o por que no es capaz de contenerse, la Zorrilla lo hace por ver que obtiene. Si hay generosidad de por medio, no tiene ningún inconveniente en repartir sus presas y atributos como lo hace la primera, pero sin la búsqueda del disfrute, o la ninfomanía de ella. Sólo le interesa su aprovechamiento y en eso es un poco Lagarta. A medida que mejora la oferta, sin ningún problema cambia de postor y se consiguen otro amante para exprimirlo. Generalmente es un hombre mayor y casado. Las señoras las conocen como las Fufurufas o las Fufas.

La Loba puede ser un poco Zorra, un poco Perra, pero se caracteriza por que lo que más le interesa es andar en manadas con otras Lobas, en busca o de los placeres de la carne o de las ventajas del dinero o de los autos o todos los anteriores. Generalmente hablan a los gritos, en forma chillona, tratando de llamar la atención, a la puerta de un auto lujoso con la puerta abierta y el equipo de sonido prendido a volumen extravagante. La coquetería es su carta de presentación, aunque no estén siempre dispuestas a ceder. Era muy común encontrarlas acompañando a los Lobos, pero han sido peligrosamente desplazadas por las Grillas, que las tienen en un serio peligro de extinción.

Las Grillas están más vigentes que nunca, han tomado un poco de todas las características de sus predecesoras más veteranas y de pronto un poco anacrónicas para el día de hoy. Lo más llamativo en ellas es el vestir, obsesivante ceñido a los designios de la moda imperante. Pelo cepillado a diario, teñido de rubio(con las raíces llamativamente negras), o mechones rojizos, o “rayitos” de decoloración. Tetas de una silicona siempre a punto de estallar, o por el tamaño, o por el realce a la fuerza de una talla menor en una camisetita imposible. Sostenes transparentes, ombligo al aire, pantalones descaderados, bronceado en cámara, celular de colores al cinto, no siempre activado. Pululan en manadas por la Zona Rosa de las ciudades, en las corridas de toros y son infaltables en las cabalgatas con sus amigos traquetos o emergentes. Allí no les falta el sombrero blanco. Cuando se les va la mano en licor se vuelven insoportablemente intensas, y necesitan ser el centro de atracción o sino arman el berrinche.

Las Gallinas generalmente son las predestinadas a ser solteronas, pero no precisamente por castas sino por feas. Llenas de barros en la cara, usualmente usan gafas por una miopía temprana, tienen tratamiento de ortodoncia para unos dientes incorregiblemente díscolos, sufren de mal aliento. A falta de llamadas de un galán en ciernes, sus teléfonos echan humo cada que entre ellas se gastan la tarde entera echando carraca a través de las bocinas. Hacen cofradías para mantenerse juntas y hacer las tareas, ir a hacer deporte o tomar el algo mientras las Grillas están divirtiéndose con sus amigos de turno. Cuando las invitan a los bailes, calientan sofá toda la noche, o bailan entre ellas o juegan trencito donde tratan de involucrar a los que si están bailando con sus parejas. Uno las reconoce no sólo por su obviedad física, sino por el graznido que sus lenguas afiladas y poderosas generan cuando están en la mitad de los cotorreos que tanto las animan.

Además de las anteriores, hay otros que también sirven para definir la fauna femenina. Las Sardinas son en general las adolescentes, conocidas como pelaítas, usualmente menores de 18 años. Son el deleite de los viejos verdes y de los exhibicionistas de colegio. Cuando las logran contactar para casas de lenocinio, en uniforme colegial, son una verdadera sensación. Se conocen también como Pollas. Si son bonitas y de cuerpo armónico, se les dice Bagrecitos, así en diminutivo, mote cariñoso y admirativo; muy distinto a los Bagres o Iguanas o Cocodrilos, que son Sardinas feas que se creen bonitas, haciendo un grotesco contraste, a diferencia de las Gallinas, que llevan con verdadera dignidad y muy concientes de sus limitaciones, las cargas de su maldición estética. Cuando una muchacha es de baja posición social, o es o se viste como pobre, o tiene aspecto sirvientoide, se dice que es una Pisca, y tiene una connotación francamente peyorativa. Las Gallinas viejonas se conocen como Pajarracos o Cotorras.

En cuanto a los hombres, la taxonomía de barriada también los clasifica:

El Lobo, expresión suprema del ascendido o emergente social gracias al narcotráfico, tiene su propio capítulo en el apartado de Las Carangas, páginas más adelante.
El Zorro. Normalmente se denomina así al astuto para los negocios que no tiene escrúpulos ni impedimentos morales para tratar de tirar ventaja al momento de hacer algún tipo de transacción con el prójimo. Es supremamente común en nuestras calles, auspiciado por ese concepto ancestral del Paisa despierto y avispado, que no deja perder una oportunidad y que en parte explica el apogeo del narcotráfico en nuestro medio, ya que desde el hogar cuenta con la anuencia de padres y hermanos. Recordemos aquel “Si puede conseguir plata hágalo honradamente hijo; y si no puede, consiga plata hijo”.

El Gallinazo local es una especie de Pato, con obsesión enfermiza de conquistar mujeres, casi que coleccionar aventuras, para poder luego fanfarronear y despertar la envidia de sus contertulios, usualmente una caterva de Patos esquineros. Suele tener una libreta donde anota nombres y teléfonos de sus Pollas. Cuando es fetichista, les roba su ropa interior, como trofeo máximo ante sus amigotes. Cuando es atractivo o eficaz en su labor, alcanza la categoría de Gavilán, usualmente merodeando alrededor de las muchachas bonitas nuevas en el barrio, o de las difíciles para los Gallinazos locales,(Cuyas presas favoritas son las Perras o las muchachas del servicio, que cuando son Perrunchas les dicen Chuchas Mantequeras) como profesoras, secretarias o doctoras.

Los Guaches o Toches, son aquellos seres que la vida les negó cualquier asomo de clase, distinción o estilo. Generalmente son pobres y de bajo nivel cultural, y no se esfuerzan en disimularlo. Ejercen oficios físicos y materiales, a la hora de beber o comer lo hacen hasta las últimas consecuencias, sus piropos ante una muchacha bonita o decente son temibles y pavorosos y harían sonrojar a un arriero. Cuando pelean con alguien, lo hacen en la calle y no quedan contentos sino le propinan una puñalada sobaquera a su rival, o le parten el rostro con el pico de una botella quebrada. Algunos, los de más trayectoria, sobrevivientes de varias cirugías por arma blanca y ex-convictos, cuando están enfiestados libando copiosamente, moliendo música despechada o parrandera, y cuidando un sancocho callejero de carne barata y pacotilluda, alcanzan la categoría de Macacos, que luego va avanzando a medida que circula la fritanga y el trago hasta hacer mutación en Cerdos, actitud de respeto que implica que en los próximos minutos es mejor desocupar la cuadra para evitar una tragedia.

La Mula no tiene sexo específico, aunque la denominación es más común en hombres. La principal es la que transporta en su cuerpo o en el equipaje alguna cantidad de drogas para transportarlas a otros países. En el capítulo de las Carangas hacemos referencia a ellos. También cuando alguien es muy bruto, tarado, tapado y sellado por dentro, se dice que es una Mula, lo mismo cuando es muy brusco y violento para jugar fútbol o deportes de grupo.

Los Lagartos son aduladores y lambones profesionales, expertos en el arte de sobar saco, echar cepillo, colarse a todo tipo de eventos fingiendo ser importantes o conocidos del dueño; son especialistas en echar sable, en pedir favores a cambio de nada, en empalagar la vanidad del anfitrión para sacarle algo a cambio. Suelen rodear a los Lobos, a un lado de los Patos, pero sin tener la gracia ni la aceptación de éstos. Son más comunes en los estratos altos y en las encumbradas esferas sociales, su hábitat es el coctel, aunque muchos de ellos suelen salir de nuestros barrios de clase media, donde hacen un curso rápido de Babosas y Sanguijuelas y comienzan a mirarnos por encima de los hombros.

El Sapo es imprescindible y no puede faltar en ninguna reunión humana de más de tres personas. No se aguanta las ganas , (ya que en él es una necesidad biológica) de contar, de llevar y traer, de aventar, de delatar; y no lo hace por llamar la atención, pues su estilo es rastrero, hipócrita y servil. Se da en todos los estratos y en todos los oficios. A veces comparte estigmas con los Lagartos, y cuando tiene algo de Lobo, puede ser temible y peligroso. Se reconoce desde pequeñín, y desde los colegios es estimulado por curas y maestros.

Cuando uno le debe plata a alguien, se dice que tiene Culebras, y son abundantísimas en los barrios. También se utiliza cuando alguien está ofendido con uno o cree que uno le hizo algo, sea cierto o nó. Los Sapos y los Lobos suelen tener muchas culebras tras de sí, y en ocasiones tienen que andar en todo momento con suero antiofídico.

Otro personaje habitual del barrio es el Cabrón, también conocido como Cornudo; sea éste el momento para hacer claridad entre ellos y los Cachones, pues el uso y el abuso de los términos han contribuido a la confusión y al uso indistinto de los apelativos de tales Cornúpetas.

Es cierto que ambos son astados, que lucen sobre su frente unas prominencias que en ocasiones les impiden atravesar la puerta de su casa y que dependiendo del estado de calcificación de la víctima pueden alcanzar tamaño, forma y ramificaciones, a manera de simple venado o rimbombante alce, pero son distintos.

El Cornudo, tiene unas sólidas prolongaciones que provienen, más que de su voluntad, del comportamiento y generosidad de su mujer para con el prójimo. Tiene una alta prevalencia en hombres y su denominación es casi exclusivamente masculina, aún cuando no debería serlo. El folclore tradicional ha ideado varias fórmulas, si no para combatirlos, sí para disimularlos, como el "topizol" y la "cornitina" o el "descurnol" (este último no los tumba, pero les da un brillo!!). Son la gran mortificación de muchos maridos justa o injustamente celosos. El Cachón por el contrario, tiene una cierta connotación más benigna, y si se quiere más aceptada por una sociedad que en ocasiones peca por alcahueta. Este sujeto de nuestra fauna social se caracteriza porque asume con largueza los romances extramaritales y trata a toda costa, y costo, de obtener los parabienes de la cortejada con obsequios, galanterías, invitaciones, lo cual en ocasiones sacrifica la estabilidad económica del hogar. Como se infiere de lo anterior, todo acto de cachonería tiene implícito una potencial cornamenta.

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Guión Cortometraje: LA ÚLTIMA EXPLOSION DEL CORAZON

Guión Cortometraje

Autor: Emilio Alberto Restrepo Baena
GANADOR DEL CONCURSO DE GUIONES:HISTORIAS CORTAS IDEAS LARGAS U de A
Este Guión está basado en un cuento del mismo nombre que aparece en mi novela EL PABELLON DE LA MANDRAGORA, ganador de la III convocatoria de Becas de creación del Municipio de Medellín, 2 edición


LA ÚLTIMA EXPLOSION DEL CORAZON

SEC 1. INT. NOCHE. SALA DE PEDRO.
1 Pedro está sentado frente al televisor. Fuma con lentitud un cigarrillo y deposita la ceniza en un cenicero que está en una mesa de noche ubicada a su derecha. Tiene los pies montados sobre un banquito. Está en medias,sin zapatos. Tiene un vaso de licor del cual bebe un trago corto.. Pedro mira el televisor. Hay una ventana abierta. Se oye la voz de un presentador de noticiero(Voz en off.)
PRESENTADOR DE NOTICIERO(VOZ EN OFF)
“El contralor dice que esta vez sí habrá total transparencia en la auditoria de los contratos adjudicados por la mesa directiva del senado”
2 El televisor. Presentador de noticiero con traje formal
PRESENTADOR DE NOTICIERO
“Extra Urgente. Acaba de estallar una bomba en el parque Lleras del Poblado. Los primeros reportes hablan de varios muertos, múltiples heridos y graves daños en los locales. Les tenemos imágenes exclusivas desde el sitio del atentado.
3 Pedro baja los pies del banquito y queda sentado. Aspira el cigarrillo. Mira fijamente el televisor. Adelanta la cabeza para ver y oír con mas cuidado.
4 En el televisor, el video de la explosión; Gente gritando y corriendo. Se oyen sirenas. Policías y bomberos moviéndose de una lado para otro. La pareja de Camila y un hombre joven , alto y apuesto, abrazados, Ella está llorando recostada su cabeza en el hombro de él. Ella está vestida con una camiseta verde que le da realce a los senos y una minifalda que deja ver sus piernas.
5 Pedro se pone de pies. Aspira el cigarrillo, echa una bocanada de humo.

PEDRO:
“Mierda. No puede ser”.
6 Pedro apaga bruscamente el cigarrillo en el cenicero
7 Cara de Pedro: Abre desmesuradamente los ojos y se lleva la mano derecha a la cabeza. Los ojos muy abiertos.
SEC 2.SALA DE PEDRO. NOCHE. PEDRO Y CAMILA(FLASH BACK)
8 En la habitación Pedro y Camila. Ella sentada se maquilla. Él está de pies, tiene un vaso de licor en la mano y un cigarrillo. Ella tiene puestos un vestido largo y una chaqueta..
CAMILA
Entonces, ¿ no me vas a acompañar a la casa de Claudia para saludarla?; mira que lleva dos años de no venir a Colombia por estar estudiando en España y me encantaría saludarla. Es mal detalle que tu no te hagas presente.
PEDRO
: Ya sabes que nunca nos hemos querido mucho. No me le aguanto ese tono irónico y arrogante como me trata. Tranquila amor. Puedes ir tu sola que yo me quedo aquí viendo televisión. Además, estoy muy cansado.
CAMILA
: Si mi amor, tienes razón. Yo voy y le llevo tus saludos.
Ella se levanta del asiento. Ambos caminan hacia la puerta.. Se despiden con un beso y la puerta se cierra.
9 Aquí se da paso a otra imagen borrosa que lleva a otra escena a manera de Flash –back. Ella esta entrando a la casa y él está sentado leyendo en la sala. Tienen vestidos distintos a los de la toma anterior. Ella tiene unos libros en la mano. Hay un dialogo:

PEDRO
: Hola amor. ¿Por qué estas llegando tan tarde últimamente?



CAMILA
:Me he quedado con unos compañeros de la universidad estudiando pues tenemos una tanda de exámenes, (ella se agacha para darle un beso de saludo)

PEDRO
Mira que soy poco detallista. No había notado que tienes un nuevo peinado. No sabía que también estabas estrenando blusa.
(Pedro se para del asiento y se dirige hacia ella)
PEDRO
Te quedan muy bien, (Pedro la aferra por la cintura para acercarla a su cuerpo)
CAMILA
Tu sabes amor que una no se puede descuidar. Hay que estar bonita para que me sigas queriendo.(se abrazan)
10 Nuevamente un primer plano de la cara de Pedro que mira al infinito mientras echa una bocanada de humo. Una imagen que se diluye, un nuevo Flash –back.
11 Pedro en el baño frente al espejo afeitándose;.se moja la cara y se seca con una toalla; Dice en voz baja ,como para sí
PEDRO
“¿En donde estará la loción?”
Al terminar de secarse la cara , abre el tocador para buscar la loción; busca, remueve y descubre una caja de pastas anticonceptivas. Las toma con la mano y las mira
12 Un paquete de pastillas anticonceptivas en la mano de Pedro. Se nota empezado, casi a la mitad.
13 Pedro sale del baño con las pastillas en la mano
14 Pedro entra a la habitación. Se acerca a Camila que está maquillándose sentada frente al espejo del tocador y le pregunta mientras levanta la mano:
PEDRO
¿Y tu para que estas tomando estas pastillas de planificar si yo ya me hice la vasectomía?
CAMILA
Bobo, es que esa droga no sirve solo para planificar. Me las mandó el médico de la universidad para arreglarme la menstruación pues tengo el periodo muy irregular.(contesta sin mirarlo mientras se acicala en el espejo)

PEDRO
No, realmente no lo sabía. (se le acerca sonriente por detrás. trata de abrazarla y de acariciarle los senos pero ella se para de inmediato)
CAMILA
No, amor, por favor. Tengo mucho dolor de cabeza y no estoy de ánimo para esa cosas.
PEDRO
“Está bien. Esta semana no podías por que tenias mucho estudio y la anterior por que tenias cólico”.
(la cara de Pedro ya no esta sonriente)
CAMILA
Por favor entiéndeme. No me pasa nada, pero hoy no estoy de humor.
(SUENA EL TELEFONO CON TRES TIMBRES).
15 Pedro avanza por la habitación hacia el teléfono que está en la mesa de noche junto a la cama. Lo levanta con su mano derecha.
PEDRO
Aló, Aló...!Maldición!. Siempre que yo contesto me cuelgan. No sé quien esta tan sin oficio que marca para no hablar. ¡Vaya a saber quien es el desocupado!. (Pedro cuelga el telefono)
CAMILA
A mí también me pasa lo mismo. Tenemos mudo propio.
Sec 3. Int. Noche. Pedro y Camila
16 La imagen vuelve al primer plano de la cara de Pedro.
17 Pedro de cuerpo entero sentado en la silla.
18 Pedro se levanta de la silla y va hacia la ventana. Le da una patada a la pared.
19 A través de la ventana. Un carro llega y se estaciona al frente de la casa. Del lado del conductor se baja Camila .Tiene puestos el vestido largo y la chaqueta. Se para frente a la puerta, la abre y entra a la casa con unas gafas oscuras.
20 Se abre la puerta y entra Camila Deja el bolso en la mesa. Pedro está sentado en la silla. El televisor esta prendido pero no se oye sonido.

PEDRO
Hola amor. ¿Cómo te fue?
CAMILA
Muy bien. Claudia llegó sin problemas. Hablamos mucho, nos reímos mucho, lloramos juntas por el novio que dejó en Madrid, y nos tomamos varios rones.
PEDRO
¿Y qué más?
CAMILA
¡Y que más de qué!. No me empieces a preguntar cosas que solo te interesan por chisme. Tu nunca la has querido a ella. Además, no me provoca ni conversar. Estoy muy cansada y me quiero acostar.
(ella se dirige al baño). (SE OYE EL SONIDO DE UN TELÉFONO CELULAR).(ella lo saca del bolsillo derecho de la chaqueta y con él en la mano entra por la puerta al baño, cerrándola detrás de sí.)
20 Pedro se para de la silla, haciendo ademán de ir para el baño
21 Pedro queda solo en el cuarto, de frente, de cuerpo entero.
22 Cara de Pedro quien se muerde los labios y cierra los ojos.
23 Se abre la puerta del baño. Sale Camila mirando hacia el piso;:
PEDRO
¿Quién te llamó a esta hora?
CAMILA
Nadie. Era una equivocación.
24 Cara de Pedro; hace énfasis en sus ojos que parpadean en forma repetida.


Sec 4. Int. Pedro y Camila
25 Pedro y Camila en la cama, acostados, de perfil haciendo énfasis en sus rostros. La luz es moderada, pero se identifican sus facciones
26 Primer plano del reloj de la pared mientras el segundero avanza. Marca las doce y veinte minutos. (COMO SONIDO DE FONDO, UN TIC-TAC.)
27 El reloj marca las tres y cuarto. (SONIDO DE FONDO EL TIC TAC MEZCLADO CON EL SONIDO DEL PALPITAR DE UN CORAZÓN).
28 Un primer plano muestra que ambos tienen lágrimas en los ojos. Primero lo enfoca a él que está a la izquierda de la cama. Luego a ella. Hay un diálogo:
PEDRO
¿Que te pasa?. ¿No puedes dormir?
CAMILA
Estoy desvelada. Me tomé un poco más de tragos de la cuenta y tengo nauseas
PEDRO.
Pues trata de descansar. Ya sabes que tenemos que madrugar mucho para ir al aeropuerto de Rionegro para recoger a mi hermano.
CAMILA
Sí. Trataré.

.Sec 5. Ext. Madrugada. Pedro y Camila
29 Se abre la puerta de la casa; aún está en penumbras; Sale primero Camila y detrás Pedro. Ambos tienen chaquetas. Pedro cierra la puerta de la casa y se dirige al auto. Abre la puerta del conductor y entra al carro. Camila abre la puerta derecha y se monta al vehículo.
30 El carro arranca a través de una calle desierta. Aún está oscuro; Voltea por la esquina a la izquierda. La calle queda vacía
31 Se muestra una panorámica de la ciudad aún en tinieblas, desde la carretera que conduce al alto de las Palmas. Se ven titilando las luces de Medellín
32 Pedro maneja el carro y Camila mira distraídamente hacia al horizonte por la ventana. Pedro la mira de reojo pero ella no lo ve.
33 Un primer plano de la cara de Pedro. Una lágrima corre por sus pómulos Se muerde el labio. (UNA MÚSICA DE PERCUSIÓN Y EL SONIDO DE UNOS LATIDOS DE CORAZÓN SUENAN EN EL FONDO DE ESTA IMAGEN. )
34 Pedro le coge la mano izquierda de Camila con la mano derecha de él. Ella se sacude como si se hubiera asustado y lo mira a los ojos
35 Con su mano izquierda Pedro dirige el auto hacia la orilla mientras acelera frenéticamente hacia el abismo.
36 (SE OYE UN SONIDO DE ACELERACIÓN DEL CARRO). El carro se dirige al margen derecho de la carretera hacia la valla de contención
37 La cámara muestra un efecto de velocidad a través del vidrio frontal. Hay imágenes de sacudidas, de giros, de movimiento visual anárquico, casi frenético.
38 Un carro rueda por un abismo.
39 Aquí aparece un collage de imágenes de video que muestra una explosión, pánico colectivo, gente corriendo, la imagen de Camila y el amante en el video del noticiero, Ambos sentados tomando vino y brindando en un restaurante, una foto rápida haciendo el amor, otra foto rápida de la cara de Pedro, Una imagen de Pedro abrazándose con Camila .
40 Un carro rueda por un abismo
41 Una escena final muestra la ciudad y sus luces vistas desde la carretera de las Palmas.
42 Amanecer. Un acercamiento a un carro chocado con los dos cuerpos sin vida adentro.
43 Hay un primer plano de las manos de ambos entrelazadas, junto a la palanca de cambios. (SE OYE EL SONIDO DE UN TELÉFONO CELULAR TIMBRANDO). La imagen se va oscureciendo. Aparecen los créditos.



. Aquí el texto completo:




LA  ULTIMA  EXPLOSION DEL CORAZON

La última bomba que colocaron  los terroristas en Medellín dejó un saldo oficial de ocho muertos que perecieron como consecuencia directa del estallido. Pero hay otras víctimas que no figuran en los registros policiales.
El día del atentado, los noticieros de televisión mostraron imágenes del rescate y testimonios de los sobrevivientes. Esa noche Pedro T. reconoció en uno de los videos la imagen aterrorizada de su esposa Carolina, quien inconsolable sollozaba al lado de Alejandro, un viejo amor de juventud. El impacto los sorprendió en uno de los locales del parque Lleras, donde tranquilamente departían. Lo extraño era que supuestamente Carolina esa noche estaba en la casa de una prima que recién llegaba de España  y con la cual Pedro no congeniaba, por lo cual no quiso acompañarla. Le llamó la atención verla con minifalda y con la camiseta verde que le parecía tan sensual, cuando de la casa salió con vestido largo y chaqueta. Su comportamiento le venía pareciendo algo raro, nada fuera de lo común, pero con sutiles cambios que frente al televisor empezó a comprender: Peinados nuevos, renovación del maquillaje, llegadas un poco más tarde por quedarse estudiando en la universidad, jaquecas frecuentes que llamativamente se exacerbaban cuando él la solicitaba en la intimidad; recordó cuando se dio cuenta  que ella venía tomando pastillas anticonceptivas a pesar de que él se practicó la vasectomía, supuestamente para tratarle una irregularidad menstrual que él desconocía; llamadas telefónicas sin voz cuando él contestaba. Le parecía imposible, no lo podía creer, pero la evidencia estaba allí.
Sin embargo, con discreción, esperó la llegada de Carolina esa noche. Curiosamente tenía puestos el vestido largo y la chaqueta. Estaba callada e irritable, pero detalladamente contó pormenores del viaje de la prima. Nada en su actitud la delataba. Luego de ponerse la bata de dormir, sonó el celular, ella hizo la forma de contestarlo en el baño y cuando salió denotando bastante aflicción y ansiedad en sus ojos, dijo que era una llamada equivocada. Esa noche ninguno de los dos habló, ninguno de los dos durmió. Quizás que angustiosos pensamientos en ella, que tenebrosas culpas, que terribles recuerdos. El, inquieto, ofendido, burlado, profundamente herido.

A la madrugada siguiente tenían que subir al aeropuerto de Rionegro a recoger otros parientes que venían del exterior. Cuando llegó la hora, calladamente se vistieron y subieron en el carro por la vía a las Palmas. El cerebro le trabajaba furiosamente a Pedro. Sentía hervir la  sangre en su cabeza y una humillante lágrima se le escapó en silencio. Se odiaba y la odiaba. Sabía que ya no podía vivir con ella pero tampoco sin ella. Sabía que era una locura pero una ira terrible lo poseía. Sin poder hablar le tomó la mano. Ella se asustó pero sin resistencia lo aceptó. Ahí comenzó la tragedia. Con su mano izquierda dirigió el auto hacia la orilla mientras aceleraba frenéticamente  hacia el abismo. Antes de rodar sin freno él ya estaba muerto, la autopsia demostró un infarto fulminante, que es en último término lo que mata a los que mueren de amor y desamor. Ella no alcanzó a comprender lo que pasaba; en esa terrible oscuridad del último instante pensó en la explosión, pensó en Alejandro, creyó oír que su celular sonaba mientras la rígida mano de Pedro la sujetaba con fuerza obligándola a cruzar sin querer los límites del entendimiento y la razón, de un absurdo trazado del destino.




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